Por Felipe Honorato

No sé si fue propiamente el magistral Antonio Cándido quien hizo esta afirmación. Sólo sé que, en un prefacio de un libro de Sérgio Buarque de Hollanda, Cândido cita y explica el porqué de «Casa Grande y Senzala», de Gilberto Freyre, «Raíces do Brasil», del mismo Sérgio Buarque, y «Formación de Brasil Contemporáneo”, de Caio Prado Júnior, fueron consideradas las obras fundadoras de Brasil: «Al lado de tales libros, la obra en tantos aspectos penetrante y anticipadora de Oliveira Viana ya parecía superada, llena de preconceptos ideológicos y una voluntad excesiva de adaptar lo real a designios convencionales». Yo, particularmente, pediría permiso al gran Antonio Cándido y, en mi humildad y en mi limitado conocimiento de la causa, incluiría otro nombre en esta lista triple: Alfonso de Lima Barreto y sus cuentos.

Después de que estos pioneros desarrollaron ideas como el ahora cuestionado mito de las tres razas fundadoras, estudiaron a fondo cómo el sistema de cultivo agrícola por aquí implantado se asemejaba mucho más con lo que los nativos practicaban de lo que con los europeos hacían en el continente natal, el portugués parecía estar destinado a ser aventurero, por último, otros autores y artistas fueron redescubriendo el país, mostrando su realidad desnuda; en este grupo, un poco más amplio, pero no menos genial, podemos incluir a Guimarães Rosa, Graciliano Ramos, Carolina María de Jesús, Otávio Ianni, Florestan Fernandes, Josué de Castro, Darcy Ribeiro, Chico Science, los Racionales Mc’s, Glauber Rocha; además de estos, destacaré otros dos nombres que, en algún momento, incluso sin querer, hicieron que sus obras se complementaran, aunque trabajando con formas de expresión distintas.

Celso Furtado fue un economista brasileño nacido en el desierto de Paraíba. Participó en la Segunda Guerra Mundial y, luego, obtuvo su doctorado en la Sorbona. Trabajó en el DASP, órgano creado por Getúlio Vargas para promover una reforma en el Estado brasileño, y en la CEPAL, en Chile. Dio clases en universidades como Yale y Cambridge; escribió su nombre en la historia de las ciencias humanas brasileña con la obra canónica «Formación Económica de Brasil».

Furtado defendía que el subdesarrollo, no sólo brasileño, sino de toda América Latina, no era una etapa del proceso evolutivo hacia el desarrollo, sino un proyecto, con características estructurales muy específicas. Esto nos lo mostró muy bien, con imágenes verosímiles, aquel que es considerado el mayor documentalista brasileño de todos los tiempos: Eduardo Coutinho. Su principal obra – «Cabra Marcado para Morir» -, así como la mayoría de todas las demás, reflejan la realidad del nordeste brasileño y de su gente. Coroneles poseedores de latifundios mayores que muchos países del globo, que viven cómodamente en las capitales nordestinas, pero impone a los trabajadores rurales una vida controlada, planeada y llena de privaciones – de la educación nula o mínima, hasta el acceso a bienes básicos; matones armados las 24 horas que, al menor signo de desacuerdo con el «poder central», eliminan la «manzana podrida» sin pensarlo dos veces; una clase latifundista dominante en la política y que guía al Estado de acuerdo con sus intereses. Con sus pequeñas variaciones y particularidades, se puede decir que esta es la realidad también de Brasil como un todo: el subdesarrollo es un proyecto conveniente al modelo de economía agroexportadora que tenemos.

Luis Ignacio Lula da Silva nació en Caetés, agreste pernambucano. Era uno más de aquellos que habían nacido en la pobreza y morirían en la miseria. Hijo de la tierra donde sólo los coroneles tienen derecho a algo, perdió una compañera por no tener acceso a la salud. Como otros millones de semejantes, salió del Nordeste y fue a vivir en la mayor región metropolitana de América del Sur, en busca de una vida mejor.

Lula podría ser retratado en algún documental de Coutinho o servir de muestra para algún estudio de Celso Furtado; no se contentó con nada de eso: como homo politicus que, creo yo, siempre fue, se involucró con el sindicalismo; ayudó a fundar el Partido de los Trabajadores (PT), el único partido que, hasta hoy, puede ser considerado, al pie de la letra, un partido de masa en la política brasileña.

Desde el principio, mucho por sus ideas, y tal vez, también por su background, Lula fue demonizado: era el candidato que, si era elegido, iba a espantar el capital privado del país. Así, perdió una elección a favor del «cazador de marajás» y dos más a favor de Fernando Henrique Cardoso, letrado, intelectual, que cristalizaba una imagen opuesta a la del obrero.

En 2002, la oportunidad de Lula llegó y toda su perseverancia fue recompensada. Luis Ignacio, que debería estar caminando kilómetros y kilómetros todos los días para conseguir agua, con un diploma técnico del SENAI, había alcanzado el cargo de Presidente de la República. El «sapo barbudo» no sólo llegó allí, sino también, como las estadísticas muestran, tocó al país en los ocho mejores años de su historia.

Hace un tiempo, yo estaba en una clase del profesor Jean Tible en la USP y hablábamos sobre Patrice Lumumba. Lumumba, líder en el proceso de independencia de la República Democrática del Congo ante Bélgica, tuvo una muerte extremadamente violenta que involucró asesinato y tortura. Sobre el revolucionario congoleño, que defendía que los minerales congoleños deberían ser propiedad de los congoleños, Tible comentó, de forma irónica, disparando sobre el colonialismo: «grandes problemas necesitan grandes soluciones. Las ideas de Patrice Lumumba representaban un gran problema a las potencias coloniales y por eso les dieron una muerte tan violenta. La trayectoria homérica de vida de Lula es un gran problema y el McCartismo al que viene siendo sometido es la gran solución. Después de todo, ¿se imaginan si todos los que pertenecen a alguna minoría comenzaran a creer en el poder del asociativismo y del activismo? ¿Y si todos se vieran capaces de hacer política, sea en su asociación de barrio o en la Presidencia de la República? Sería la inversión del orden económico vigente hace 5 siglos – el subdesarrollo dejaría de ser nuestro proyecto nacional.

La amenaza de la figura de Lula no termina allí. Para mí, queda claro que, a pesar de tener que lidiar con los más diferentes grupos de interés -y creo que el ex presidente, al lado de Nelson Mandela, son las personificaciones de lo que, en las aulas de las facultades de administración pública, aprendemos a ser «Diplomáticos administrativos» -, Lula nunca olvidó a quien lo eligió, y mucho menos de donde él vino. Por eso, él colocó a negros y mujeres en el alto rango de su gobierno; por esta razón, también, creó programas sociales que sacaron a Brasil del mapa del hambre y pluralizó el acceso a la enseñanza superior y a los concursos públicos. Mucho se dice que la Bolsa Familiar nació durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y del grupo de trabajo creado por el propio FCH luego de la emblemática marcha por los 300 años de la muerte de Zumbi dos Palmares hubo proporcionado las bases para la política de cuotas. El hecho es que Cardoso lo dejó todo en un carácter embrionario; quien transformó estas iniciativas en políticas públicas de proporciones continentales fue el nordestino de Caetés. En las relaciones internacionales, rodeado por un dream team compuesto por, entre otros, Celso Amorim y Marco Auréleo García, Lula adoptó una política activa y altiva, de orientación sur-sur, que colocó al país en un lugar destacado en el escenario internacional, al punto de casi haber sido coordinadores de una iniciativa que pondría fin al impasse nuclear involucrando a Irán y el occidente, así como hizo que Lula ganara por parte de Barack Obama, ex presidente estadounidense, el título del político más popular de la Tierra, un contrapunto al histórico de las relaciones internacionales brasileñas.

La condena de Lula, por lo tanto, a mi ver, tiene la menor de las dimensiones en la justicia o en la imposibilidad de ser disputada, nuevamente, la vacante a mandatario; ella representa una batalla férrea entre el statu quo y aquello que Brasil podría ser si Celso Furtado, hasta hoy, no estuviese tan seguro.