Cuando Cristina Fernández anunció que iba a hablar el día 20 de junio en Avellaneda para presentar el nuevo frente electoral Unidad Ciudadana, pensamos en un gran estadio para albergar a tanta gente. Cuando supimos que el lugar elegido iba a ser la cancha de Arsenal de Sarandí, comprendimos que iba a quedar chico.

Y así fue, quedó más gente afuera que la que pudo entrar. Avellaneda estaba colapsado de gente venida de diferentes rincones del conurbano bonaerense e, incluso, de todo el país. Cristina llevaba muchos meses sin hablar frente a una multitud y había avidez por conocer sus nuevas propuestas y análisis de coyuntura.

La puesta en escena fue austera, extremadamente minimalista. La expresidenta convocó a que todos llevaran banderas argentinas y no partidarias, de manera “de que podamos vernos las caras, que pudiéramos mirarnos a los ojos”.

Un pequeño escenario casi en el centro permitía que Cristina fuera vista desde los cuatros costados del campo de fútbol y sobre el escenario, apenas un micrófono. Y Cristina volvió a conectarse con sus seguidores, pero no con un discurso encendido, iracundo, como podría esperarse por la situación que atraviesa el país. Si no un discurso de compromiso, de necesidad. “Yo quiero que la gente vuelva a sentir amor” decía con toda sencillez. “La vida de todos fue desorganizada por este gobierno, debemos pararle la mano”, agregó.

Y aseguró que ella estaba buscando generar una Unidad Ciudadana que sea capaz de detener a este gobierno “que nos está dejando sin futuro y sin presente”.

La doctora Fernández subió al escenario a mujeres empresarias, a labradores de la tierra, personas con discapacidad, estudiantes, investigadoras, directoras de escuela, jubilados, presidentes de clubes de barrio, comerciantes, todos afectados por las políticas de hambre, miseria y endeudamiento serial que lleva adelante el gobierno de Mauricio Macri. Porque ahora se trata de “escucharnos, enterarse de lo que le pasa al otro y construir unidad, organizarnos”, dijo.

La urgencia era evidente en los reclamos de los asistentes al evento, igual que la devoción y atenta escucha que se dedicaba a la dos veces presidenta de los argentinos y argentinas. “Te amamos, Cristina” se escuchaba en cada silencio. En un momento, la gente comenzó a corear “una más y no molestamos más”, en referencia a un nuevo mandato como presidenta, a lo que Cristina pidió no confundir, ya que lo que se vota este año en Argentina son legisladores.

La emoción a flor de piel en cada rostro, en cada brazo alzado con el signo de la victoria. Volvió Cristina, pero fundamentalmente, volvió la esperanza y volvió la certeza de tener un referente capaz de frenar las tropelías del gobierno más insensible que ha tenido nunca la Argentina.