Populismo se ha convertido en palabra peyorativa, en un concepto acusador, que tiene la connotación de algo demagógico y peligroso. Se trata de una construcción cultural cuyo propósito es la descalificación de cualquier iniciativa transformadora, de modo que toda propuesta que cuestione el poder dominante se considere populismo.

Populismo se ha convertido en una mala palabra. Se usa abundantemente en los debates políticos y en los medios de comunicación para descalificar adversarios. Como el comunismo ha pasado de moda, ahora la clase dominante califica de populista cualquier iniciativa progresista que se aparte del neoliberalismo. Las elites buscan asociar populismo con demagogia, irresponsabilidad, y aventurerismo, atacando con ello subliminalmente al pueblo.

Los populistas rusos existieron en la época zarista, los naródniki. Fue un interesante movimiento revolucionario que se identificaba con el pueblo e intentaba aprender de él antes que erigirse en su guía. Sus líderes pensaban que los campesinos eran los principales sujetos de la revolución y que a partir de las comunas rurales podría construirse la sociedad socialista del futuro. Lenin los veía como sus adversarios, pues concebía a la clase obrera como el sujeto de la revolución y a los intelectuales marxistas como los responsables de introducir en el proletariado la conciencia socialista.

En el siglo pasado, la crisis económica mundial de los años treinta puso de manifiesto los límites del modelo exportador en América Latina. Se instaló así una estrategia de desarrollo fundada en la actividad industrial, el intervencionismo estatal y en políticas redistributivas. Se constituyeron nuevas alianzas sociales, con emergencia del mundo popular, que dieron origen al peronismo y el varguismo brasileño. Se utilizó el término populismo, con un signo positivo, para nombrar a esos movimientos transformadores. En el plano económico, Keynes y el New Deal de Roosevelt fueron sus inspiradores.

Posteriormente, en los años setenta, el filósofo argentino Ernesto Laclau dio un paso adicional. Inspirado en el peronismo, propuso reemplazar la noción marxista de  “lucha de clases”, reconociendo la pluralidad de los antagonismos existentes en nuestras sociedades. Laclau convierte al pueblo y no a la clase obrera en el sujeto transformador para enfrentar a la minoría privilegiada. La tarea política desafiante es articular la diversidad de demandas democráticas y populares contra la ideología del bloque dominante. En su famoso libro Sobre la Razón Populista, Laclau utilizó el término “populista” para nombrar ese tipo particular de apelación política que tiene como referente el Pueblo enfrentado a la clase dominante.

La historia ha sido olvidada, por ignorancia o cálculo político. Populismo se ha convertido en palabra peyorativa, en un concepto acusador, que tiene la connotación de algo demagógico y peligroso. Se trata de una construcción cultural cuyo propósito es la descalificación de cualquier iniciativa transformadora, de modo que toda propuesta que cuestione el poder dominante se considere populismo.

Los economistas de la plaza hablan de “populismo económico”, cuando se proponen iniciativas que disgustan al statuo quo, como por ejemplo el aumento del salario mínimo, mayores impuestos o el fortalecimiento de las organizaciones sindicales. Más aún, cuando las ideas no son compartidas por los grandes empresarios o el FMI también reciben el calificativo de “populistas”.

En consecuencia, la palabra “populismo” se encuentra ideologizada. Sirve para desacreditar a los enemigos, pero no para comprender la realidad. Ello explica que se metan en un mismo saco las iniciativas de los gobiernos exitosos de Evo Morales y Rafael Correa junto a los desatinos que comete Maduro en Venezuela. La misma confusión se produce cuando se atribuye populismo a Trump o a Marine le Pen, en vez de denominarlos directamente extremistas de derecha, xenófobos y conservadores. 

El historiador Ezequiel Adamovsky nos dice que es incorrecto asociar demagogia, racismo y vulgaridad con populismo. Agrega que constituye un manifiesto error contraponer la democracia liberal con populismo, como si éste fuera “un solo monstruo… en cuyo cuerpo indiscernible conviven neonazis, keynesianos, caudillos latinoamericanos, socialistas, charlatanes, anticapitalistas, corruptos, nacionalistas y cualquier otra cosa sospechosa” (revista Anfibia, junio 2017).

La derecha neoliberal se equivoca al utilizar peyorativamente el término populismo y se equivoca también al descalificar propuestas alternativas de democracia y formas distintas de hacer política económica. En Chile, por ejemplo, el Frente Amplio ha propuesto modificar la Constitución, sobre la base de una Asamblea Constituyente. Del mismo modo, propone la universalización de derechos sociales. Ambas iniciativas apuntan a democratizar la política y la economía. No son demagógicas ni irresponsables. Son medidas que buscan modificar una economía caracterizada por agudas desigualdades y un régimen político de democracia limitada.