El reciente resultado de las elecciones en Ucrania, país que formó parte de lo que fue la Unión Soviética hasta su derrumbe, retrata un fenómeno que no es nuevo, pero que está en pleno apogeo. La elección de Volodomir Zelenski, un comediante como Presidente, da cuenta de la política convertida en espectáculo y farándula. Sin experiencia política alguna, sin prometer casi nada, ganó con un apoyo de más del 70% de los votos.

Su campaña fue todo un show, logrando desbancar con casi el doble de votos a su contendor, el Presidente en funciones, Petro Poroshenko, empresario de fortuna que ha sido incapaz de resolver la crisis económica que embarga a Ucrania, teniéndola sumida como el país más pobre de Europa y bajo una corrupción que ya tiene carácter de endémica. El comediante ganador aprovechó el cansancio, el agotamiento de los ucranianos tanto con su clase política como empresarial, la primera capturada por la segunda. Su discurso, recordemos que tiene menos de 50 años, era de una simpleza brutal. Repitió una y otra vez que tal solo era un ucraniano más, como cualquier hijo de vecino, que no pertenecía a ninguna casta, ni a la política, ni a la empresarial, ni a la militar, ni a la eclesiástica. Se enorgullecía de no ser parte de las élites. Habrá que ver si es lo que los votantes esperan de él –salir de la crisis económica, terminar con la corrupción, resolver la disputa por Crimea con Rusia- , o si su elección no termina siendo sino otro chiste del actor comediante.

No es primera vez que por vía democrática la ciudadanía elige personajes de fuera del ámbito político, sin mayor experiencia. Sin ir más lejos, en Chile no han faltado quienes desde otras esferas –como la deportiva, artística, militar o empresarial, entre otras- han saltado al mundo de la política con disímil éxito, aunque a la fecha han sido reducidos los casos de quienes se hayan lanzado a la conquista del sillón presidencial. Dentro de los casos faranduleros, destaca el de Catty Barriga, alcaldesa de una populosa comuna, y a quien quieren catapultar como candidata a la presidencia.

La aspiración por mantenerse e ingresar al mundo del poder político es legítima en la medida que nazca de una voluntad de servicio al próximo. Desafortunadamente la realidad parece ser más bien la de servirse de los demás, como lo prueban los múltiples casos que a diario observamos. Colusiones y fraudes que degeneran y desacreditan la democracia, en la que suelen estar involucrados quienes debieran ser modelos de comportamiento.

La democracia parece andar a la deriva, con una ciudadanía perpleja cuya desconfianza está siendo aprovechada por populistas, charlatanes y comediantes. Es hora que los partidos políticos recuperen su quintaesencia, su razón de ser, que no reside tan solo en la búsqueda del poder para la concreción de sus respectivos idearios, sino que en la formación de dirigentes, líderes capaces de conducir con la mirada puesta en el largo plazo y firmes valores ético-morales que los hagan resistentes a las tentaciones de los poderes fácticos que los rodean.

Ser alcalde, diputado, senador, presidente, ministro no es broma, son cargos que requieren una sólida formación política, y una ciudadanía con educación suficiente como para tener capacidad de discernimiento, reflexión y pensamiento crítico, características que desafortunadamente están brillando por su ausencia en este líquido mundo posmoderno.