Un discurso repetido, desde Juan Domingo Perón a Fidel Castro, del Pepe Mujica a Greta Thunberg.

Bruno Rodríguez, de Jóvenes por el Clima Argentina, dijo en la Cumbre del Clima organizada por Naciones Unidas esta semana “Vengo de un país de Latinoamérica. La historia de nuestra región es la de cinco siglos de saqueo. Para nosotros, el concepto de justicia ecológica y medioambiental está ligado a los Derechos Humanos, la justicia social y la soberanía nacional sobre nuestros recursos naturales” y puntualizó que las grandes corporaciones son “responsables del 71% de la emisión de los gases en la atmósfera que generan la contaminación climática”.

Los jóvenes están haciendo lo que hicieron siempre: machacar la consciencia de las generaciones que los precedieron y que cada vez les han legado un mundo peor. Podemos discutir sobre los beneficios de la civilización occidental, de los avances científicos, de los logros colectivos. Pero es constatable que desde hace décadas (generaciones) hay cada vez más pobres, más desigualdad, más sufrimiento.

Tuvimos hitos que nos marcaron una serie de nuncamases, relativos a los genocidios y al uso de bombas nucleares, sin embargo volvieron a producirse genocidios después del Holocausto y cada vez son más países los que cuentan con ojivas nucleares, llevando el reloj del Apocalipsis a estar a dos minutos de la medianoche, es decir a dos minutos de la extinción de la especie humana, algo inédito.

Entonces, es lógico que vuelvan a emerger jóvenes que clamen por este mundo inmundo que padecemos y nos exijan que nos desviemos de este camino de autodestrucción. Y, como siempre, tenemos excusas para hacernos los idiotas. Ojo, muchas de esas excusas son buenas, pero no responden a las necesidades más urgentes de la especie humana.

Me dirán que cada lugar tiene sus propios problemas que debe solucionar con urgencia. Y así es, pero ese afán enloquecido en el que cada país hace según sus propios planes es lo que nos ha llevado a esta encerrona. Pero es que las potencias imponen su agenda. Claro. Por eso no se puede pensar en una mirada ambientalista sin acometer una política antiimperialista.

Y ojo, que ser antiimperialista no es ser autónomo para autodestruirse. Ser antiimperialista es romper con las obligaciones que nos imponen. El extractivismo descontrolado, la sobreproducción de productos para alimentar la voracidad de las potencias, la incorporación de consumos superfluos que perpetúan la dominación cultural, científica y tecnológica. En fin, todo muy obvio, todo muy evidente y, sin embargo, pareciera no ser tomado en cuenta a la hora de dirigir las políticas de los países.

Todos unidos triunfaremos

Como no creo en la salida individual, tampoco puedo creer en la salida nacional. Creo que en esta etapa de la historia no podemos despegarnos de lo continental, como mínimo. Debemos armar una estrategia que contemple las posibilidades de conflicto en base a los recursos naturales, a nuestros territorios deshabitados, que piense en cómo podemos afirmar una diplomacia cooperativa y no competitiva. Que valore nuestra propia idiosincrasia, sin desmerecer otras, sin reducirla a una generalización que impida que se exprese la diversidad, pero que contenga nuestra rica historia, nuestros saberes ancestrales y los incorporados a una cultura de profundo mestizaje.

No me considero ingenuo y sé que también a los jóvenes se los ha utilizado como forma de promover ideologías, justificar invasiones o minar la entereza de los pueblos. Pero que no se convierta en excusa o en justificación para quedarnos inmunes a estas necesidades.

Pareciera que siempre debemos volver a comprometernos, volver a asumir responsabilidades. Y esto no es porque no hayamos llegado a buenos acuerdos o las leyes que se escribieron estén obsoletas, sino porque, justamente, las excusas y las justificaciones han convertido todo lo manifestado en letra muerta, en hipócrita letra muerta.

Porque tenemos compromisos globales para ponerle límite al cambio climático y no se respetas. De hecho, se ha convertido en una nueva fuente de corrupción de las naciones. Tenemos declaraciones de derechos humanos y derechos de los niños, que tampoco estamos muy decididos a hacer valer. Tenemos leyes en los países, que si se cumplieran terminarían con la trata de personas, la esclavitud, las muertes en abortos clandestinos, la evasión fiscal y tantas cosas más. Pero prevalece no solo la hipocresía, sino también el individualismo, el egoísmo, las morales filisteas y el hedonismo exacerbado.

Entonces, el llamado de los activistas hacia la dirigencia política, debe incorporar el compromiso personal de cada uno, que debe basarse en lo que puede hacer por los demás y por la supervivencia de la especie. Y, por supuesto, se debe encarar la responsabilidad empresaria, no podemos solo caer contra los políticos. Algo habrá que hacer con el complejo militar-industrial, con el sistema financiero, con la especulación, con las riquezas obscenas. Redistribuyamos la riqueza, la pobreza ya fue suficientemente distribuida.

El dinero tiene el poder, mientras así lo toleremos. Las mayorías, ese 99 % del que hablaba el movimiento Occupy tiene suficiente capacidad de disuasión para que la dirección del mundo sea otra. Claro, para eso debemos dejarnos de excusas y ocuparnos de los temas relevantes. En esta agenda podemos confluir todos: la supervivencia de la especie, atada a la supervivencia de la vida tal y como la conocemos. Estamos a tiempo.