Mario Bravo nació en un centro clandestino de Tucumán, entre mayo y junio de 1976. Su mamá, Sara, había sido secuestrada en julio de 1975, en la puerta de su casa. En la cárcel de Villa Urquiza parió a su hijo: no pudo abrazarlo, ni siquiera confirmar si era varón o mujer. Los dos se acercaron en diferentes momentos a Abuelas. El mes pasado la CONADI lo confirmó: eran madre e hijo. «Es hermosa, como yo», bromeó él hoy.

Por María Eugenia Ludueña para Infojus Noticias

Lleva la bravura en un apellido que no tenía por qué ser el suyo. Todavía no sabe qué día nació ni quién es su padre. Mario Bravo llegó al mundo en un centro clandestino de detención en Tucumán, en algún momento entre mayo y junio de 1976. Su madre, Sara, trabajaba en un hotel y había sido secuestrada una madrugada de julio de 1975, en la puerta de su casa. Ocurrió en la provincia más pequeña del país, donde el Operativo Independencia ensayó en nombre de la doctrina de la seguridad nacional, las escuelas de la represión que vendría después en manos del Estado.

Sara tenía 19 años (nació el 25 de enero de 1956 en Tucumán) y dos hijas, de 1 y 3. Aquella madrugada de invierno, un auto le salió al cruce en la puerta de su vivienda y le impidió el paso. De allí la trasladaron a la comisaría. De la comisaría a la Jefatura de la policía provincial, aunque el destino final fue la cárcel de Villa Urquiza.

En esa cárcel clandestina, un eslabón en el circuito represivo de la provincia, era común ver a mujeres –que sufrían todo tipo de torturas y vejámenes- e incluso a niños, tal como han declarado los sobrevivientes ante los tribunales que juzgan los delitos de lesa humanidad. Sara estuvo secuestrada ahí y gestó a un bebé en su vientre. Dio a luz entre mayo y junio de 1976. Apenas llegó a escuchar el llanto de su hijo. Todo lo que recuerda es que un enfermero se lo arrebató inmediatamente. No pudo abrazarlo, ni siquiera confirmar si era varón o mujer. En noviembre de 1976, después de más de un año y cuatro meses de cautiverio, la liberaron al costado de unos cañaverales. Desde allí caminó hasta el Hospital del Carmen, donde quedó internada.

Sus dos hijas fueron a parar una a un orfanato y otra a casa de una vecina, hasta que logró recuperarlas. Con el tiempo, tuvo cuatro hijos más. Vivió amenazada durante varios años. Recién más de tres décadas después, se animó a afrontar la búsqueda colectiva de ese bebé robado que trató de encontrar en soledad. Lo había gestado y parido en condiciones durísimas, lo había imaginado varón, y quería buscarlo de otra manera. Lo hizo de la mano de una persona conocida y de integrantes de la agrupación HIJOS. Primero se acercó a la Secretaría de Derechos Humanos de Tucumán, en 2004, y denunció el caso. Dos años después intervino la Secretaría de Derechos Humanos de Nación y con ella, la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad. Se abrió un expediente y en 2007 Sara dejó su muestra de sangre  al banco Nacional de Datos Genéticos para que fuera cotejada con otras.

“Bienvenido tío Mario”

En otra provincia, la de Santa Fe, Mario Bravo también desplegaba desde chico una búsqueda, diferente.  De niño alguna vez sospechó que quizás no fuera hijo de ese matrimonio que lo criaba con cariño en Las Rosas –una localidad agropecuaria, a orillas de la ruta 178, a 40 kilómetros de Córdoba-. Pero no lograba confirmarlo. En los papeles, aparecía inscripto como nacido en 1977 en Santa Fe. Con los años, las dudas crecieron.  En medio se casó con Maru y tuvieron tres hijos. En febrero de este año, se acercó con sus dudas a la filial de Rosario de Abuelas de Plaza de Mayo. Su caso fue derivado a la CONADI, que pidió al Banco Nacional de Datos Genéticos que le realizara la extracción de sangre. El 19 de noviembre, el entrecruzamiento reveló que es hijo de Sara. Hablaron por teléfono varias veces antes de conocerse personalmente.  Y él enseguida se convirtió en un hijo contenedor.

En la radio local, FM Renacer de Las Rosas, un día antes de viajar a Buenos Aires, Mario reveló su identidad y contó que su madre  acababa de llegar a Retiro y le había enviado un mensaje. “Ella no viajó en avión porque le tiene pánico, por eso viajó en ómnibus. Está muy contenida, reviviendo muchas cosas feas, porque estuvo casi dos años en cautiverio. Cuando le informaron, le preguntaron si quería hablar conmigo, y ella dijo ‘si por supuesto’. El miedo es lógico, porque acá no están todos presos todavía. A ella la amenazaban y le costaba hacer la búsqueda, con el agravante que un represor (Antonio Domingo) Bussi, seguía en el gobierno”.

En la conferencia de prensa de Abuelas de Plaza de Mayo, donde se presentó hoy, después de abrazar a su madre, contó que las personas que lo criaron fallecieron. “No reniego de mi crianza. Mis padres fueron totalmente engañados, ellos me contaron como fue y esto no se lo hubiesen imaginado en la vida. En mi pueblo nos conocemos todos. Ellos venían de perder una hija de 6 años hacía 6 meses, les traían un hijo adoptado”, contó. Su madre de crianza falleció hace cuatro meses. “Vivíamos con ella. Prácticamente terminó de criar a mis hijos”.

Con la verdadera identidad, Mario dejó de ser hijo único: “No tenía a nadie. Ahora tengo seis hermanos, varios sobrinos y mucho gasto para Navidad”, bromeó. Y destacó el apoyo de su familia: su esposa, sus hijos, “las hermanas de mi esposa, mis suegros, mis amigos que vinieron en caravana conmigo”. Los sobrinos armaron un grupo en Whatsapp y le escribieron: “Bienvenido tío Mario”.

Cuando le preguntaron por su madre, no dudó:

-Es hermosa, como yo.

-Son iguales –se rio Estela de Carlotto, testigo del encuentro.

El abrazo que hoy se dieron madre e hijo fue largo, contenido, interminable. Duró varios minutos. Tardó 39 años.

Fotos de Juan Ignacio Calcagno

El artículo original se puede leer aquí