El incendio del pasado 5 de enero en el qué murieron tres personas ha puesto en evidencia la situación de emergencia social que se vive en barrios como el de Sant Roc.

A 700 metros de casa. Solo hay que atravesar la antigua carretera general, una especie de frontera urbana, y justo después de dejar a la izquierda esa plaza donde los jóvenes paquistaníes juegan casi cada día a cricket, llegas. Es Sant Roc. Hasta el día 5 para mí era el mercado donde vamos a comprar la carne de caballo, la biblioteca que tengo más a mano o el lugar donde algunos domingos recojo el pollo a l’ast que he encargado. Pero el sábado era mucho más. Era gente. La que había sufrido el incendio, la que había ayudado en el incendio y la que, indignada, salía a la calle a denunciarlo.

Los niños se subían al contenedor de escombros para ver los restos de los que habían sido los muebles de las viviendas, ahora vacías y ennegrecidas por la maldición de ser pobres. Banderas negras de la Plataforma de Afectados por la Crisis de Badalona, camisetas naranjas de la Marea Pensionista, mujeres con pañuelos en la cabeza, bomberos cabreados, mujeres gitanas empujando cochecitos de niño muy relucientes, gente de la PAH, de 500 x 20, lazos amarillos en los abrigos, hombres paquistaníes en la tarea de atender corresponsales… en definitiva, vecinos y vecinas de Sant Roc y del resto de Badalona, a quienes no importaba donde habían nacido y sí donde vivían con sus familias.

“No es un incendio, es un asesinato”. La precariedad mata, pero claro, solo a los pobres. A aquellos que viven en pisos mal acondicionados, en los cuales no se ha hecho ningún tipo de mantenimiento en décadas. Pisos ocupados por pura necesidad, en los cuales la única forma de sobrevivir es pinchando la red eléctrica. 1.600 incidencias de este tipo en dos años en un barrio que no llega a 15.000 habitantes. No es pues un problema individual. Es una emergencia social. Estamos en un mundo donde también puede ser pobre aquel que trabaja. Un mundo donde la palabra mileurista era hace unos años señal de desprestigio y ahora se ha convertido en esperanza.

En Badalona la sacudida por el incendio fue contundente. Hacía muchos y muchos años que no morían tres personas en un incendio. Aun así solo fueron unos centenares las personas que, este sábado, marcharon por Badalona para plantarse ante el Ayuntamiento y poner de manifiesto el rechazo a una situación inaceptable gritando “Tenemos derecho a agua, luz y techo”.

La precariedad no solo mata sino que también criminaliza. Para parte de nuestra moderna sociedad es un delito ser pobre, y ya está bien que pasen por Comisaría y por el Juzgado aquellos que han pinchado la corriente. Honestamente no sé qué haría yo si me encontrase en la situación de las personas afectadas: seguramente acabaría dando un puntapié a la puerta de un piso vacío de un banco, para no dormir en la calle con mi familia. También sería un criminal.

La precariedad mata. Y los bomberos lo saben. Ellos van continuamente a domicilios. A veces hay suerte y no pasa nada y se queda todo en un susto. Otras, lamentablemente, se incrementa la estadística de muertes por culpa de la crisis. Saben que sucederá de nuevo. Que la sangría no parará hasta que mejoren las condiciones de la vivienda y de la emergencia energética que sufrimos. Y que habrá alguna vez que no podrán hacer más de lo que hacen. En Sant Roc hubo suerte dentro de la desgracia y se pudo disponer de bastante profesionales, y también de otros trabajadores de emergencias, guardia urbana y vecinos que se comportaron de manera increíble. La crisis ha destrozado los servicios públicos, incluso los imprescindibles, como por ejemplo los servicios de bomberos. Mas lejos de Barcelona, un incendio parecido, cómo habría acabado?

“La lucha es el único camino” Por nuestra salud tenemos que salir a la calle. Por una vida digna posible para todas y todos, sin exclusiones de ningún tipo. Y porque nos va la vida en ello, el incendio de Sant Roc tendría que ser el momento a partir del cual las cosas cambiaron de verdad.