Hay temas que se tratan en otros lugares y nadie llega a enterarse más allá de las fronteras. Hay otros que saltan sobre las distancias culturales y pasan por encima de las diferencias de las realidades sociales, para comenzar a ganar terreno en el imaginario colectivo. Seguramente es porque resuenan entre las necesidades fundamentales y conectan con las esperanzas por un mundo mejor. Tal es el caso de la Renta Básica Universal, muy debatida en Europa y Norteamérica y aparentemente tan ajena a las realidades sudamericanas. Sin embargo en las tardes largas de este verano en Chile, han comenzado los diálogos y el intercambio sobre esta propuesta, gracias también a la iniciativa de un grupo de vecinos del barrio Las Campanas en la comuna de La Reina, que invitó a exponer sobre el asunto en su sede vecinal a Juana Pérez, madrileña que participa en España de los Humanistas por la Renta Básica.

Ella afirmó que actualmente hay riqueza suficiente a nivel planetario como para sostener las necesidades básicas de cada uno de los habitantes de la Tierra, independientemente de su edad o su condición, por el sólo hecho de haber nacido humano. La riqueza existe y es cada vez mayor gracias a los avances tecnológicos, los que paradójicamente, están reemplazando los puestos de trabajo de millones de personas, cada vez más aceleradamente. Es decir, que en breve tiempo se va produciendo un incremento de la riqueza mientras disminuyen los trabajos rutinarios y van dejando su estela de cesantía.

Quizá ambos factores – riqueza y carencia de empleos – puedan dar origen a una nueva manera de vivir, en base a una Renta Básica Universal, que contribuya a liberar al ser humano de la esclavitud laboral.

Esta distribución de la riqueza que permita asegurar la subsistencia de todos, encuentra sin embargo barreras psicológicas que se le resisten: el considerar que el empleo es fundamentalmente aquello que dignifica a la vida humana, sin incluir en lo que concebimos como trabajo a todas las actividades no remuneradas que llevamos a cabo diariamente ni, menos aún, al ocio desde donde emanan la inspiración y la creatividad.

El establecimiento de una RBU implicaría a cada quien optar por si quiere o no estar empleado y realizar actividades remuneradas ya que su dignidad sería asegurada por la misma RBU, al permitir que todo ser humano participe de este beneficio aportado por la sociedad desde que nace hasta que muere, que sea un aporte universal, incondicional y suficiente como para cubrir las necesidades.

Sin embargo también juega en contra de la implementación de esta medida el hecho de que se crea que siempre debe haber ricos. Juana Pérez explica que “somos todos quienes aportamos mediante nuestros impuestos y la riqueza actual es fruto de la acumulación histórica. En muchos ámbitos se está planteando a la RBU como una forma de justicia social, como un primer paso para llegar a construir un nuevo paradigma”. Agrega que en diversos lugares se están haciendo experimentos y estudios para poder detectar los resultados que produce la implementación de una RBU como un piso mínimo para la subsistencia. Y señala que “la RBU está anticipando la posibilidad del surgimiento de un nuevo ser humano, que se mueva en base a valores diferentes, en el que el voluntariado, el colaboracionismo, la creatividad, la crianza de los hijos, el cuidado recíproco, etc.. etc… tengan más lugar en el corazón de las personas que el tener objetos y ganar dinero; que esos valores traducidos a acciones y conductas permitan la sobrevivencia de todos, dando lugar a una especie humana solidaria que hoy puede parecer algo utópica”.

Vemos que la robótica y la tecnología van para allá, hacia el reemplazo de muchos puestos de trabajo y el redireccionamiento de toda esa energía libre de la que la humanidad pueda disponer para su avance. Por ahora al menos, hemos empezado a conversar sobre ello.

El siguiente vídeo es una entrevista a Juana Pérez sobre este mismo tema, realizada por Domenico Musella al día siguiente del encuentro en Las Campanas: