Admito que fui a Plaza de Mayo a la marcha por el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia a buscar mariposas, me imaginaba que iba a cruzarme otra vez con 30 mil mariposas y me iba a conmover como el año pasado.

Mariposas había, aunque no eran el tropel que fueron el año pasado. Calculo que agotadas de estar acompañándonos durante todo el mes de marzo de marcha en marcha.

Sí estaba lleno de compañeros y compañeras, de todas las edades, de todos los colores políticos, de todas las clases sociales y culturales. Éramos un mar de solidarios y solidarias, de gente porfiada que se resistía a perder la memoria y dejarse seducir por los cantos de sirena de la voluptuosa economía de mercado, del traje a medida del individualismo y la amnesia.

Y estaba lleno de niños, de bebés, de aprendices de revolucionarios. Había brujas con sus escobas violetas y estaban los artistas, las comprometidas y un coro enorme de “vamosavolvedores”.

En el escenario: madres, abuelas, hijos, nietos, padres de la Plaza. Pero también ex combatientes de Malvinas, ex presas políticas del Virrey jujeño, Gerardo aMorales y un mensaje grabado de Milagro Sala que nos erizaba la piel y nos obligaba a volver a perjurarnos internamente a sacarnos de esta pesadilla que empezó el 22 de noviembre de 2015.

El documento que leyeron los organismos fue lapidario, fue dicho con la dulzura firme que nos acostumbraron a sentir las madres y abuelas, pero también fue gritado con bronca, con rabia, con impotencia. La impotencia de tener que estar defendiendo los escalones subidos, en vez de seguir elevando la escalera para alcanzar nuevos derechos.

Pensaba en los bebitos, en sus madres dándoles el pecho y la muchedumbre. En la falta de policías, de Estado, de despliegue de contención. Estaba claro que nos cuidábamos entre todos, como ya aprendimos a hacerlo hace tanto tiempo, que cada vez lo hacemos mejor. Y ese mimo contagioso  me plantó una sonrisa. No importaban las banderas del otro, su pasado, sus posturas, importaba que formaba parte de ese mar tumultuoso, donde todos andábamos necesitando las mismas cosas y abrevábamos de las mismas fuentes para construir un futuro colectivo. Me alcanzaba con eso. Como si fuera poco.

Y además de las mariposas, nos acompañaban libélulas. Multicolores, vigorosas, valientes de atravesar esa plaza llena de temblores de bombos, de humos choripaneros y cañas agitándose en el viento. Miré al amigo que me acompañaba y le dije “estos helicópteros* son la antesala de los próximos”. Nos reímos cómplices de la picardía. Pero sí, los síntomas de cansancio y fastidio empiezan a ser cada vez más evidentes. Estemos atentos a los relojes, porque puede ser que se adelanten sin que lo notemos.

* En Argentina los niños llaman a las libélulas “helicópteros”. Y la alusión al helicóptero, remite a la renuncia anticipada del presidente Fernando De la Rúa en diciembre de 2001, que huyó desde la terraza de la casa de gobierno en el helicóptero presidencial.