La Caravana ‘Refugiando Esperanzas’está en Serbia recorriendo distintos campos para llevar un espectáculo de clowns y música en directo de la mano de Pallasos en Rebeldía y Txarango.
Se ha organizado para ayudar a difundir el trabajo que realizan las organizaciones que trabajan sobre el terreno como Jutt Helping People y No Name Kitchen e intentar recaudar fondos para desarrollar su trabajo.
Crónica: Iván Prado (portavoz internacional de Pallasos en Rebeldía)
Fotos: Antonio Sempere
Primera crónica
En Subotica hay un campo de refugiados, que parece salido de una película de Fellini, donde los náufragos de este Titanic llamado Humanidad, quedan varados durante años esperando el último papel que les permita ingresar en la Unión Europea, atravesando nuestra frontera más violenta: Hungría.
Una garita vacía nos recibe junto a una valla tintada de colores refugiados: ropa de niño colgada al sol, mientras sus escasos dueños están jugando con una voluntaria en unos columpios al fondo del jardín, que si no fuera por las tiendas de campañas militares de la Cruz Roja y los containers parecería más una finca rural que un campo oficial de Serbia
Tras minutos en los que nadie se ha acercado a nosotros, Ahmad, un afgano, que empuja en el carrito a su bebé Elisia de 2 años y medio, nacida en ese campo de refugiados, en un inglés amable, nos desgrana el año de viaje, biografía de mafias, mares asesinos y vallas de injusticia que lo ha llevado a este dique seco de la burocracia europea. Acaba el relato con una sonrisa llana y la confesión de que su mujer está esperando su segundo hijo.
Para cuando los funcionarios del campo nos dan el permiso para actuar, un sol justiciero marca el inicio del montaje del trapecio, el sonido, los cachivaches musicales… y ante la invasión del escenario improvisado de los más pequeños, Lokonuk tiene que hacer su entrada inicial improvisando conversaciones con sandalias y payasadas varias que nos hacen de carta de presentación ante unos niños que la mitad de su vida está marcada por el éxodo y la espera.
Acabamos el show entre música, abrazos y baile con niñas, niños y hombres adultos que nos agradecen nuestra visita compartiéndonos sus historias: Mohamed es Kurdo de Irak, y se alegra mucho cuando sabe que la mitad del equipo venimos de Catalunya, nos enseña la foto de su casa en Irak con la bandera del Barça pintada en la puerta de entrada, su hermano nos relata cómo su referéndum y el nuestro coincidieron en el tiempo.
Mahmud, que ha hecho de mi padre en la obra, nos cuenta que le llevó casi 3 años en Serbia conseguir los papeles para mañana salir a otros campos de refugiados de Hungría, en Irán era conductor de grúas, de origen kurdo y turco, su destino es conseguir que su hija pueda vivir en Austria donde vive su hermano hace 20 años y el primer refugiado que conocemos en estos años que ha conseguido papeles para entrar en la UE.
Al final acabamos con un partido de fútbol bajo la lluvia, pero eso ya es materia de otra crónica. Regresemos a la ciudad y compramos alimentos para los refugiados, todos hombres, que viven clandestinos en unos hangares abandonados cerca de la valla húngara,. Nuestros guías de Jutt helpping people, Tibor(un evangelista) y Antonio (un foto reportero), nos van guiando por esta geografía de dolor y esperanza.
Al llegar a la frontera, el sol está cayendo y los cielos de los Balcanes nos regalan un anochecer que más recuerda a Memorias de África que a la antigua Yugoslavia, dos refugiados pakistaníes nos muestran su humilde morada, viejas alfombras en el suelo, un fogón improvisado con un barril de petróleo, y unos leds que encienden para recibirnos, conectado a una pequeña batería.
Nos explican que la mayoría del grupo se han ido al Game( el juego), cómo le llaman ellos al hecho de intentar saltar una doble valla de casi 3 metros con concertinas y un sistemas electrónico que a los 200 metros avisa de la presencia de las personas, emitiendo en 5 idiomas mensajes que avisan de la inminente llegada de la policía serbia y los militares Húngaros para detenerlos. Mientras las luces, y los flashes procuran cegar a los jugadores de este cruel tablero de hambre y desolación, donde los seres humanos más desprotegidos son perseguidos y criminalizados por huir de las guerras que el capital impone.
Al despedirnos de los 20 afganos que han venido hasta el coche para llevarse los kilos de comida que inundan nuestro maletero, mi sensación es de desolación absoluta, al saber que algunas de estas personas llevan 20 o 30 intentos de saltar la valla de la vergüenza, esa que empieza en Melilla y acaba en Hungría.
Quizás un día de estos algunos de los niños y niñas que han visto nuestra actuación en los campos de refugiados, tomen la opción de salirse del circuito institucional y dar el salto a la ruta clandestina, donde mafias y ejércitos decidirán su vida.