«No cederé a los ociosos, ni a los cínicos ni a los extremistas» («Je ne céderai rien ni aux fainéants, ni aux cyniques, ni aux extrêmes «), es en estos términos que el Presidente Macron reaccionó a la movilización popular del 12 de septiembre contra la reforma del Código del Trabajo. Sin embargo, según una encuesta realizada los días 13 y 14 de septiembre para FranceInfo y Le Figaro, el 60 % de los encuestados se opusieron a la reforma y sólo el 26 % consideraron que los decretos del Gobierno (39 en total, aprobados por el nuevo Gobierno francés en dos meses) tendrá un impacto positivo en el trabajo. Por el contrario, el 38 % piensa que tendrán un impacto negativo. Para el 36% restante, no tendrá ningún impacto.

Recordamos que Macron ha impuesto a su «su» Asamblea Nacional aprobar la delegación al gobierno para enmendar el código laboral sólo por decretos del gobierno sin mayor participación del parlamento francés. Ahora, el trabajo sigue siendo uno de los campos más importantes para la vida de cada persona y la convivencia después de haber sido durante más de un siglo la gran cuestión social de los países occidentales. Para el autocrático Macron, esto no cuenta nada.

La inspiración básica de su reforma es precisamente intentar, como ha dicho, liberar a la economía (y a la sociedad) francesa de las limitaciones y normas que le impiden crear empleo, dando flexibilidad y reduciendo considerablemente el objetivo de la seguridad. Para él, el trabajo ya no tiene un carácter esencial para la vida. Ya no es un derecho, sino una oportunidad.

Además, la reforma se centra en el principio de hacer de la empresa el lugar único y el «espacio social» de los convenios laborales, prohibiendo los convenios sectoriales, de categoría y nacionales.

Macron está aplicando los mismos principios en el campo del hogar. El «plan de vivienda» que presentó el 11 de septiembre en Toulouse como un «pacto para las comunidades locales» tiene como objetivo «liberar la construcción de viviendas a través de la reducción de las necesidades y normas ambientales y sociales», que consideraba una expresión de «buenos sentimientos» cuando la política está hecha de «pragmatismo».

Hoy en día, la mayoría de las clases dominantes en el poder en Europa ya no se avergüenzan de legislar, de relegar a los parlamentos nacionales a un papel menor y de declarar que los derechos humanos (de y en el trabajo, en el hogar, en el agua para la vida, en la salud, en el conocimiento…) ya no son, en su opinión, la fuente inspiradora de la regulación colectiva.

¡De pie, ciudadanos!