Este verano podría haber representado un punto de inflexión en el diálogo diplomático entre Serbia y el autogobierno kosovar, poniendo de nuevo de moda, aunque de forma renovada, una cuestión antigua y delicada: la división del territorio de Kosovo. La canciller alemana Angela Merkel, alrededor de mediados de agosto, fue una de las primeras en intervenir sobre este punto: una nueva división, quizás en forma de un «intercambio de territorios», entre Serbia y Kosovo, para llegar finalmente a un acuerdo resolutivo entre las partes. «Para Alemania, la redefinición de las fronteras es una cuestión cerrada, así que, ¿cómo ir en contra de esta posición? Obviamente, tomará mucho más tiempo del que podríamos imaginar. Lo que alguien pueda haber pensado acerca de llegar a un acuerdo en dos o tres meses, es algo que hay que olvidar». Así es como el presidente serbio, Aleksandar Vučić, ha resumido los términos de la cuestión y más recientemente ha vuelto a tratar el tema, defendiendo esta hipótesis, también en el contexto del Foro Europeo de Albach.

Pero ¿qué se entiende por «redefinición de las fronteras»? Enmascarada tras el lenguaje diplomático y cubierta, de vez en cuando, por sinónimos y eufemismos, la propuesta ha sido reiteradamente repetida, no sólo por Vučić, sino también por algunos altos funcionarios del gobierno serbio; y de vuelta a Pristina, donde parece haber encontrado que algunos de los líderes kosovares, y en primer lugar el presidente, Hashim Thaçi, no se oponen. Hace algún tiempo, la primera ministra serbia, Ana Brnabić, señaló lo que debería ser el carácter básico de una solución de compromiso equilibrada, capaz de allanar el camino para un acuerdo entre Belgrado y Pristina: todo el mundo debe ser capaz de conseguir algo, todo el mundo debe dar algo. Es impensable tener un acuerdo en el que una u otra de las dos partes pueda aspirar a obtener el 100% de lo que reclama. Es a partir de ahí que tanto el presidente serbio como, más claramente, la dirección kosovar, comenzaron a poner el acento en la existencia de «líneas rojas», de límites infranqueables, o conditio sine qua non, en el marco de las negociaciones en curso.

Una independencia plena «de facto», sin el reconocimiento oficial de la soberanía de Kosovo, es la opinión de Belgrado. Al contrario, el pleno reconocimiento del Estado kosovar y la pertenencia a todas las organizaciones internacionales, según el punto de vista de Pristina. Mediados por el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior en Bruselas, los diálogos diplomáticos entre serbios y albaneses kosovares no están dando fruto; por el contrario, las últimas reuniones de julio, antes de las próximas del 7 de septiembre, se han definido como las más difíciles de los últimos tiempos. La adopción de posiciones no ha terminado, si es verdad que, en una reciente conferencia en el Hotel Moskva, en el corazón de la capital, Belgrado, el ministro serbio de Asuntos Exteriores, Ivica Dačić, subrayó que un cierto cambio de actitud por parte de la administración norteamericana era una de las condiciones previas para la apertura de la nueva opción, la de «redefinir las fronteras»: Estados Unidos siempre ha considerado la cuestión de Kosovo «cerrada» con la proclamación de la independencia (hace diez años, el 17 de febrero de 2008); ahora parecen más inclinados a desactivar el «piloto automático» y más abiertos a una solución alternativa alcanzada directamente por Belgrado y Pristina.

Mientras no sea una solución que una vez más deje al descubierto la «caja de Pandora»: el intercambio de territorios que estamos viendo podría ser peligroso y amenaza con desencadenar una reacción en cadena de alcance regional. Se trata, de hecho, de un intercambio de territorios por líneas étnicas: se volverían a trazar las fronteras para que los distritos con mayoría serbia de Kosovo septentrional (entre Leposavić, Zvečan, y Zubin Potok, hasta Kosovska Mitrovica) quedaran bajo la plena soberanía serbia, mientras que a Kosovo se le asignaría la parte del extremo sudoriental de Serbia, la zona, con mayoría albanesa, del valle de Preshevo, con los municipios de Bujanovac, Medvedja, y el propio Preshevo. Por otra parte, como ha escrito Gordana Filipović, «dos décadas después de la desintegración de la antigua Yugoslavia, en el conflicto más sangriento desde el final de la Segunda Guerra Mundial, reescribir las fronteras podría desestabilizar una región que sigue luchando con graves tensiones entre los distintos grupos», serbios, albaneses, croatas, bosnios y macedonios. La República Srpska podría reclamar la separación de la federación croata-musulmana a la que está «unida» en el contexto, también nacido de una reescritura posbélica de las fronteras, de Bosnia-Herzegovina. Macedonia, que sigue luchando en disputa con Grecia por su propio nombre, está poblada por un fuerte componente albanés, que no es insensible a la llamada separatista.

Incluso la palabra «guerra» parece, desgraciadamente, volver a estar de moda. Contrariamente a la apertura de Thaçi a la propuesta fronteriza, el Primer Ministro albanokosovar, Ramush Haradinaj, ha llegado a declarar que la guerra ha aprobado estas fronteras, y sólo una nueva guerra las podrá definir nuevamente. Nadie parece ni quiere recordar que ya se ha firmado un acuerdo de principio entre las dos capitales: se remonta al 19 de abril de 2013, que deja las fronteras intactas, define el estatuto de Kosovo sin su reconocimiento oficial y explícito por parte de Serbia, prevé, dentro de las fronteras kosovares, la formación de una comunidad de municipios serbios, en los diez municipios con mayoría serbia en la región, por lo tanto, no sólo está considerando los distritos del norte de Kosovo, que tienen una autonomía sustancial. El texto está en este enlace. Esta podría ser la forma de resolver la cuestión de manera constructiva, en el sentido de que, citando a Daniel Serwer de la Universidad John Hopkins, «si Serbia y Kosovo quieren ser Estados democráticos y miembros de la UE, deben abandonar sus minorías nacionales dentro de las fronteras existentes». Y, por supuesto, comprometerse a un acuerdo mutuamente aceptable y a la protección de los derechos de todos, en particular de las minorías nacionales. Realmente deberíamos dejar atrás las pesadillas de los “estados étnicos”. Pero no parece que haya llegado el momento, por desgracia.

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez