La grandeur en tiempos del Brexit.

A partir de 2019, el Reino Unido estará, a todos los efectos, fuera de la Unión Europea. A decir verdad, su adhesión ha sido siempre bastante ambigua y muy parcial, teniendo en cuenta el mantenimiento de la soberanía monetaria y la ubicación estratégico/militar real (más desplazada hacia los EE.UU. y la Commonwealth que dentro del eje europeo franco-alemán).

Sin embargo, independientemente del esquivo perfil del Reino Unido, la política exterior común nunca ha existido en Europa: cada país hace sus propios negocios y, cuando es necesario, también lo defiende militarmente en competencia con otros. Esta sigue siendo la realidad material de las relaciones internacionales. Y no importa si desde los años noventa se ha creído abstractamente en un supuesto «fin de los Estados» frente a los fenómenos de globalización y financiarización. En la gran mayoría de los casos, los Estados simplemente abandonan su función reguladora para centrarse en la función represiva interna y en la proyección militar hacia el exterior.

El esquema neocolonial, en suma, representa la versión actualizada y mejorada del colonialismo y el imperialismo del siglo XX: bandera de las multinacionales y los grandes bancos > investigación científica y tecnológica > profesionalización de las Fuerzas Armadas > control de los mercados, del trabajo y de las materias primas.

De hecho, hemos pasado de la «civilización» de la Belle Epoque a la «democratización» después de 1989 y Francia, en este sentido, es un gran maestro.

 

Si consideramos la tanda de devastadores ataques militares occidentales de los últimos veinticinco años, de hecho, cada país ha participado dependiendo de los intereses materiales sobre el terreno.

La excepción es Italia, que siempre se ha lanzado indiscriminadamente a la lucha, independientemente de cualquier evaluación del llamado interés nacional, para demostrar «responsabilidad y prestigio» o un servilismo vergonzoso hacia Washington.

El Brexit, por lo tanto, ha entregado a Francia el indiscutible récord militar en Europa.

Este país es de hecho una potencia militar media, con poder de veto en la ONU, con capacidad nuclear autónoma, con amplios intereses neocoloniales en África y Oriente Medio, con bases, puestos avanzados y trozos de «territorio nacional» en varios continentes y océanos, y con la consiguiente gran capacidad de proyección de la fuerza militar.

Vive la France (África)!

El llamado Françafrique sigue siendo hoy en día el pilar del neocolonialismo francés y de su misma grandeza económico-militar.

Después de perder Laos, Camboya y Vietnam en 1954, Francia también perdió la más cercana Argelia en 1962 luego de cuatro años de guerra de exterminio: al menos 300.000 argelinos fueron asesinados y cerca de 3.000.000 deportados a campos de prisioneros, de una población total de diez millones.

Fue en medio de esta guerra que el general De Gaulle (presidente de la república en la década del ’59-’69) comprendió que el viejo colonialismo tenía que ser rápidamente reemplazado por algo nuevo, más aceptable para la opinión pública, pero sobre todo que pudiera prevenir la pérdida total del control francés sobre sus propias colonias.

En 1960 De Gaulle concedió unilateralmente la independencia a todas las colonias africanas francófonas y, al mismo tiempo, creó las denominadas «redes Foccart», compuestas de agentes económicos, políticos, militares y de servicios secretos. El objetivo de estas redes político-empresariales era controlar directamente dos grandes recursos estratégicos como son las materias primas y los nuevos fondos de desarrollo.

Francia, para supervisar este control a lo largo del tiempo, ha utilizado tanto las finanzas como las fuerzas armadas: por una parte, la imposición del franco CFA (el llamado franco africano) como moneda directamente convertible con la de la «madre patria» y, por otra, el mantenimiento de bases militares con «cooperación» es decir adiestramiento y control de los ejércitos locales.

Después de casi sesenta años, Francia sigue presente en Françafrique con multinacionales, bancos, bases y fuerzas armadas, mercenarios, pero sobre todo con el CFA, ahora convertido en euros.

¿El resultado de esta prodigiosa «descolonización»? El fuerte endeudamiento de estos países, principalmente con el sistema bancario francés, la corrupción estructural, la pérdida sistemática de control sobre los recursos estratégicos (incluidos el petróleo y el uranio), los desastres medioambientales, la ausencia de perspectivas de desarrollo, las migraciones inhumanas.

Insidiosa Libia

El pretencioso ataque a Libia en 2011, del que Francia fue promotor y líder (junto con el Reino Unido), fue un claro ejemplo de «defensa» de su área de interés estratégico. En el caso de Libia, se trataba principalmente de neutralizar el plan de Gaddafi de poner en juego las enormes reservas de oro, petróleo y gas libios, con el fin de construir una moneda panafricana (y un sistema bancario) que podría socavar el CFA todavía en uso en Françafrique.

También en otros países se ha intentado el camino hacia la independencia económica, pero está claro que la grandeur no puede estar en pie sin el pilar de la Françafrique: más de la mitad de los 87 golpes de Estado que han tenido lugar en el continente africano en los últimos 50 años han tenido lugar en el África francófona.

Y es precisamente África, y en particular África central y occidental, la que parece haberse convertido recientemente en el caldo de cultivo para una recomposición de intereses a nivel de algunos países de la zona del euro. Desde la desaparición del franco francés, la CFA ha estado vinculada al euro, manteniendo el sistema bancario francés como centro de drenaje de capital de la Françafrique.

La convertibilidad franco-euro ha traído consigo al menos dos consecuencias importantes: la primera es que los países sometidos a este tipo de acoso financiero tienen economías desarrolladas dependientes de las importaciones europeas y con una capacidad adquisitiva de la población estructuralmente deprimida; la segunda es que Francia ya no puede apoyar la exclusividad.

Por eso, desde 2015, Alemania ha enviado un contingente de más de mil soldados a Malí, mientras que Italia ha intentado torpemente enviar sus tropas a Níger en el marco de la llamada «Coalición por el Sahel» lanzada por el gobierno de Macron en una cumbre en París el 13 de diciembre.

El nuevo papel militar de Francia: hacia el 2% del PIB

Macron hereda de Hollande el relanzamiento del protagonismo francés en el continente africano. París tiene la intención de consolidar su presencia militar en África desde la costa atlántica hasta el Océano Índico, desde Senegal hasta Djibouti, pasando por el Sahel, y luego volver a unirse a otras bases y puestos avanzados ya presentes en los dos océanos.Esta visión estratégica expansionista, agresiva y muy ambiciosa requiere una competencia en las «tasas de seguridad» que Alemania ofrece desde hace años.

La capacidad de proyección global (compartida como plataforma con los Aliados) ofrece a la industria bélica francesa un sinfín de perspectivas.

El protagonismo, sin embargo, exige a Francia (y a todos los franceses) un fuerte aumento del gasto militar: con la nueva Ley de Planificación Militar (LPM 2019-2025), Macron pretende destinar la suma de 295.000 millones de euros, 105.000 millones más que en los cinco años anteriores.

El pasado 8 de febrero, al presentar el LPM, el Ministro de Defensa Parly justificó este fuerte aumento calificándolo “…necesario para mantener la influencia global de Francia e intervenir en todas las partes del mundo donde los intereses de la Nación y la estabilidad internacional se ven amenazados… » (RID, abril de 2018, p. 68).

El plan tiene por objeto garantizar la «autonomía estratégica» nacional y europea. Además de las nuevas adquisiciones (submarinos nucleares, fragatas, aviones teledirigidos, satélites, aviones y helicópteros), el LPM prevé un aumento sustancial del personal: 6.000 para las fuerzas armadas, de los cuales 1.500 son para los servicios secretos y 1.000 para la ciberseguridad, además de 750 funcionarios empleados en la «división de ventas» de la Direction Générale de l’Armement.

En Francia, de hecho, es el propio gobierno el que se ocupa de la exportación de productos de la industria bélica nacional, desde las pistolas hasta los cazas.

Un servicio que, según Alessandro Profumo (a.d Leonardo), el Estado italiano también debería proporcionar a la industria bélica italiana para tener una mayor representatividad frente a la demanda internacional.

Francia también tiene la intención de actualizar su capacidad nuclear: LPM ha destinado 25.000 millones de euros a lo largo de cinco años para dotar a los cazas Rafale de capacidad de bombardeo, desarrollar un nuevo misil balístico intercontinental y un nuevo submarino con capacidad de lanzamiento.

No cabe duda de que la grandeur está atravesando una fase de fuerte impulso, favorecida por la Brexit y apoyada por Pesco.

La nueva Ley de Programación Militar, que quiere garantizar la «autonomía estratégica» a través de la defensa de los intereses de la nación, hace lo mismo con la intención declarada de alcanzar, para 2025, el umbral del 2% del PBI para gastos militares.

De esta manera, el gobierno de Macron persigue la intención de dirigir el deteriorado neocolonialismo europeo con el papel de líder militar-industrial y nuclear. Por el momento, siempre a la sombra de la OTAN.

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez