Confiaba en el triunfo de Hillary, pero temía el de Trump. Se dio el de este último. Con ello la mayoría del pueblo norteamericano optó por patear el tablero, expresando insatisfacción, un sentimiento de defraudación, un rechazo a lo existente, respaldando a un personaje que creo que ni en sus mejores sueños se hubiese creido el cuento.

Votaron por Trump los marginados, los perdedores, los invisibilizados por los grandes medios de comunicación, los expulsados por un sistema, el neoliberal. Por lo visto, no son pocos. A ellos habría que agregar a los que no han sido expulsados, ni marginados, pero que sienten que en cualquier momento pueden serlo. Es la inseguridad sembrada por el neoliberalismo el que ha dado el triunfo a Trump gracias a su lenguaje y discurso simple, directo, al mentón, burdo, sin pelos en la lengua, apelando a las emociones y los sentimientos básicos de quienes están en la cuerda floja.

Es toda una paradoja que los perdedores voten por quien – a sus ojos – es visualizado como un ganador, la misma paradoja de la torturada que se enamora de su torturador, de quienes votan por candidatos formalizados por la Justicia, de pobres votando por multimillonarios.

Lo ocurrido en USA es la expresión de un desencanto con la política que ya se ha expresado en otras latitudes. En Inglaterra, por similares razones, ganó el Brexit cuando desde la fiebre de las alturas todos daban por sentado que triunfaría la permanencia en la Unión Europea. En Colombia, el presidente Santos organizó toda una parafernalia en torno a un acuerdo de paz que plebiscitó en la confianza que el pueblo colombiano lo aprobaría. Pero no, perdió. En Chile, el rechazo en las últimas elecciones municipales se expresó por la vía de la abstención.

En Chile, el equivalente al triunfo de Trump sería el de alguien que no pertenezca a las élites, al establishment, a la clase política convencional. No se vislumbra ninguno en el horizonte. Quizá Farkas podría ser el equivalente a Trump, guardando el sentido de las proporciones, pero no se le ven ganas, aunque si se tirara a la pileta, capaz que arrase. Don Francisco está muy viejo.

Dando palos de ciego, el mundo y Chile siguen en busca de un destino que no encuentran.