Patrick Gildas logró franquear la valla fronteriza el 31 de octubre en un grupo de más de 200 jóvenes. Aboubakar Konate y Aboubakar Traoré lo consiguieron el pasado día 9 entre las 438 personas que burlaron los controles marroquí y español en el perímetro. En lo que va de año, más de 700 personas han conseguido entrar en Ceuta en los tres saltos masivos que se han saldado con éxito.

Por Anselmo F. Caballero

Patrick Gildas tiene 30 años y es el mayor de cinco hermanos. Una travesía incierta de cuatro años le llevó desde su Camerún natal hasta la valla fronteriza que separa Ceuta de Marruecos. El 31 de octubre pasado consiguió franquear el cercado y entrar en la ciudad.

“Yo no recuerdo las veces que he intentado saltar la valla, y va éste y lo consigue a la primera”, bromea mientras señala con un gesto de la cabeza a Aboubakar Konate, un maliense de 26 años que hace poco más de una semana llegaba a Ceuta en uno de los saltos a la valla más numerosos que se recuerdan.

Konate abandonó su país en 2014, poco después de la muerte de su madre. “Estoy muy, muy contento, saludé a Dios personalmente cuando conseguí entrar”, afirma mientras ríe tímidamente.

Aboubakar Traoré es el más joven de estos tres recientes inquilinos del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Hasta alcanzar Ceuta, este joven costamarfileño de 20 años deambuló durante ocho meses por Marruecos. “Estuve un mes en el bosque sin comida ni agua, algunos no aguantaron y se volvieron a las ciudades, pero yo tenía que entrar”, confiesa.

Gildas, Konate y Traoré son sólo tres de las más de 700 personas que han conseguido franquear este año el cercado en los tres grandes saltos que se han saldado con éxito. Los dos más jóvenes lo consiguieron el pasado 9 de diciembre con el grupo más numeroso y, probablemente, en la tentativa donde resultó más sencillo eludir los controles fronterizos.

“Vimos que no había muchos militares custodiando la frontera, así que nos organizamos –explica Konate- Estábamos reunidos en tres grupos: los dos primeros consiguieron pasar, el tercero no lo logró”.

Las autoridades españolas han narrado el episodio como el de una acción planificada a cuya disposición los migrantes allegaron “sofisticados” instrumentos. Konate y Traoré aseguran no haber visto en ningún momento las herramientas a las que hizo referencia el delegado de Estado para la Seguridad, José Antonio Nieto, durante su visita a Ceuta. “Abrimos las puertas a patadas”, explican ambos.

Menos sofisticados se revelaron los soldados marroquíes, quienes, viéndose en inferioridad, comenzaron a lanzar piedras contra los jóvenes que corrían hacia la valla.

 

Gildas en Boukhalef

Gildas conoce a la perfección el escenario que describen sus compañeros. Él mismo ha sufrido en sus carnes la represión inmisericorde de los militares del país vecino. En uno de sus incontables intentos de salto, los soldados salieron a la búsqueda de los migrantes por el bosque y los apalearon.

Días más tarde se produjo el primer encuentro entre el joven camerunés y el fotoperiodista ceutí Antonio Sempere. En una casa del barrio tangerino de Boukhalef, Gildas contó a Sempere su experiencia. Semanas más tarde, la casualidad quiso reunirlos a este lado de la frontera.

“Acababa de saltar y estaba herido. Sentía que un guardia me seguía. Entonces vi a Antonio, y le pregunté: ¿No te acuerdas de mí? Se acordaba. Me subió a su coche y me llevó al hospital”.

A pesar de su dolorosa reciente existencia, Gildas conserva un carácter jovial que se evidencia en una risa que difícilmente le abandona. Incluso cuando trata de conseguir que su interlocutor pueda hacerse una idea aunque remota de los padecimientos que, como tantos otros miles de jóvenes africanos, se ha visto obligado a afrontar.

“Yo he visto cómo los marroquíes prendían fuego sobre el cuerpo de mi mejor amigo, le he visto morir. Si su madre por teléfono me pregunta por él, le digo que no he vuelto a verlo. ¿Qué otra cosa puedo decirle?”.

Gildas, Konate y Traoré ambicionan una vida mejor, un anhelo que identifican con la obtención de un empleo. “Si tengo trabajo me quedo en España; tengo una hermana en Malí y he de ayudarle”, afirma sin dudarlo Konate. “Yo quiero empezar aquí, pero mi deseo es ir a Alemania”, asegura por su parte Traoré.

“Busqué trabajo y no lo encontré. Por eso me vine. Soy mecánico y tengo formación profesional en fontanería”. Gildas no deja de sonreír mientras comparte su currículo.

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