Por Néstor Tato

Buenos Aires fue sede del Congreso Jurisdicción Universal en el Siglo XXI. La Fundación Baltasar Garzón (FIBGAR), del emblemático juez español que hizo valer este principio con los juicios por violación de derechos humanos en Argentina cuando aquí habían sido abortados por las leyes de impunidad, y con la detención de Pinochet por los británicos, fue la organizadora del evento conjuntamente con la Presidencia de la Nación y los ministerios de Justicia y Derechos Humanos y de Relaciones Exteriores.

Estuve tentado de titular “Baltasar y sus amigos o la pesada de los DDHH” porque el escenario del Teatro Nacional Cervantes fue el marco para el desfile de las personalidades más destacadas en la materia a nivel internacional. Para un detalle del evento, aconsejo acudir a su web (www.principiosju.org) pero basta hablar de Raúl Zaffaroni (que acaban de nombrar juez de la Comisión Interamericana de DDHH), Rigoberta Menchú, Joan Garcés, Jorge Auat, Hugo Cañón, Daniel Rafecas, Fernando Andreu, Raji Sourani, George Kegoro, Horacio Verbitsky, para dar una idea del nivel de los paneles que trajinaron el tema desde todos los ángulos en estos dos días, que tuvieron su nota original con una videoconferencia con Julian Assange.

Se trata de una idea que comenzó a tomar forma en el congreso celebrado en Madrid por la FIBGAR en 2014, donde se esbozaron los principios que terminaron de redactarse en Buenos Aires, en este cónclave de ángeles tutelares de la dignidad humana, y fueron presentados al final de la jornada.

La cuestión de la investigación y el enjuiciamiento de los crímenes de lesa humanidad fue expuesta desde todos los ángulos, destacando aquéllos que configuran el núcleo de los principios: que los criminales en materia de derechos humanos no puedan ampararse en las jurisdicciones nacionales al habilitar la prosecución ante los tribunales de cualquier país; que las víctimas ocupen el lugar principal tanto en la necesaria visibilización de su condición, clásicamente disfrazada o distorsionada por la propaganda, como en la procura de dar una cabal reparación a los daños causados; y la más reciente adquisición: la inclusión de los delitos ecológicos y económicos tomando medidas que permitan desbaratar la característica opacidad de las corporaciones internacionales, en especial, de los bancos.

Hubo reseñas históricas del camino hecho: cómo se superó en Argentina la barrera que implicaron las leyes de obediencia debida y de nulidad; sobre cuestiones técnicas del alcance de los principios, como es el caso de su extensión a las causas civiles; y si bien la visión de la tragedia implicada sobrevoló en todos los paneles, se adueñó de la escena cuando Sourani expuso la verdadera dimensión, la que no presentan los medios, de las penurias a que se ve sometido el pueblo palestino como consecuencia del sitio de Gaza y de las constantes guerras que libran los israelíes en ese minúsculo territorio contra la población civil inerme.

Aunque ya sea un clásico en el tema, la intervención de Rigoberta Menchú conmovió con el genocidio a que se vieron sometidos los mayas en Guatemala, el que, si se compara con la imagen también clásica del Holocausto, compite con él en dimensión, dada la proporción de las víctimas (200.000 y 50.000 desaparecidos) con la población total. Y también, permitió pulsar la relación real de fuerzas al relatar la maniobra de la defensa de Ríos Montt que logró paralizar su juicio desde hace dos años.

La nota magistral y casi desentonada la dio Zaffaroni, que merece una nota aparte. Aunque sea todavía un plexo de principios que se pide institucionalizar, configuran un claro ejemplo de que la humanidad se encamina hacia una nación universal.