Por Santiago O’Donnell /santiagoodonnell.blogspot.com.ar

No es fácil escribir sobre derechos y garantías individuales y responsabilidad estatal el día después de Paris, el día después de que que el presidente frances declarase «no tendremos piedad». No es fácil pero se hace urgente y necesario porque cuanto más grande el dolor, más fácil se confunde justicia con venganza.

Catorce años atrás, sobre los escombros todavía humeantes de las Torres Gemelas, George W.Bush prometió: «Vamos a quemar sus madrigueras, ponerlos a correr y traerlos a justicia,» en referencia a los responsables directos e indirectos del atentado. Acto seguido procedió a invadir Afganistán, luego Irak, mientras autorizaba y supervisaba un programa de secuestros ilegales, traslados clandestinos, asesinatos extrajudiciales y salvajes torturas que duró hasta el final de su mandato y que en algunos aspectos se prolonga, atenuado, en el actual.

Bush fue acompañado por una sociedad que avaló en silencio las torturas y los asesinatos, mientras la industria cultural los naturalizaba en películas y series de televisión. El plan no sirvió para nada. No ayudó a condenar terroristas, ni trajo paz a los muertos del 11-S, ni llevó consuelo a sus deudos. Sólo más violencia, más guerra, más terrorismo, más miedo y más degradación de la especie humana.

Ahora le toca a Francia, cuna del iluminismo y capital de la cultura occidental, enfrentar el mismo dilema que Bush resolvió con su claudicación moral. Con rabia, con dolor, hay que decir que el «sin piedad» de Hollande no puede significar «vale todo» o «sin respeto por la condición humana». No debería hacer falta, pero los ejemplos sobran para decir que todavía no aprendimos: la tortura no sirve, la gente dice cualquier cosa bajo tortura, y además está mal torturar. Y secuestrar. Y desaparecer. Y matar, sobre todo desde el Estado.

Terrorismo sobre terrorismo, cenizas sobre cenizas. Se hace difícil pensar en el Estado cuando uno no tiene ningún control sobre la locura yihadista, y es esa locura la que hoy hace que lloremos por Paris. Se hace difícil entender porque entender se parece a justificar y nadie quiere eso y menos hoy. Pero la violencia descontrolada, la guerra, la invasión de tierras lejanas, la tortura y el secuestro no pueden ser las únicas respuestas cuando una agresión amenaza, precisamente, a nuestra civilización.
Porque seguimos siendo humanos, ¿no?

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