En el marco de la III Conferencia Regional de Educación Superior, que se lleva a cabo en la Universidad Nacional de Córdoba, entrevistamos al Dr. Ricardo Cuenca, director general e investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y profesor principal del departamento de educación de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH).

Pressenza: ¿Cuales son tus expectativas respecto a la presente III Conferencia Regional de Educación Superior 2018?

RC: Primero que todos nos demos un gran abrazo luego de cien años de Reforma y en segundo lugar pensar en algunas nuevas formas para que la Universidad Latinoamericana pueda enfrentar el contexto actual, enfrentar las presiones que vienen de afuera, sobre todo del Norte, para tratar de imponernos un modelo de universidad. En tercer lugar encontrarnos con los amigos para formular nuevas preguntas a investigar.

PR: Hablando de presiones, hay una gran presión pública – manipulada o no – respecto a la “calidad educativa” en general, a la que no escapa por supuesto la Educación Superior. Esta presión es acompañada por formatos de estandarización evaluativa impulsados por los países llamados centrales (OCDE). ¿Es posible ponderar realidades diversas con índices únicos – en general dominados por la lógica de mercado? ¿Qué parámetros guía deberían utilizarse en tu opinión?

RC: Esto es un gran tema porque la calidad educativa es un campo de disputa. Más que una definición en sí, es una decisión que toman los Estados y las sociedades para determinar aquello que está bien o no respecto del servicio educativo o del propio proceso educativo. Digo esto, porque recuerdo ahora esta idea de Scott respecto de la legibilidad de la sociedad. Los Estados necesitan tener claro el mapeo de la sociedad y por eso, términos como calidad utilitarista de la educación o estandarización de proceso les va muy bien porque a partir de ello va a poder controlar el asunto. Si salgo fuera del estándar, si salgo fuera de esa definición de calidad, lo que hago a la larga es tensionar el modelo y eso no se quiere. 

Partiendo de eso, estoy absolutamente convencido de que esto es apenas una forma de encontrar calidad educativa que no es ni más ni menos que una forma hegemónica en este momento, pensada no sólo sobre la base de un contexto neoliberal sino sobre la necesidad de tener bien mapeada la sociedad.

Por supuesto que hay alternativas distintas, cuando la calidad educativa se acerca a las realidades y a los contextos y se le incluye este ingrediente «maldito» para algunos que es la cultura, el asunto se vuelve mucho más complejo. Lo que deberíamos pensar es cómo relevamos otros elementos de calidad por fuera de esos estándares, de esos indicadores y rankings que ofrezcan también información y que, independientemente que sean medibles o no, den una idea de cómo está yendo el sistema universitario.

PR: Hablemos de conocimiento. ¿Por qué se habla tanto en la actualidad de que vivimos en la Sociedad del Conocimiento? ¿No ha sido siempre así, desde tiempos remotos, cuál es la diferencia?

RC: Es una diferencia interesante pero perversa. Primero, que el conocimiento ahora se ha vuelto parte de una mercancía transable y es por eso que se habla de sociedad del conocimiento». Es decir el conocimiento ha entrado al mercado como si fuese un bien o un servicio que lo que hace es «viajar» entre países, sociedades y grupos para venderse. Tanto es así que ahora se habla del capitalismo académico como este proceso en el que se busca mayor productividad de los profesores universitarios y en general de la capacidad instalada para poder vender un conjunto de servicios que hagan más dinámico el mercado del conocimiento. Entonces, no es que no haya sido siempre así, es que ahora tiene una connotación distinta desde mi punto de vista. Segundo, por supuesto que hay conocimientos que no son transables, pero lo que pasa es que son menos valorados por esta hegemonía del mercado dentro del mundo educativo.

PR: ¿Hay un conocimiento universal o el conocimiento es culturalmente relativo? ¿Es posible identificar, al menos a título de ejemplo, aportes culturales latinoamericanos a la Educación Superior fuera de los modelos impuestos desde Europa o los Estados Unidos?

RC: Respondo en dos partes. A la primera pregunta, yo creo que hay ambos. Hay un cierto nivel de conocimiento universal, pero también hay algo propio, culturalmente determinado. A mí siempre me gusta poner el ejemplo de Marta Nussbaum, filósofa de la Universidad de Chicago, que luego de varios años de estudio con las mujeres en las diferentes castas en la India, ella que había trabajado de la mano con Amartya Sen en esta idea de desarrollo de capacidades, termina haciéndose una pregunta que creo es válida: ¿a cuánta heterogeneidad estamos dispuestos a renunciar en nombre del desarrollo? Creo que ahí está la clave del asunto.

América Latina tiene muchísimo que aportar y es por eso que hay que romper con esta hegemonía, por ejemplo, de papers académicos en cierto tipo de revistas y sólo en ingles. El hecho de que estemos acá conmemorando cien años de la Reforma es algo que deberíamos mostrar.

Sólo quiero resaltar un punto que es el que trabajo y el que voy a presentar ahora, que tiene que ver con las promesas de democratización de la universidad. La universidad es un espacio político y no sólo un espacio académico, que lo que buscaba a partir de su propia democratización era contribuir al fortalecimiento de la democracia en la sociedad. Creo que eso es algo muy latinoamericano que a nivel macro bien podría extenderse a los demás países.

PR: Por último, ¿por qué es importante para la educación superior avanzar en los procesos de integración de América Latina y el Caribe?

RC: Porque la educación es un asunto político. No es sólo un hecho técnico o pedagógico. Más aún a nivel de educación superior. Yo creo que la integración de las universidades podría ser un muy buen mecanismo para la integración de los países. 

Allí donde yo considero que hay un vínculo político en el mejor y más amplio sentido de la palabra es tener fines comunes a partir de las universidades, independientemente de la cosa técnica. Equivalencia de grados y títulos, movilidad de estudiantes, todo eso vale, pero si tenemos claro que los fines de la universidad son el desarrollo y el fortalecimiento de la democracia, la universidad es un mecanismo de integración de los países y los Estados latinoamericanos.