Por Viviana Santiago | Palavra de Preta | Traducción de Pressenza

  • “Cada vez que entro tengo la impresión de que ellas agarran sus bolsos con más fuerza.
  • Cuando estoy en el gimnasio parece que la gente no quiere usar los equipos después de mí.
  • Conmigo parece que la exigencia es siempre mayor. No importa cuánto me esfuerce, nunca es suficiente, siempre tengo que hacer más.
  • Fui a cenar afuera con mi hijo y tuve la sensación de que mi pedido demoró más que el de otras personas y llegó un poco frío.
  • Cada vez que trato de presentar una idea nueva en el trabajo, siempre me dicen “no es exactamente así”, pero luego alguien más repite lo que dije y la idea es bien aceptada.
  • Puede ser cosa mía, pero siento como si mi jefe tuviera la necesidad de probarme todo el tiempo que estoy equivocada, que no se cómo hacer las cosas.
  • Todo el tiempo tengo la impresión de que la gente es siempre más hostil conmigo de lo que sería si yo no fuera negra.
  • Puede ser cosa de mi cabeza, pero…”

A lo largo de su vida, mujeres y niñas negras van a convivir con situaciones de violencia en sus relaciones afectivas, de trabajo, de vivienda, al comprar. Todo el tiempo, en procesos sutiles –o no tanto– las sacarán de posiciones de dignidad de modo recurrente, sin que eso incomode a otras personas no negras presentes en esas relaciones. De ese modo, viéndose a sí mismas como el centro de actitudes odiosas, persecutorias, que sin embargo sólo ellas parecen percibir, las niñas y mujeres negras comienzan a dudar. ¿Cómo algo que les provoca tanto dolor no sería advertido por otras personas? Entonces dudarán de sí mismas e iniciarán un proceso de cuestionamiento de sus habilidades, derechos, percepciones, culminando con el cuestionamiento de su propia salud mental.

Los comentarios iniciales seguramente ya fueron oídos o dichos por cada una de nosotras, mujeres negras, actualmente o cuando fuimos niñas. Es la violencia racista, que incrustada en todos los espacios de la vida común, determina formas de tratamiento y construcción de expectativas sobre la vida, los afectos y competencias de las mujeres y niñas negras en la sociedad. Diciendo y tratando de empujarlas hacia lo que el pensamiento racista imagina que ellas deben ser y tener.

En restaurantes y comercios serán mal atendidas o tratadas con intimidad irrespetuosa; en el gimnasio, durante la práctica deportiva, serán seguidas con miradas maliciosas, sus cabellos siempre observados como si quien los mira creyera que están llenos de piojos; su sudor aparentemente es considerado tóxico, como lo demuestra la negación de las personas a usar los equipos después de ellas.

En la universidad y en el mundo del trabajo serán vigiladas, desautorizadas sus opiniones, subestimadas y perseguidas. Ningún trabajo será suficiente: el tributo del negro será reclamado y el reconocimiento no llegará casi nunca, habrá que pagar permanentemente. Sus ideas serán atribuidas a otras personas, su autoría siempre negada.

Para las mujeres en general, ser competentes, autónomas, críticas e inteligentes se convierte en un peso. Esas características que la alejan del modelo de mujer insistentemente alabado por la sociedad patriarcal, se vuelve un doble peso para las mujeres negras, ya que en la concepción racista ser negra no es más que ser la carne más barata de la carnicería, el cuerpo para el sexo, las tareas de limpieza garantizadas. Subvertir esa concepción es profundamente perturbador de ese orden.

Esos son componentes de la vida de todas las mujeres negras, aun de aquellas que aliándose al discurso liberal del “hágalo usted mismo”, creen que nunca los vivieron  (pero ahí están, tal vez sólo les faltó capacidad de reconocerlos o darles nombre). Y necesitamos hablar más de cada uno de ellos para que, enfrentadas a ese asedio, a esa violencia, nunca más una mujer negra dude de sí misma sino que tenga la certeza de que no es cosa de su cabeza: es racismo.

Necesitamos entender que el nombre de eso es racismo y que esas pequeñas agresiones tienen un poderoso impacto negativo sobre nuestra salud física y mental, impacto de los más profundos.

Las mujeres negras necesitan contar sus historias. Necesitamos dar continuidad al camino marcado por las que vinieron antes de nosotras. Es necesario que nos cuidemos más durante estos procesos violentos: la violencia lastima nuestros cuerpos, impacta negativamente en el modo en que nos percibimos a nosotras mismas y unas a las otras, y lastima nuestra salud mental. Busquemos espacios seguros para conversar y procesar esta experiencia. Tenemos que reconocernos unas en las historias de las otras para fortalecernos y enfrentar esos espacios, situaciones y personas racistas. Haciendo que adviertan que no dudamos de nosotras mismas y sabemos muy bien reconocer el racismo en nuestras vidas.

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