Fotos de Nuria Bodda y Sofía Woszezenczuk | Emergentes

Hay una profunda relación latente e histórica entre la ciudadanía y la educación –más exactamente universitaria– en América Latina. Y es que ésta ha sido en estas latitudes objeto de disputa a través del cual se terminan dando volantazos ideológicos y políticos en la región. Así, durante los últimos años, hemos sido testigos de importantes movilizaciones y levantamientos estudiantiles en distintos países de América Latina. Pero esto no viene de ahora. La universidad es un lugar de tensión y terreno de disputa política fuerte que cuando se defiende y se cuida se mantiene pública y cuando se pierde y es coaptada se convierte en privada.

La universidad y todo lo que implica (que va más allá de las aulas) es siempre barómetro de las variables sociales, culturales, políticas y económicas de un país. Si se tiene algún interés por conocer así sea mínimamente el funcionamiento y posicionamiento de un Estado, basta con asomarse a sus políticas universitarias para tener aunque sea un prístino diagnóstico de las variables mencionadas.

En la capital argentina el pasado 30 de agosto, alrededor de 400.000 personas nos dimos cita en la Plaza del Congreso para marchar hasta la Plaza de Mayo en un histórico y multitudinario reclamo que si bien condensa todo lo que está soportando la ciudadanía argentina hoy por hoy, fue convocado en defensa de la educación pública y en un contexto en el que 57 universidades nacionales llevan cuatro semanas de paro. Se sumaron a esta convocatoria diferentes ciudades de todo el país: no hay que perder de vista que la población universitaria de la Argentina, entre estudiantes y trabajadores –docentes y no docentes– representa casi el 4% del total de población. Todo esto de cara a un recorte presupuestario, acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y una devaluación del peso argentino con respecto al dólar del 23% en 48 horas.

Justo en el momento en el que las alarmas económicas del país estallaron, el pánico e incertidumbre en la ciudadanía también. El dólar tuvo un incremento tan histórico como alarmante y el descrédito del actual gobierno lo empezaron a manifestar sus votantes y a divulgar los medios de comunicación hegemónicos que siempre lo han sostenido. En ese contexto estaba convocada y se llevó a cabo la Marcha Nacional Universitaria. De nuevo: la universidad como barómetro contrastable de una sociedad.

La lluvia y el frio del jueves 30 de agosto volvieron a apostarse en la plaza y al contrario de alejarnos de la calle nos acercaron más. Y es que la calle es el camino, la salida y la alternativa ante un gobierno que decididamente quiere desoir los reclamos. No es por sordera o porque seamos invisibles, o acaso ¿es técnicamente posible no escuchar el grito de 400.000 personas en la calle? No. El gobierno no responde sencillamente porque no le importa.

Y como en todo lo que está pasando en América Latina, es preciso volver sobre la sospecha de la puja por lo simbólico. Más allá de la reticencia por parte del gobierno ante el reclamo y por la otra parte la resistencia ante el desfinanciamiento de las universidades y la investigación, vale la pena preguntarse por qué lo siguen haciendo y por qué no van a detenerse. Y es porque sus políticas de gobierno apuntan a algo completamente opuesto, porque gobiernan para ese recalcitrante y perverso sector latinoamericano que necesita seguir distanciándose y distinguiéndose de lo pobre, lo indígena, lo negro, lo popular, lo analfabeto, lo diferente, lo laico. Es decir, gobiernan para esas élites latinoamericanas apañadas en dogmas y grandes estancias.

En Argentina a diferencia que en el resto de América del Sur, la universidad pública cuenta con el acceso menos restringido de la región, está en pie y puede cambiar el sentido de las cosas.

Esta puja por lo simbólico que –en la punta del iceberg– se presenta con forma de presupuesto para las universidades, abre un debate ante ciertas paradojas del sentir identitario argentino, ya que en el caso de la universidad pública se cuenta con altos posicionamientos internacionales, destacan varias de sus carreras a nivel mundial y el país tiene cinco premios Nobel: dos de Paz, dos en Medicina y uno en Química (todos provenientes de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata). Todo eso siempre es motivo de orgullo para la población, sin embargo también es producto de la universidad pública, de la misma de la que se enorgullecen profundamente  pero a la misma a la que están desfinanciando y atacando.

Lo que pierden de vista en su decisión de no escuchar un reclamo ante un problema gravísimo, es que aunque la universidad pública está sin presupuesto ante las políticas estatales y la pérdida de soberanía de cara al FMI, cuenta con cientos de miles de personas en su defensa, porque  es la universidad pública el lugar en el que  la movilidad social ha sido posible y es la que sigue resistiendo los embates de un gobierno que por primera vez en la historia del país, nos presenta una cúpula que desde el presidente para abajo provienen de universidades privadas. Ahí hay un detalle importante: no entienden absolutamente nada de lo que estamos hablando.

Y esta característica responde a una disputa que va más allá del presupuesto anual a las universidades y a la investigación. Porque para llevarse o no a cabo, esas políticas presupuestarias deben estar avaladas con un imaginario e ideario político que las sustenten, o no.

Las implicancias que tiene sentarse en el aula de una universidad pública y en el aula de una universidad privada en América Latina, son contundentes. En el aula de la privada se codifica el discurso para que se naturalice el posicionamiento de ser ciudadano o ciudadana de un Estado ausente. Y es así como entonces se naturaliza el hecho de la educación como bien de mercado y no como derecho fundamental.

Convengamos que independientemente de que la universidad sea pública o privada, hay algo que nos unifica y es la educación en sí misma. Entonces ¿por qué será que en las marchas multitudinarias en defensa de la educación no hay concurrencia de estudiantes de universidades privadas? Vale sospechar que esto se deba a que no incorporan en su ejercicio ciudadano que la educación es un derecho, porque en esas aulas no se aprende a defender la educación sino a competir en el ranking de las matrículas y cuotas costosas.

Desfinanciar la educación pública trae aparejado el pago de sumas de dinero que en su mayoría implican préstamos bancarios para las familias latinoamericas y queda claro que para este modelo es mucho más rentable acaudalar como acaudalan las universidades privadas en las que las categorías de estudiante se yuxtaponen con las de cliente y, de paso, obligar a la población a contraer deudas por préstamos bancarios.

América Latina es una región de enormes desigualdades donde acceder a la educación universitaria a pesar de ser un derecho deviene en lujo, frustración o sacrificio, en la que pagar una universidad implica un costo exorbitante y desmedido que termina justificando luego la distribución de trabajos y salarios, ya que en un país donde una familia paga miles o millones por la universidad de uno de sus miembros, ese pago debe verlo retribuido luego en altos cargos y elevados posicionamientos salariales y de clase. De tal manera, quienes no pueden acceder deben conformarse con formaciones de menor calidad y menor precio y por tanto, así serán sus trabajos y sus salarios, y así una escala descendente que alinea perfectamente las intenciones de este tipo de políticas presupuestarias. Aniquilar a la universidad pública implica no sólo seguir distanciando la brecha entre sectores sociales, sino que también aniquila la calidad de la educación.

En el caso argentino para las personas que nos gobiernan y sus entornos, el hecho de que la mejor calidad educativa del país la ostenten hoy en día las universidades públicas es como tener un grano en el culo. Porque es la universidad pública todo lo contrario a lo que el actual oficialismo representa. Porque es justamente ahí en las universidades públicas donde ocurre la usina de ideas contrarias a sus intereses nefastos y neoliberales, porque la universidad pública nos sigue formando en muchos casos como personas libre pensantes.

En el caso brasilero Luis Ignacio Lula Da Silva fue el primer presidente sin título universitario y a su vez fue el presidente cuyo gobierno más universidades financió e inauguró. En el caso argentino, en el gobierno Kirchnerista se dio la misma situación promoviendo primeras generaciones de universitarios en muchas familias. Por estos motivos ambas gestiones han sido criticadas por sus opositores y medios de comunicación hegemónicos, porque siempre se condena la educación del pobre.

La universidad es uno de los lugares que da forma y contorno a muchas de las lecturas que hacemos del mundo.

Hace pocos días en Colombia se tuvo por tercera vez la oportunidad de cambiar el rumbo de la realidad en las urnas. Se llevó a cabo una consulta popular en la que el padrón electoral tuvo la posibilidad de legislar medidas contra la corrupción, en el país de América Latina con más altos sueldos para congresistas y en uno en los que acceder a la educación universitaria es realmente desigual y un lujo o una deuda. Las personas votaron y de nuevo, en contra suyo. Ante la sorpresa y la decepción, un amigo me decía que lo más triste del resultado a manos de  la población, es que mucha de esa gente que votó en la consulta popular “es gente que ha ido a la universidad”. Y yo me pregunto: ¿a qué tipo de universidad?

A cien años de la reforma universitaria en Argentina una cosa debemos tener presente y es que defender la Universidad Pública en cualquier lugar de América Latina, es defender a la Universidad Pública en toda América Latina.