El sueño fue nítido y muy vívido. Allí estábamos, conversando junto a otros amigos con Silo.1

Silo hablaba, pero no recuerdo sobre qué. Tampoco puedo decir con claridad quiénes más participaban del ameno conciliábulo. Quizás, como en tantas otras oportunidades, perdía gran parte de la riqueza de la situación por estar demasiado pendiente de mí mismo, ensimismado en qué decir o qué hacer.

Hasta que en algún momento apareció la “oportunidad” y comenté con aires de cierta sapiencia algo sobre el avance del género femenino como tendencia en el panorama humano. Después, me resultó alarmante observar cómo podía identificar mi participación en esa ocasión a través del reconocimiento de ciertas conductas mentales habituales. Y no precisamente de las mejores…

Silo – con esa suerte de mirada expectante que solía poner, frunciendo algo el ceño, bajando una ceja y anticipando una sonrisa – comenzó a inquirirme para que desarrollara algo más aquella apreciación. En aquel gesto eran reconocibles los viejos trazos de la mayéutica socrática – que acaso conducían al interpelado hasta los límites de su propia inconsistencia argumentativa y lo reconducían a una búsqueda más fructífera…

Luego de que yo ofreciera algunas “sagaces” apreciaciones accesorias, él me preguntó si yo sabía quien había organizado científicamente la distribución de las plantas en un jardín, a lo cual respondí con total certeza que no.

– Fue un griego, dijo y señaló el costado de la maceta rectangular algo rota, alrededor de la cual – como si se tratase de una mesita baja – transcurría la reunión. – En ese tiempo, agregó, los varones se ocupaban de los jardines, pasando luego a otros temas de mayor pertinencia para la reunión.

Fue el momento en que desperté de ese sueño, exquisito e inquietante a la vez. Poco después, al intentar develar alguna significación de la aventura onírica, aparecieron de repente poderosas y convincentes relaciones.

Días (y semanas y meses atrás) había concitado un enorme interés en mí, la pregunta por la evolución de la acción y el pensamiento humanista, a la cual había respondido – en términos intuitivos – con la posibilidad de que fuera necesario encarar con convicción una etapa de mayor complementación con el medio, con otras fuerzas sociales y corrientes de pensamiento. Para tranquilidad de mis semejantes, debo advertir sobre la segura inoportunidad que siempre acompaña a mis “certezas”, con lo cual, ellos y yo quedamos protegidos de su azarosa implementación.

A pesar de ello, en este período, no había podido resistir la tentación, involucrándome intencionalmente en esa experiencia para poder apreciar sus dificultades y visibilizar caminos que pudieran conducir a una fructífera convergencia. Esto presuponía de mi parte nuevas capacidades, no sólo aquellas con las que intentaba permear al medio con influencia creciente – como ha sido lo habitual durante los últimos cuarenta años – sino también las de disponerme a ser permeado por lo mejor de los demás. Es decir, tener la intención y la atención puesta en un genuino complemento, en una apertura no soberbia, que pudiera producir una síntesis de superior calidad que la dominación del todo por una de las partes.

No sin cierto desasosiego, cavilaba también entonces (y lo sigo haciendo) acerca de la enorme paradoja que supone que toda doctrina y sistema de prácticas – al menos según parece mostrarlo en un primer acercamiento la historia – tiende a transformarse, acaso perdiendo algo de su esencialidad y calidad primigenia, para lograr avanzar en su influencia en el mundo. Tal afirmación escandalosa e inconfesable – imposible de ser demasiado comentada públicamente – era reforzada si se consideraba la acción del tiempo histórico y los efectos del contacto con moldes culturales diversos.

Dichos pensamientos conducían a una sensación de congoja, al ponderar que todo esfuerzo por renovar el paisaje humano tenía necesariamente que ceder absolutos a la relatividad de paisajes anteriores, que aún fracasados, operarían todavía como filtro y lastre remanente sobre el novedoso material en ascenso.

Tales sentires trágicos se veían por otra parte compensados parcialmente por el hecho de que llevaban a flexibilizar la mirada y a permitir nuevas interacciones con el entorno abandonando la rigidez altiva de la afirmación de la propia identidad como objetivo último.

Volviendo al alucinante momento del sueño, comprendí instantáneamente como lo “femenino”, como temática argumental, era una señal que mostraba a las claras aquella preocupación por lo complementario – al menos para mi propia vivencia masculina.

Pero el sueño apuntaba más allá y hablaba de la superación de la opresión de género, de reglas y usos que habían sido y habían de ser aún transgredidos, para continuar el avance de la especie. El oráculo había hablado y la interpretación indicaba que tal complemento era sólo evolutivo si contenía en sí mismo la transgresión y la superación de lo que nos impide crecer – la violencia histórica – encarnada en el sueño en el cuenco avejentado, algo deteriorado y sin plantas.

El “griego” que había inventado la distribución ideal de la vegetación en el jardín no era sino aquella sabiduría profunda, aquel Buen conocimiento que nos permitiría reformular los moldes de una sociedad caduca hacia un estadio social más elevado, que no sólo facilite una convivencia más armónica sino la exploración de nuevos rumbos para el ser humano.

La transgresión, la dirección creciente de cambio es la que da sentido al complemento, no una vacía compensación de carencias sin propósito ascendente.

La unión de fuerzas históricas podía complementarse hacia inestables horizontes, deshaciéndose por el contrario en la precariedad de una ilusoria conservación.

De ese modo, aquella mañana encontré no solamente una significativa respuesta a interrogantes en los que estaba enmarañado, sino también una abundante y brillante alegría que me lanzaba con fuerza hacia el mismo antiguo pero siempre renovado compromiso.

Junto al interior agradecimiento, me prometí entonces compartir algo de esa reconfortante experiencia con otros.

Así, en estas fechas consideradas de cambio de ciclo, saludo a todas y todos deseándoles un año pleno de complemento y transgresión.

Y por supuesto, colmado de paz, fuerza y alegría.

 

 

1 Silo (de nombre civil Mario Rodriguez Cobos) es el fundador del Movimiento Humanista y de la corriente espiritual generada en torno al libro “El Mensaje de Silo”.