La pobreza, junto a la creciente demanda y al poder de convicción de intermediarios inescrupulosos –en creciente medida ex-donantes– alimenta un mercado ilegal de riñones. Se trata de una solución aterradora para la crónica escasez de órganos en un país con una alta incidencia de diabetes (ocho millones de enfermos, sobre un total de 160 millones de habitantes) y en le que por lo menos 2.000 personas necesitan trasplantes cada año.

La zona rural de Bangladés, con una sobrepoblación de gente en su mayoría empobrecida y a veces forzada a terminar en las manos de los usureros, es un “banco” inagotable de riñones para una red clandestina de trasplantes. Las leyes del país permiten la donación en vida solo entre parientes consanguíneos, y la cesión de un riñón en el mercado clandestino puede significar para el donante hacerse de 4.500 dólares, una cifra equivalente a años de ingresos medios. Sin embargo, muchos acaban recibiendo solo pocos cientos de dólares o incluso nada más que promesas incumplidas.

Al igual que lo sucedido en la localidad de Jayphurat –hasta que la policía logró desmantelar en el 2011 la red que había promovido por lo menos 200 extracciones– hoy es sintomática la situación de la localidad de Kalai, a 300 kilómetros de la capital. La policía estima que en esa aldea unos 40 habitantes han sufrido extracciones ilegales de riñones solo desde comienzos de este año, y en la última década las víctimas han sido tal vez 200 personas.

Los esfuerzos de las autoridades han producido algunos resultados, con la individualización de traficantes, personal médico y clínicas, pero al mismo tiempo ha llevado a un nivel más profundo la clandestinidad del tráfico, que con frecuencia termina en India y aprovecha las conexiones en el territorio bangladesí.

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