Por Carlos Crespo

Mientras escribo esta nota miles de peruanos marchan de manera pacífica en calles y plazas de la capital y de numerosas ciudades de Costa, Sierra y Amazonía, así como en más de diez ciudades del mundo. Se trata de la “Marcha Contra Keiko Fujimori y el autogolpe del 5 de abril de 1992”, convocada por colectivos sociales. A 24 años del golpe de Estado, que dio paso a “una de las etapas más obscuras, ignominiosas y complejas del Perú” (República, 4 de abril 2016), en las calles surge el clamor de “Nunca Más”. A tan solo cinco días de las elecciones presidenciales, se levanta el clamor contra la hija y ex primera dama del ex Dictador, así como actual candidata que, irónicamente, ocupa hasta el momento el primer lugar en las encuestas.

A pesar del cuidadoso marketing político desarrollado por la campaña de Keiko para borrar de la memoria colectiva una de las etapas más dolorosas de la historia reciente del Perú y para deslindar su vínculo con la herencia de corrupción, asesinatos y violación de libertades y derechos del gobierno de su padre, crece como espuma el clamor de “Nunca Más”, a medida que se acercan las elecciones de primera vuelta.

¿Cómo no escribir sobre el Perú de hoy? “El Perú en su laberinto”, como lo ha llamado el periodista Jorge Bruce. Cuando en América Latina, los llamados gobiernos progresistas se encuentran hoy bajo la lupa, luego de una década en el poder, en el Perú neo liberal ha crecido sorpresiva y vertiginosamente la candidatura de un “Frente Amplio” de izquierda, bajo la figura de una joven de 35 años, nacida en Cuzco, que propone nueva Constitución, renegociar los contratos mineros y del gas con las transnacionales, y aprobar el aborto. Ella habla con sencillez de crear condiciones para una existencia digna de las generaciones actuales y futuras.

Cuando se imaginaba superado el pasado, el olvido se ha vuelto imposible. Retorna la escena pública la memoria trágica de la violencia, en la voz de las nuevas generaciones que “no quieren más de lo mismo”. Los viejos temores ante el cambio social resurgen en una sociedad profundamente inequitativa, alimentada en la última década por el mito del desarrollo con los discursos de la inversión extranjera y el libre comercio. La jerarquía católica, por su parte, toma partido: el Arzobispo de Arequipa declaró hace pocos días en el púlpito que “un católico no puede votar por estos candidatos. ¡Es pecado!”; refiriéndose a Verónica Mendoza y Alfredo Barnechea (social demócrata), por su apertura ante el aborto y el matrimonio homosexual.

Las poblaciones olvidadas y maltratadas por el aperturismo al mercado, vuelven a “exteriorizar su malestar y su espíritu rebelde”, de manera dispersa y espontánea. Tal vez estamos en presencia de muchos signos importantes para el futuro de América Latina, que no alcanzamos a ver con más profundidad por la velocidad de los acontecimientos. Tengo ahora presente la frase de un niño campesino involucrado en la guerrilla por encontrar a su hermano, que al recordar un momento de sin sentido de la lucha, decía “ya no escuchábamos los discursos”.