“Lo que se llama seguridad nacional es un quimérico estado de cosas en el cual un Estado debería conservar para sí mismo el poder de hacer la guerra mientras los otros países serían incapaces de hacerla…La guerra es entonces hecha en base a incrementar el poder de hacer la guerra”

Simone Weil

La guerra es un fenómeno que ha acompañado al hombre desde remotos tiempos. Se desconoce exactamente su origen. Hay muchos que postulan que se originó fundamentalmente cuando el hombre abandonó el modo de vida nómade y devino en sedentario con el cultivo de la tierra y la crianza de animales. Los recursos naturales muchas veces escasos habrían producido inevitables enfrentamientos entre tribus desconocidas por un mismo territorio rico en recursos naturales. Otros tantos dicen que los enfrentamientos eran frecuentes entre cazadores y recolectores.

En la antigüedad las guerras eran una forma de vida para los reinos, sino estaban en guerra estaban planificando alguna. Era una forma de ampliar sus territorios y por tanto aumentar las riquezas y fortalecer su dominio sobre los pueblos vecinos. Es importante hacer notar que en este contexto histórico, cualquiera fuere la cultura o la civilización que se estudie, el valor de la persona humana era muy menor, en particular si no formaba parte de la nobleza, el clero o la burguesía. La importancia suprema la tenía el reino, y por supuesto el rey y su familia real. Se puede entender así muy claramente que las guerras se planificaban como en un tablero de ajedrez, en el cual los peones eran los soldados, carne de cañón, que eran sacrificados en nombre de una noble causa como era la defensa de su reino, o la conquista de nuevos territorios, para la gloria del rey.

Conforme los avances científicos y tecnológicos, en particular con la Revolución Industrial, hicieron posible la elaboración de armas cada vez más poderosas y mortales que causaban cada vez mayor número de muertes en guerras de desgaste, en las que grandes ejércitos se encontraban frente a frente, bajo nutrido fuego de artillería.

Este orden de cosas siguió su curso nefasto de muerte y desolación hasta llegar a la primera guerra mundial en la que la humanidad comenzó a tomar una tenue conciencia de que las diferencias no tenían que dirimirse necesariamente a través de sangrientas guerras que terminaban diezmando tan severamente a sus pueblos.

Es así que luego del Tratado de Versalles, al tomar conciencia de la mortandad ocasionada por una guerra de desgaste que costó 16 millones de vidas humanas, se acordó el Pacto de París o de Bryand-Kellog de 1928 mediante el cual los quince estados signatarios se comprometían a no usar la guerra como mecanismo para la solución de las controversias internacionales. Es un pacto netamente europeo que también incluyó a los Estados Unidos, y que causa verdadera sorpresa ya que como todos sabemos no se ha cumplido en absoluto, y permanece en el olvido hasta nuestros días a pesar de estar vigente.

Pero las lecciones de la historia se olvidan pronto por amargas que éstas sean, y a tan sólo 20 años de terminada la Primera Guerra Mundial comienza la Segunda instigada por un sargento fanático despechado por el leonino Tratado de Versalles. Todos sabemos cómo terminó esto y los gigantescos costos materiales y sobre todo humanos que tuvo como resultado. La humanidad horrorizada y arrepentida de tanta locura sanguinaria que terminara con el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, suscribieron unánimemente la Carta de Naciones Unidas que en su artículo 1 acuerdan:

  1. Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz;

  2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal;

  3. Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión; y

  4. Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes.

Sin embargo todos nos hemos dado cuenta de que estas nobles intenciones son letra muerta y que la realidad es que las guerras continúan su paso devastador sin que nadie logre frenarlas. También hemos podido observar que el número de conflictos bélicos ha disminuido desde la Segunda Guerra Mundial y que en Europa salvo la guerra de los Balcanes, no ha habido otro conflicto armado de importancia… hasta el momento. Es una buena noticia, sin embargo se ha desatado una nueva guerra fría por el supuesto expansionismo ruso que amenaza las antiguas repúblicas soviéticas que colindan con su territorio.

De aquí que se llegue a la conclusión de que la amenaza de guerra es necesaria para los países productores de armas, quienes han hecho de su venta un motor de la economía propia y global. Ellos han cultivado un clima de inseguridad mundial y han propiciado políticas de defensa basadas en la disuasión armada que estimulan el armamentismo, que desvía los recursos desde de los sectores sociales como la salud y la educación, a favor de la vida, hacia el sector defensa, con sus armas al servicio de la muerte.

Ellos se han amparado en la cultura de la violencia que ha prevalecido a lo largo de nuestra historia, que no es otra cosa que la historia de las guerras, del culto a los héroes militares, para prolongar ese statu quo de una cultura basada en las armas y en los conflictos armados.

Nuestras clases de historia nos han enseñado a admirar a ciertos personajes que han sido grandes conquistadores y constructores de imperios, nos las han descrito como personas célebres, nos han contado sus vidas llenas de triunfos y proezas admirables. Sin embargo no nos han contado con el mismo detalle el sufrimiento inimaginable de millones de personas que han perdido o arruinado sus vidas para hacer posibles esos logros. Cuánta masacre y destrucción que tan solo quedan como anécdotas o efectos colaterales para el logro de esa esplendorosa gloria. Palacios, castillos y un lujo suntuario que los adornan nos hacen olvidar el polvo que queda bajo la alfombra.

Siempre nos han hecho creer que las guerras son algo necesario para el progreso de las sociedades y los pueblos, y nos muestran los audaces y valientes que han sido los soldados que han cimentado el futuro de la patria, sin darnos lugar a pensar que eso es lo que nos ha conducido a la división, a la construcción de muros y fronteras que nos separan, y que nos llevan a desconfiar y sentirnos inseguros de las personas que viven al otro lado de ellas considerándolas como distintas y extrañas.

Como pacifistas empeñados en terminar con todas las guerras, hemos llegado a la conclusión que la doctrina de seguridad nacional ha fallado, y la política de defensa basada en la disuasión armada sólo contribuye a la carrera armamentista que desvía los recursos hacia los países productores de armas. Por eso hemos planteado reemplazarlo por la doctrina de la seguridad común que plantea que nadie está seguro hasta que todos estén seguros. Este sistema de seguridad global se basa en tres puntos:

1.- Desarme y desmilitarización progresiva y segura

2.- Manejo los conflictos sin violencia, sino basados en el derecho internacional

3.- La creación de una cultura de paz basada en el fomento de los mecanismos de confianza.

A esto se agrega el Concepto de Seguridad Humana que es la seguridad basada en la seguridad física, económica y el bienestar social, el respeto por su dignidad y el valor de todos los seres humanos en cuanto tales, el respeto por sus derechos humanos y sus libertades fundamentales, en donde la paz es definida a partir de lo humano y no la seguridad nacional que debe ser alcanzada a través del desarrollo sostenible, la justicia medioambiental y las necesidades básicas de las personas.

Creemos firmemente en esto ya que la especie humana es una sola, que las personas somos todos flores de un mismo jardín, no necesariamente iguales, pero con las mismas necesidades, con idénticos sentimientos y deseos. Por lo tanto el llamado es a valorar al ser humano que forma parte de esta gran nación llamada mundo, que es más importante que todas las construcciones artificiales que hemos levantado a lo largo de la historia. Sólo con esta revalorización comprenderemos que el sufrimiento humano es algo que debemos esforzarnos por superar a toda costa, y que acrecentarlo con conflictos armados es algo inaceptable que no podemos seguir tolerando. Que la comprensión de este nuevo paradigma es requisito indispensable para la construcción de una Nación Humana Universal, con la que sueña el Humanismo.

Quiero finalizar esta presentación con la visión sobre la Paz que la organización World beyond War imprimiera en su segunda Conferencia anual celebrada en Washington a fines Septiembre recién pasado, en la cual estuvimos presentes:

“Sabremos que hemos alcanzado la paz cuando el mundo sea seguro para todos los niños. Ellos podrán jugar libremente al aire libre, no preocupados de pisar minas antipersonales o de racimo, o de drones zumbando sobre sus cabezas. Habrá buena educación para todos ellos tanto como hasta donde sean capaces de llegar. Las escuelas serán seguras y libres de miedo. La economía será saludable produciendo bienes útiles más que aquellos que destruyen todo lo valioso, produciéndolos de forma sustentable. No habrá industrias en base a carbón y el calentamiento global se habrá detenido. Todos los niños estudiarán en paz y serán entrenados en métodos poderosos y pacíficos para contener la violencia. Ellos aprenderán como difundir y resolver los conflictos pacíficamente. Cuando ellos crezcan podrán enlistarse en fuerzas de paz que serán entrenadas en la defensa de la base civil, haciendo las naciones ingobernables si son atacadas por otra, o por un golpe de Estado; y por tanto inmunes a la conquista. Los niños serán saludables porque el cuidado de la salud estará libremente disponible, financiada con las vastas sumas que alguna vez fueron gastadas en la maquinaria de la guerra. El aire y el agua estarán limpios, los suelos sanos produciendo alimentos saludables porque los fondos para la restauración estarán disponibles de la misma fuente. Cuando veamos los niños jugando, veremos niños de muchas culturas diferentes, ya que las fronteras restrictivas habrán sido abolidas. Las artes florecerán. Aprenderán a estar orgullosos de sus propias culturas, de su religión, arte, alimentos, tradiciones, etc. Esos niños se darán cuenta de que ellos son ciudadanos de un pequeño planeta, como también ciudadanos de sus propios países. Esos niños nunca serán soldados, aunque ellos pueden servir a la humanidad en organizaciones de voluntarios o en cualquier clase de servicio para el bien general de la humanidad”

Les quiero hacer presente que ninguno de los resultados que se han logrado habrían sido posibles sin la participación de la sociedad civil, quien a través de cientos de ONGs en todo el mundo han logrado los siguientes acuerdos en materia de prohibición de armas de destrucción masiva y convencionales:

  • 1972 Prohibición de armas biológicas

  • 1993 Prohibición de armas químicas

  • 1997 Prohibición de minas antipersonales

  • 2008 Prohibición de bombas de racimo

  • 2013 Tratado de comercio internacional de armas convencionales

  • 2017 Adopción de un tratado que prohíbe las armas nucleares

Hace algunos días, el 6 de Octubre de 2017, la Campaña Internacional para la prohibición de las armas nucleares, ICAN, organización que representamos en Chile, ha recibido el Premio Nobel de la Paz por su rol fundamental en el logro del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, cuyo proceso de apertura a las firmas se celebró con una Ceremonia en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, de la cual fui testigo presencial, en la cual nuestra presidenta Michele Bachelet firmó en tercer lugar en representación de Chile, luego de los presidentes de Brasil y Costa Rica.

Movimiento todos por la Paz