“Nada que celebrar y mucho por hacer”, podría ser el resumen de la Marcha por la Resistencia Mapuche del pasado domingo 14 de octubre. Convocada por la coordinadora Meli Wixan Mapu, asistieron werkenes (representantes) y comuneros de “lof” procedentes de distintas zonas del sur de Chile y Argentina, que forman parte de su territorio ancestral o Wallmapu. Ya la semana anterior se había realizado una cena pro fondos para financiar sus viajes en bus a Santiago.

Mujeres jóvenes y maduras vestidas con trajes y orfebrería mapuche, familias enteras embanderadas con la bandera mapuche, bandas musicales y grupos de danza, tanto mapuche como de pueblos originarios (como el aymará) que solidarizan con su lucha. A la luz del espléndido sol de mediodía sonaron los kultrunes, las trutrukas, las cascahuillas y relucieron las ramas de canelo.

Entre otros, estaban el werken Daniel Melinao, vocero de los presos políticos de la cárcel de Angol, denunciando los hechos del pasado 29 de septiembre, cuando las autoridades de Gendarmería, en contra de lo acordado, interrumpieron las visitas y las redujeron arbitrariamente a 200 personas, dejando fuera a cerca de 300 visitantes de las diferentes comunidades.  “En Chile el estado ha criminalizado nuestra lucha. Nosotros luchamos por un derecho legítimo que tenemos las comunidades por el territorio, por la autonomía y creemos que todas esas luchas están siendo reprimidas hoy día, al igual que las de los estudiantes, lo que ha ocurrido en Quintero, o lo que está pasando en Malleco con el basural que se quiere hacer en Collipulli.”

Juan Carlos Tralcal, hijo de José Tralcal y sobrino de Luis Tralcal, condenados esta semana junto a José Peralino, a 18 años y 5 años respectivamente, por el caso Luchsinger-Mackay. “Es la última instancia que nos quedaba acá en la República de Chile. Obviamente nos genera bastante molestia ver cómo el ejecutivo y el poder judicial avalan el funcionamiento de la policía hacia el pueblo mapuche: hay policías que torturan, hay fiscales que son parte de esa tortura, e incluso jueces que lo permiten al impedir la investigación de hechos tan terriblemente graves que se dan en esta supuesta democracia”.

A eso de las 12 la marcha partió por Alameda, siguiendo a la camioneta en que con altavoces los dirigentes hablaban a los manifestantes, que ya eran varios miles. Había un ambiente familiar y efervescente. También una fuerte presencia de Carabineros, con “guanacos”, “zorrillos” y fuerzas especiales. A la altura del Cerro Santa Lucía se instalaron vendedores callejeros de camisetas, chapas y banderas mapuche y de las organizaciones por el cambio social. También mujeres vendiendo merkén y muday (chicha de trigo, ligera y refrescante), recién llegada del sur.

Al ritmo de los instrumentos mapuches y gritos como “¡No la queremos, no se necesita, no a la ley antiterrorista!”, y mucha alegría rebelde, la marcha fue avanzando por la Alameda, pasando por el GAM, el cerro Santa Lucía, el paseo Ahumada, La Moneda y Los Héroes.

Hubo escaramuzas entre policía y vándalos encapuchados en diferentes partes de la marcha, y los guanacos, como era de esperar, apuntaron con sus chorros de agua a los manifestantes, tratando de “romperla” y dispersarla. Afortunadamente, no lo lograron ni la represión pasó a mayores (desde la visión de este cronista, que estaba en la parte delantera) y se pudo llegar a la calle Echaurren, punto final acordado.

El pueblo mapuche lleva siglos luchando por la causa de la recuperación de su dignidad y sus territorios sagrados, y hoy es una de las caras visibles de la resistencia al neoliberalismo. Como país mestizo que somos, los chilenos debiéramos comprender que su lucha, como la de todos los oprimidos, también es la nuestra.

¡Marichiweu, hermanos!

 

/Texto y Fotografías de David Meléndez Tormen/