¿Quién informa de las buenas cosas?, ¿quién informa de los buenos sentimientos, las buenas ideas, las buenas acciones y las buenas intenciones que la gente tenemos y hacemos por doquier?, ¿quién informa de las capacidades, de la creatividad y del buen hacer de los individuos?, ¿quién informa de los avances constructivos en la organización social?, ¿quién informa de los buenos registros que se dan en la interioridad humana?

En un mundo donde todavía los enunciados religiosos siguen con la externalización de lo supuestamente sagrado y la ocultación de lo sagrado en ti, donde el financiero, inversor o banquero resultaron ser los arquitectos de la usura, el robo y el expolio, donde el servilismo periodístico o autoral buscan morbo porque vende y vive de ello, donde todo quedó falseado por la publicidad empresarial y las segundas intenciones que sólo buscan oportunidades de negocio a costa de lo que sea, inmoralmente, en ese mundo, nadie informa de aquellas buenas cosas, no interesa a los poderes la información positiva…

Y las gentes comunes aún solemos padecer los efectos de la difusión de tan aparentemente miserable existencia, recelando, sospechando, protegiendo, agarrando, como si fuera muy peligroso soltar y confiar, como si todo el mundo fuera mezquino.

Lo lamentable (en realidad lo transitorio), es que las lacras y los miedos de lo peorcito de las minorías poderosas haya sido absorbido por las gentes comunes, por la gente del pueblo, que no tiene ninguna vocación de subyugar, humillar, robar, empobrecer y desespiritualizar, sino que siente y aspira a una sociedad donde cada cual pueda dar lo mejor de sí, desde los quehaceres hasta el afecto, pasando por los avances y los talentos, ensoñando cada vez con mayor emergencia el advenimiento de la igualdad de oportunidades y valor existencial.

Es simple, simplemente nos mintieron, no estábamos aún en la Historia Humana, sino que estamos aún en la Prehistoria Humana; ni mucho menos estábamos en las sociedades del progreso, sino aprendiendo aún a humanizarnos para salir verdaderamente de la Era Natural de la ley del más fuerte, la de lo jerárquico, la de los jefes de la manada, la de las relaciones de dominación y sumisión. El Humano y lo Humano vislumbran ese porvenir y se dirigen imparablemente hacia su construcción, aunque parezca a veces que se frena y, de hecho, lo frenen provisoriamente.