Ya hemos conseguido anular sesenta años de inmigración pacífica con un par de titulares alarmistas y medir a millones de personas con el mismo rasero. Ya a nadie le importa un rábano si se llama a los musulmanes “hediondos a comino” (Kümmeltürken), “las del velo” o “conductores de camellos”. Nadie se escandaliza por la discriminación cotidiana hacia los nombres y las fisonomías.

Hemos encontrado una minoría que puede hacer de chivo expiatorio para limpiar la conciencia de los alemanes ante el antisemitismo, la homofobia y la discriminación a las mujeres. Una sociedad hipócrita que ante la demencia histórica hace oídos sordos y se absuelve a sí misma.

Desde hace ya algún tiempo no son infrecuentes en Alemania las críticas a las conductas de los inmigrantes. Los derechos de las mujeres y la igualdad de género se han logrado con mucho esfuerzo a los círculos conservadores y retrógrados, principalmente con los movimientos del 68 y el feminismo. Tras años de trabajo, las expresiones de antisemitismo fueron prohibidas primero por los aliados y luego por los mismos participantes alemanes del movimiento del 68.

Ya hace 60 años que en Alemania las mujeres pueden abrir una cuenta bancaria por sí mismas y tomar un empleo sin autorización por escrito de sus cónyuges. Hasta entonces el marido era dueño automáticamente lo que ganara su mujer, y las profesoras no debían casarse porque no podían servir al mismo tiempo al Estado y a su marido. Además, con el matrimonio perdían su derecho a pensión. Recién en 1958 pudieron las mujeres obtener una licencia de conducir sin permiso de sus esposos. En Suiza apenas en 1970 pudieron presentarse a elecciones disfrutando de los mismos derechos que los hombres.

Los avances en los derechos de la mujer no son tan antiguos como para atribuirse a una tradición cristiano-occidental. Los pasos ganados en la lucha contra el antisemitismo, los derechos de la mujer y la tolerancia hacia los homosexuales son más bien un bienvenido alejamiento del cristianismo y un giro positivo hacia un Occidente más abierto y plural.

Y hoy todavía hay mujeres médico obligadas a quedar expuestas si desean ayudar a otras mujeres con un embarazo no deseado. Los sueldos no son iguales, y tanto en el Parlamento como en las juntas directivas de empresas no se las trata en igualdad de condiciones. Las profesiones femeninas típicas son las menos pagan: la brecha salarial de género está lejos de ser cosa del pasado.

La violación dentro del matrimonio dejó de ser punible en 1997. Desde entonces, nuestro nuevo ministro del Interior, Seehofer, ha votado en contra de la ley que permitía un “bono” para motivar a las mujeres a quedarse en casa y con la que la CSU presionó durante décadas al gobierno federal. Desde hace unos meses esa visión medieval de la familia ya es historia, y el nuevo ministro presidente bávaro las ha archivado de un plumazo. Ni siquiera ante la ley son las mujeres tratadas con igualdad, ni mucho menos en la sociedad.

¿Homofobia en los círculos de inmigrantes? Seguro que la hay. Pero, ¿cuántos homosexuales han sido y serán apartados de la una sociedad intolerante por su condición, llevándolos a menudo al borde del suicidio? ¿Cuántos abusos del clero occidental se han encubierto y escondido por décadas y hasta en la actualidad? Recién desde hace unos cuantos años el nuevo Papa ha reconocido abiertamente esta situación.

En los años 90, en Alemania la discriminación a los homosexuales no existía solo entre los musulmanes, sino que permeaba a toda la sociedad. La misma Canciller votó en varias ocasiones contra el matrimonio gay. El escándalo que generó Conchita Wurst, no solo en la comunidad turca sino en las fuerzas de derechas demostró con claridad lo que piensa la sociedad: quienes menos llenaron las secciones de comentarios en las redes sociales con mensajes de odio eran los musulmanes. ¿Y adivinen quiénes culpan a los musulmanes en la nueva fobia antigay de los países del este europeo? Parece que no quieren tener que competir con nadie por el primer lugar en la “carrera de la homofobia”.

¿Necesita Alemania que sus musulmanes sean hostiles a los judíos? Quien piense así se autoengaña. No tenemos que retroceder al Tercer Reich para encontrar antisemitismo. En las cantinas todavía se escuchan chistes de judíos, seguidas de risas atronadoras. También sobre mujeres y maricas. Incluso en los años 80 se podían comprar en los quioscos revistas satíricas de judíos. El antisemitismo florece en Alemania, Polonia, los países bálticos, Hungría, Rusia. También en otros países sin migración musulmana.

Y hacemos como si hubiéramos erradicado el antisemitismo. ¡Nunca se fue! ¡Nunca!

El antisemitismo es una tradición en Alemania. Casi un 10% de los alemanes tienen una opinión antisemita.

https://de.statista.com/statistik/daten/studie/180670/umfrage/entwicklung-des-antisemitismus-im-ost-west-vergleich/

El siguiente informe muestra en una impresionante tabla las tendencias antisemitas de la juventud alemana. La lección de la historia parece haber durado poco.

http://www.antisemitismus.net/deutschland/frindte-3.htm

En 2016 hubo 23.500 delitos de derechas en Alemania, de alemanes contra extranjeros. La mayoría de los de carácter antisemita se produjeron en la esquina derecha del país. En Berlín se esclarecieron solo 63 delitos antisemitas en 2016, en el 75% de los casos motivados por ideas de extrema derecha.

https://www.tagesspiegel.de/berlin/antisemitismus-in-berlin-ueber-170-antisemitische-straftaten-2016/19342416.html

Los problemas de exclusión y acoso a los migrantes ya están aquí, pero no podremos controlarlos si reaccionamos con las mismas herramientas. Ya hemos metido eso en la cabeza de los jóvenes musulmanes cuya cultura y religión demonizamos y condenamos, a cuyas mujeres menospreciamos por usar pañuelos en la cabeza y cuyos niños discriminamos abierta y cotidianamente por tener nombres distintos a los nuestros. No es así como solucionaremos el problema, sino solo lo empeoraremos. El racismo y el antisemitismo, nunca eliminados del todo, son grandes aceleradores de las carencias que parecen estar profundizándose hoy.

La abrumadora mayoría de los musulmanes no discriminan ni limitan a nadie. Sin embargo, por todos lados reciben un “sois nuestro mayor problema”. Parece evidente que el verdadero problema es que nos autoengañamos con una proyección de las zonas oscuras de nuestra sociedad sobre este colectivo al que asignamos la función de chivo expiatorio.

¿Cuántos niños musulmanes sufren acoso en las escuelas? ¿Cuántas frases xenófobas tienen que escuchar en las escuelas y el trabajo? ¿Se pregunta alguien si sus padres se quejan antes las autoridades escolares de circunstancias que ellos mismos, como tercera generación, seguramente ven como “normales”? ¿Cuántos extranjeros sufren discriminación en público, incluso por las autoridades? ¿Cuál es la probabilidad de que un extranjero pueda plantar cara en Alemania del Este a policías o empleados de la administración pública que a menudo expresan sus simpatías hacia la política xenófoba de la nueva derecha?

Se espera, con razón, que los musulmanes se distancien públicamente de las tendencias fundamentalistas de su religión, pero ¿quién se distancia de las persecuciones a los refugiados, los ataques incendiarios a sus casas de acogida o los crímenes de la NSU? ¿Quién replica a los chistes de mujeres u homosexuales? ¿Alguien ha tomado distancia del atropello masivo en Münster porque el perpetrador era cristiano?

Qué hipócrita es el actuar de políticos como Spahn o Dobrindt, que utilizan a cada minoría si les conviene políticamente para las próximas elecciones en Baviera, Europa o donde sea. Y a uno le entran ganas de vomitar al tener que ver a los políticos de la AfD descubrir su amor por los judíos, los homosexuales, las lesbianas y los derechos de la mujer si con ello pueden calentar más el ambiente contra los refugiados y los musulmanes. Los lemas que proclaman desde hace meses en banderas niegan a los demás los derechos que reclaman para sí mismos.

Qué hipócrita parece entonces la imagen de la mujer que los partidos conservadores y de la nueva derecha pretenden fomentar, cuando al mismo tiempo propagan el mismo conservadurismo que critican en las comunidades musulmanas.

Son exactamente los mismos que se oponen a una sociedad plural, que llenan de basura las redes sociales cuando se menciona la palabra “género” y quieren volver a usar los estereotipos de raza. Se trata de un racismo selectivo que encaja perfectamente en la agenda. Al ser un racismo que pone el acento en el color de la piel, la derecha sigue teniendo el monopolio. Quieren eliminar la palabra N, pero sí que estarían dispuestos a pasar por encima de los migrantes de raza negra.

Quien se enfada por el antisemitismo entre migrantes y no esté dispuesto a ponerse en su lugar, sencillamente no se está dando por enterado de lo que ha pasado y está pasando a su alrededor en términos históricos y sociales. En Alemania existió y sigue existiendo antisemitismo, así como fascismo y discriminación hacia la mujer y los homosexuales. Todos estos son tumores de un cáncer que sigue afectando al país. Quienes señalan con el dedo conociendo de antemano su propio antisemitismo y fascismo, engañan a los demás y distorsionan la realidad. Ponen en la picota a los otros por sus culpas propias y desvían la responsabilidad de la propia sociedad. El o los hechores extranjeros son coartada suficiente como para ignorar y reprimir los fantasmas de nuestra sociedad.

De haber asesinado a millones de seres humanos en aras del engrandecimiento de la raza aria, Alemania ha evolucionado hasta convertirse en una gran sociedad en la que TODAS las personas, también las que pertenecen a las minorías, han podido encontrar un sitio para vivir. Hasta ahora.

¿Debería inundar a la sociedad alemana una nueva fuente de odio, debido a estos casos que están ocurriendo en la sociedad y con razón se critican, creando una espiral tan intensa que los musulmanes sean perseguidos en las calles y ardan las mezquitas y las tiendas?

Las señales son claras: Alemania se encamina a declarar su raza como superior, otros países siguen su ejemplo. Si así ocurre, volveremos a los tiempos oscuros que creíamos ya superados.

Traducido del alemán por David Meléndez Tormen