Contingentes de migrantes africanos, menores incluidos, están padeciendo situaciones de abandono y abuso en las calles de Tánger, atrapados ante la imposibilidad de acceder a la frontera para pasar a Ceuta. Viven sin recursos en la ciudad marroquí.

Es sabido que la mayoría de las personas del África subsahariana que residen en Marruecos lo hacen para intentar cruzar la frontera que separa los dos países en los pasos de Ceuta y Melilla. Un gran contingente de estos ciudadanos, proveniente de los países más devastados por el hambre y la mísera del continente africano, está esperando una oportunidad para dar el salto a Europa, misión casi imposible después del endurecimiento de las leyes migratorias que la Unión Europea aplica a través de España en la frontera sur de Europa. Un endurecimiento que se ve agravado por la desproporcionada actuación que ejercen las fuerzas de seguridad marroquíes contra las personas que están en el bosque próximo a la frontera del Tarajal y el paso de Benzú en Ceuta, y que con la actuación de las españolas en el ya lamentable episodio del 6F en la playa del Tarajal, han dejado un número considerable de ciudadanos africanos muertos en el intento.

Pues mientras se suceden intentos de entrada, bien saltando la valla o en pateras, los migrantes que están residiendo en la parte norte de Marruecos, sobre todo en Tánger y Nador, son víctimas del abandono al que los han condenado las autoridades marroquíes, apoyado por sectores de la población que antes se mostraban más respetuosos y caritativos con ellos.

La escasez de recursos y la difícil situación económica de Marruecos hacen que sea casi imposible que un migrante africano pueda acceder a un trabajo mientras dura su peregrinación en el país alauita.

Mujeres y niños de corta edad son los que están pagando este incremento de la xenofobia que provoca el fenómeno migratorio. Se les puede ver deambular sin rumbo por las calles de la ciudad mendigando para poder cubrir las necesidades básicas. Incluso Cáritas Tánger está desbordada ante el incremento de africanos que van a pedir ayuda a la entidad humanitaria de la Iglesia, una organización cuyo trabajo impide que la vida de estas personas resulte más penosa si cabe.

Ahora con el hambre de los niños africanos que están en Tánger nos enfrentamos a una grave crisis humanitaria, unos refugiados que tienen la mala suerte de estar en esta zona y que pocos atienden.

La política de inmigración coordinada entre España, como gendarme de Europa, y Marruecos, como el socio beneficiario de dicha estrategia, conlleva un incremento en el abuso de los derechos humanos fundamentales a través de una violencia explícita y extrema. Una actitud que no ha frenado las entradas a España de inmigrantes subsaharianos, como en los casos de la valla de Ceuta, cuando se encaramaban varias horas en distintos días jóvenes migrantes, esperando a que por motivos humanitarios y de salud pudieran ser conducidos al centro de inmigrantes.

Pero ni la mediación ante la Delegación del Gobierno en Ceuta de una senadora de Podemos, que concluyó sin que la parlamentaria formulara denuncia pública alguna, sirvió para impedir que un joven camerunés que tras 30 horas en la valla del perímetro fronterizo entre Ceuta y Marruecos fuera devuelto al otro lado de la frontera.

 

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