El miedo y el deseo marcan buena parte de nuestras pulsiones. También en política. En los pasadizos subterráneos de nuestra conciencia el miedo es tal que hay quienes prefieren sobrevivir sin deseo a vivir con miedo.

En los próximos dos meses todos tenemos que decidir qué relato queremos dejar a quienes en el futuro escriban nuestra Historia: un relato en el que pasamos de puntillas, movidos por el miedo y la desafección o un relato que cuente que nuestra generación realmente lo intentó.

Por Olga Rodríguez

Deseo: Movimiento afectivo hacia algo que se apetece

Miedo: Recelo que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea

Según la RAE, deseo es “movimiento afectivo hacia algo que se apetece” y “acción y efecto de desear”. Desear, según la RAE, es «aspirar con vehemencia al conocimiento, posesión o disfrute de algo» y «anhelar que acontezca o deje de acontecer algún suceso».

En política, y en todo lo relacionado con ella, se están dando dos deseos principales y contrarios. Uno es el movimiento afectivo hacia el cambio, por considerarlo necesario y por tener conciencia suficiente como para saber que el aumento de la desigualdad y la injusticia está pegando duro en nuestra sociedad. El otro es el deseo contrario: el movimiento afectivo hacia el statu quo, es decir, el deseo de que todo siga como hasta ahora.

Entre los integrantes de este último movimiento afectivo se percibe mayor tranquilidad que en meses pasados: hay encuestas que garantizan la permanencia del funcionamiento actual de las cosas, ya sea a través del bipartidismo o de Ciudadanos, un partido que se autoproclama liberal en lo económico y que por tanto no tendrá problema alguno en mantener eso que se llama con el eufemismo de “desregulación económica” y que al final siempre beneficia a los que parten del casillero de salida con más ventajas y privilegios que el resto.

Esa tranquilidad se apuntala a través de comentarios que dan por hecho el triunfo de las mismas políticas económicas: “Gobernará el PP con Ciudadanos”, dicen unos, “o quizá PSOE con Ciudadanos”, dicen otros. “O incluso Ciudadanos puede dar una sorpresa y arrasar”, añade alguien más, uniendo pronóstico con deseo. Todos tranquilos.

No están tan tranquilas sin embargo las familias que de nuevo sufrirán pobreza energética este invierno, sin dinero para luz y calefacción, ni están tan tranquilas las que no llegan a fin de mes. Ni hay tanta tranquilidad en las casas con niñas y niños sin la educación de calidad que merece todo ser humano.

Ni estamos tan tranquilos los que tenemos amigos desempleados, sin recursos, sin ayudas y sin embargo con enorme conocimiento y ganas de aportar, para formar parte. No están tan tranquilas las víctimas de las preferentes, de los desahucios,  de contratos efímeros y de condiciones dolorosamente precarias.

Además del deseo, hay otro “movimiento” que opera a menudo en política: el miedo. Según la RAE, miedo es “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” y “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”.

El miedo en grandes dosis a veces anula un deseo, porque en los pasadizos subterráneos de nuestra conciencia el miedo es tal que hay quienes creen que pueden erradicar el miedo de sus vidas renunciando al deseo. Pero sobrevivir sin deseo no garantiza el fin del miedo, que sigue existiendo disfrazado de escepticismo, de incredulidad, de desgana, de desafección: el cobarde prefiere no esperar nada y no luchar por nada antes que llevarse una decepción. Cuando ve que aquello que desea no le está garantizado, trata de mostrar indiferencia ante el objeto deseado, porque prefiere no tenerlo a una derrota con testigos.

El miedo y el deseo marcan buena parte de nuestras pulsiones. También en política. El deseo de un proyecto común con metáforas amplias capaces de unificar a más gente en torno a una herramienta de cambio político se enfrenta con un discurso de múltiples portavoces que vocifera que no se puede, que el bipartidismo es la opción más responsable y que en ello Ciudadanos puede jugar un papel útil.

El deseo hacia unas políticas dispuestas a modificar aquellas dinámicas nocivas de la economía que nos han llevado a más a unas condiciones de vida cada vez menos dignas se da de bruces con el miedo que intenta inocular el discurso del statu quo. Y, ante ello, hay quien se verá tentado a quedarse por el camino, porque la posibilidad de la derrota es dura, porque el riesgo a sentirse decepcionado por una victoria también lo es.

Lo expresó bien Silvio Rodríguez en una hermosa canción: “Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias. Se quedan ahí. Ni el recuerdo los puede salvar ni el mejor orador conjugar”. Desde el 15M de 2011 hasta hoy se han unido muchas personas brillantes, válidas, honestas que tuvieron claro que no somos mercancía en manos de políticos y banqueros.

En los próximos dos meses todos -políticos que desean un cambio y ciudadanía- tenemos que decidir qué relato queremos dejar a quienes en el futuro escriban nuestra Historia: un relato en el que pasamos de puntillas, movidos por el miedo y la desafección, o un relato que cuente que nuestra generación realmente lo intentó.

Yo, por si acaso, me permito la obligación de querer y creer que sí se puede. Y cuando me encuentro a uno de los del statu quo frotándose las manos me divierto imaginándole en un país con un Gobierno dispuesto a romper las correas del clientelismo y las políticas de la desigualdad. Porque para dejar de soñar ya habrá tiempo cuando nos muramos.

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