Por Alejandra González Muniz.-

La evolución de la humanidad exige un cambio en las políticas públicas.

Si considerarnos lo planteado por Bolwby sobre que la razón principal de la estabilidad de nuestros modelos estaría relacionada con la falta de trabajo en el modelo mental que tenemos de nosotros mismos y los otros, podríamos pensar que parte de la estabilidad y continuidad de los estilos de apego disfuncionales pasa por la falta de espacios de desarrollo, reflexión, autoconciencia, autoconocimiento, re-significación, autoestima y por tanto potenciación de herramientas internas. Pero también pasa por un marco social y político que por sus planteamientos coarta la posibilidad de autonomía y pone en cuestionamiento un aspecto básico del desarrollo humano: la falta de apoyo. Esta se puede considerar no solo como ausencia de apoyo, sino como algo que va en contra del sentido de sensibilidad o dominio de la situación, que afecta nuestro autoconcepto, autoestima, desarrollo de la autonomía y sentido de seguridad. Si a esto último sumamos el individualismo al que el sistema neoliberal nos invita, comprenderemos que no solo estamos negando la base de la evolución del ser humano –somos seres sociales- sino que también la posibilidad de acceso a mayores y diversos modelos de vinculación que puedan tener las personas a lo largo de su vida.

Si consideramos que al día de hoy al analizar los síntomas que vivimos como sociedad estamos tendiendo a una mayor disfuncionalidad en los vínculos, cabría preguntarnos qué entornos de crianza, relación y gestión tanto en el plano personal, social e institucional estamos fomentando, qué mensajes estamos enviando cuando hoy la violencia y el individualismo en nuestras relaciones aparecen como síntomas de nuestra realidad invitándonos a preguntarnos si las mismas responden a intentos de desarrollar estrategias de supervivencia ante un mundo hostil, el problema es que estas estrategias nos llevarán a seguir retrocediendo a nivel de desarrollo humano, cuando en vez de ello podemos jugar otra carta, la de la capacidad de evolución.

En este sentido es que afirmo que nuestra política y el mercado no pueden seguir levantándose desde nuestras historias. Padres tenemos unos y, si queremos un mundo donde el bienestar y desarrollo humano sea una realidad, merecemos darnos la oportunidad de generar un nuevo modelo que ya no nos remita a Patriarcado y Matriarcado -Madre/Padre mercado o Estado- cuando paralelamente no existe un cambio profundo en los modelos de desarrollo educacional y social. Creo que lo que hoy necesitamos es traducir en políticas aquellos factores que facilitan el desarrollo, no la dependencia de lo humano ni su vulnerabilización en pro de intereses económicos y de poder.

Un cambio como el que planteo implica no solo intervenir y pensar en los que ya estamos aquí, sino que también prevenir, porque ninguna ideología puede negar lo que disciplinas como la epigenética nos están mostrando en cuanto a la importancia del ambiente en el período prenatal y postnatal. Si queremos promover el desarrollo humano, nuestras políticas públicas deben asegurar todos aquellos aspectos relacionados con el reforzamiento de los vínculos primarios, como también la evaluación e intervención sobre lo que hoy entendemos por violencia, porque incluso las jornadas laborales que tenemos y la forma de vida que hoy llevamos podrían jugar en contra. Hablamos de efectos que podrían tener repercusión a nivel transgeneracional y ante esto te pregunto: ¿nos vale un discurso ideológico de derecha o izquierda para enfrentar estas problemáticas? A mi no me sirve, y menos me sirve si pienso que hoy por hoy el porcentaje de la población mundial que nace, crece y se desarrolla en ambientes poco favorables va en aumento. Menos me sirve cuando veo que en vez de reforzar la capacidad vincular del ser humano, pareciera ser que estamos obcecados con resquebrajarla.

La potenciación de entornos de buen trato desde lo individual a lo institucional y, por tanto, el fortalecimiento de vínculos saludables, la presencia y consideración de los factores que lo favorecen a nivel de nuestras políticas, como la comprensión individual sobre como cada uno de nosotros, puede tener un impacto en la vida, bienestar y desarrollo de otro. Podrían ser respuestas ante las problemáticas que vivimos y, en este sentido, pienso que algo así demanda el establecimiento de políticas que fomenten los vínculos humanos, la consideración de la educación emocional y relacional como aspecto clave del desarrollo de un país y el fomento de redes que permitan a las personas un mayor acceso a alternativas de vinculación.

Estoy convencida de que gran parte de los problemas que tenemos responden a un proceso de socialización que en la base fomenta la renuncia y desconfirmación a nuestro sí mismo, como también a la negación del tiempo de calidad y recursos emocionales que necesitamos desarrollar a la hora de entender el peso de las relaciones en nuestro desarrollo y el de los demás. Un sistema como en el que vivimos, que fomenta la cosificación de lo humano, que a su vez impulsa la competición y una educación que fomenta saberes más que autoconocimiento, alejándonos de nuestras potencialidades, sueños y vocaciones e invitándonos a la autotraición no es augurio de evolución. Un sistema como en el que vivimos genera inseguridad, nos pone al “servicio” del otro, nos orienta a compararnos con el otro, a competir con el otro y a negarlo, negándonos a nosotros mismos también en ese camino. Creo que llega la hora de comprender que tenemos que generar entornos de bienestar, integrar facilitadores que hagan que las personas ganen en autoconfianza, autonomía y autorrealización con el fin de potenciar una sociedad equilibrada, un mundo y un país que fomente el gran potencial que estamos desaprovechando.

En este sentido, una educación y/o gestión estandarizante que niegue la singularidad, mine las fortalezas y potencialidades internas como la capacidad de vinculación y desarrollo relacional y emocional, promueva la deslegitimación de necesidades, el descrédito del potencial individual o el no re-conocimiento personal, un entorno sin ninguna garantía de seguridad o estabilidad incluso a nivel de Derechos Humanos, como entornos que promuevan la competición por sobre el autoconocimiento y autosuperación, entornos que dificulten el desarrollo de nuestros diversos roles, entre otros, podrían ser entendidos como factores que nos alejan del bienestar y del desarrollo humano.

Soy consciente de que un cambio como el que planteo demanda un nuevo modelo de gobernabilidad y, en este sentido, dejando la puerta abierta a los temas que seguiré desarrollando sobre el modelo político que, creo, hoy necesitamos para avanzar, cierro este texto sumando la reflexión que hace unos días Pedro Pablo Vergara Meersohn compartía conmigo: “Maturana y Valera definen el mundo cognitivo como parte de la interacción sistema-ambiente, abriendo la puerta al análisis de los sistemas sociales, de las organizaciones y de la política, donde los problemas se llaman bien común, inteligencia colectiva y autorregulación social, sin olvidar el conflicto entre auto-mantención y cambios continuos, que presupone la idea de auto-preservación, que en el lenguaje de Maturana, se llama autopoiesis y que tiene como propiedades básicas la misma auto-regulación, organización y regeneración y además de proyecto. En este cuadro teórico, la rivalidad entre diferentes fuerzas políticas se transforma en negación y destrucción y éticamente nos obliga a redefinir los objetivos e instrumentos de política misma, subordinándola al bien común y al diálogo. Esta estructura conceptual, que está tomando fuerza, implicará además un cambio de lenguaje, donde la actividad política tendrá que autodefinirse como forma de colaboración, que trasciende los objetivos parciales de un grupo o partido y donde la defensa y protección del sistema (léase sociedad) es fundamental”.

Qué mundo quieres… yo me lo pregunto. Porque sé que otro mundo es posible y depende de todos.

 

Este artículo fue publicado también en Wall Street International

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