El 11 de Octubre es reivindicado y celebrado simbólicamente por muchas comunidades y colectivos como el último día del Abya Yala libre – según la denominación del pueblo kuna – previo a la invasión colonial de los imperios europeos en la región que luego – en idiomas hasta entonces desconocidos allí – sería rebautizada como “América”.

El 12, en cambio, es un día de lucha por la reparación histórica de los crímenes cometidos contra las culturas originarias. Es una fecha que indica la necesidad de recordar y reparar el agravio al que los habitantes de estos lugares fueron sometidos por parte de afiebrados conquistadores, de monarquías depredadoras y de una iglesia en severa decadencia, que legitimó tal fechoría, imponiendo su culto extranjero por la fuerza y pretendiendo suplantar la espiritualidad desarrollada y presente en las etnias aborígenes.

Esta tarea de esclarecimiento y compensación histórica es absolutamente consistente con el reclamo por los derechos humanos. Es además, ineludible.

Tal parece que dicho proceso va avanzando. El derecho a la plena identidad cultural ha ganado terreno frente al renovado embate neocolonial. Así se afirman trazos autóctonos anteriores al despojo colonial, asumiendo éstos la categoría de estandartes de insumisión y hasta logrando la plurinacionalidad su reconocimiento formal en constituciones y sistemas legales en varios países de la región.

Aún más, la diversidad cultural, comienza a ser un rasgo permanente de nuestra conciencia social, opuesto a la asfixiante uniformidad.
La afirmación de lo diverso abre las puertas a una revalorización de cada grupo humano, sometido antes injustamente a modelos invasores. Afortunadamente, es posible constatar que este avance social y personal no transita por el destructivo camino del revanchismo y la venganza, sino por el de la plena equidad y el de una nueva mirada frente al diferente.

El 13, me parece un día propicio para avanzar aún más, animándonos a converger en la diversidad. A construir, como diferentes, proyectos comunes. El día de una futura Convergencia de las Culturas.

Por esa senda, reflexiono sobre mi propia identidad cultural, dándome cuenta que esa convergencia ya está en mí.

¿Quién soy? Reconozco nítidos rasgos acuñados en una infancia que recogió milenarias costumbres de pueblos que hoy ya no existen o que no existen del mismo modo que entonces. Pero también veo en esa niñez y adolescencia sonidos, sabores, texturas, usos y vocablos que llegaron a mí por muchas otras vías. Aún en mis más íntimos pensamientos o sentimientos anidan tejidos de muy diversa procedencia. Está claro. Soy un mestizo cultural, formado por una gran variedad de paisajes humanos históricos. Reconozco y agradezco en mí el aporte de tantos pueblos tan distintos.

Pero el asunto no queda allí estático ni estancado. La Humanidad y con ella, uno mismo, no nos detenemos. ¿Hacia dónde voy, hacia dónde vamos?

Por necesidad, hacia un arco iris cultural donde cada particularidad brille con su especial color y logre su misión en función del conjunto humano, hacia una mixtión creativa de los mejor de todos, hacia esa interesante combinación convergente, que el pensador del Nuevo Humanismo, Silo, dio en llamar Nación Humana Universal.

Acompañando esta imagen, detrás del prisma vivo que reconocemos en la diversidad humana proyectándose con matices distintos, vemos brillar aquella luz que a todos nos alumbra.