Una joven diputada derechista de Renovación Nacional (RN) en el último Consejo general de su partido, sin vergüenza alguna, se declaró orgullosa de ser pinochetista, y al mismo tiempo, partidaria del orden, la libertad y la democracia. Por afirmarlo se definió valiente y pidió el mismo coraje a los asistentes, muchos de los cuales respaldaron y aplaudieron su alocución.

No me calza ni lo uno ni lo otro. Uno, la asociación del pinochetismo con el orden, la libertad y la democracia; y dos, que por afirmarlo se considere valiente.

Personalmente soy partidario del orden, la libertad y la democracia, pero no soy pinochetista. Y no lo soy precisamente porque bajo su régimen no hubo ni orden, ni libertad, ni democracia, sino el poder del terror, la imposición del miedo, la restricción de las libertades, la ausencia de democracia y el abuso del poder del Estado para atropellar los Derechos Humanos. El orden, la libertad y la democracia no se imponen por decreto ni con la fuerza de las bayonetas. Por el contrario, para que sean reales, deben ser fruto del diálogo, de conversaciones cara a cara sin amenazas, de igual a igual, frente a frente, sin eufemismos y sin armas sobre ni debajo de la mesa. La conquista de esos valores corresponde a un proceso de mejoramiento continuo, permanente, que debe trabajarse día a día mediante una disposición, una actitud abierta, honesta, positiva en favor de los más débiles. El pinochetismo, a mi modesto entender, es la antítesis de lo expuesto.

Por otra parte, afirmar que “Yo soy pinochetista, y lo digo sin problemas. Soy una agradecida del gobierno militar» no tiene nada que ver con el coraje. La valentía es un concepto que va más allá de hacer o decir cualquier cosa. Como ha sostenido el filósofo español José Antonio Marina, ella está asociada a fijarse un objetivo y mantenerlo contra viento y marea, no obstante los riesgos, esfuerzos y/o dificultades que conlleven. Es una contradicción arrogarse la condición de valiente con viento a favor en medio de un renacimiento de una corriente que tiende a sacralizar el militarismo y el anticomunismo. No se tiene coraje por respaldar a quienes tienen el monopolio de las armas para que las usen a favor de unos y en contra de otros compatriotas.

Valientes son quienes insisten incansablemente en la defensa de los Derechos Humanos y la búsqueda de una justicia que les ha sido esquiva. Son quienes no pierden la fe en la posibilidad de vivir en un país donde coexistan pacíficamente el orden, la libertad y la democracia. Son los que luchan por estos ideales sin el poder de las armas y a pesar del riesgo de una resurrección de un pinochetismo que no muestra señal alguna de arrepentimiento. Si de algo parecen estar arrepentidos es de no habernos matado a todos los que rechazamos toda dictadura, cualquiera sea su signo.