Por Adrián Torres John

El sábado trece de julio fue un día significativo para el país, un punto y aparte en cuanto a la imagen y voz femenina en el Perú. La marcha, organizada por el movimiento #NiUnaMenos, reunió a más de doscientas mil personas en Lima, en una sola dirección. En simultáneo hubo marchas en otras ciudades de la costa, sierra y selva. Hombres, mujeres, niños, ancianos, universidades, organizaciones de derechos humanos, entidades religiosas, entre otros, marcharon desde “El Campo de Marte” hasta encontrarse frente del Palacio de Justicia, buscando justicia y el cumplimiento de la ley con respecto a acciones violentas contra las mujeres, desde “piropos” vulgares al transitar las calles hasta el feminicidio.

Incluso durante los primeros pasos de la marcha, se respiraba un aroma a hermandad, fuerza y resolución. En cada mirada, se podía notar alegría por formar parte de algo tan grande y por encontrarse junto a tanta gente con un mismo ideal y un mismo fin. La persona que caminaba al lado dejaba de ser por un momento un desconocido, para volverse un hermano de lucha.

Por otro lado, resultó inmensamente positivo ver a una gran cantidad de estudiantes, tanto universitarios como colegiales, presentes en la marcha. Esto indica el gran interés por dicho sector de la población hacia los temas actuales y una fuerte empatía por los problemas humanos en nuestro país. Estudiantes de la PUCP (Pontificia Universidad Católica del Perú), la Universidad de Lima, Universidad ESAN, entre otros, se unieron a las filas de la marcha, todos organizados en bloques. Este fenómeno dice mucho del futuro de los jóvenes y, en especial, acerca de la dirección que sus acciones le darán al país en los próximos años.

Otro factor a resaltar de lo ocurrido el día sábado, es que demostró un “renacimiento” de la población limeña. Es notable que no se trata de la misma gente que evitaba expresarse de tal manera en público, ya sea por miedo a las futuras consecuencias (cortesía del gobierno del ex presidente, Alberto Fujimori), o simplemente por una costumbre de inmovilización, y que esperaba a las próximas elecciones a que un nuevo presidente arregle las cosas. En total contraste, el sábado se vio a ciudadanos unidos, decididos, y más fuertes que nunca, libres de toda inhibición y toda vergüenza por hacerse notar, buscando conseguir un objetivo en común: acabar con la violencia hacia la mujer.

Es necesario mencionar que la marcha del día sábado fue uno de los eventos más grandes en la historia (si no el más grande) del Perú. Sin duda, el Estado no podrá mirar hacia otro lado y dejar pasar una expresión de tal magnitud del pueblo. La gente ha hablado, y es la obligación de la entidad gubernamental responder.