A su hijo lo secuestraron en noviembre de 1976

Juanita Meller de Pargament es una de las primeras mujeres que marchó para pedir Justicia en abril de 1977, después del secuestro de su hijo Alberto, a quien recordó en una entrevista con Infojus Noticias. El encuentro con su nieto, después de 18 años y cómo fue socializar la maternidad.

Por: Infojus Noticias

Juanita Meller de Pargament cumplió 101 años y es la mayor de las Madres de Plaza de Mayo y de los diferentes organismos. Fue una de las que inició la larga marcha con Azucena Villaflor, poco después del secuestro de su hijo, Alberto José Pargament, ocurrido el 10 de noviembre de 1976. Desde entonces su vida giró en torno de su búsqueda y de la lucha compartida con las mujeres de los pañuelos blancos. “Mi hijo era un rebelde, un motor que no paraba en ningún sentido. Era médico y donde lo llamaban, iba. Con sus compañeros tenían ideas revolucionarias porque les dolía ver miserias”, lo recordó alguna vez.

Alberto, de 31 años, era médico psiquiatra y estaba casado. Fue secuestrado el 10 de noviembre de 1976 de su casa en Capital Federal. En un operativo militar, nueve hombres fuertemente armados y vestidos de civil ingresaron a su vivienda. Robaron muebles y objetos personales y al ver dos pasaportes con ingresos a Israel preguntaron si alguien allí era judío. Alberto contestó que sí. Le dieron una terrible golpiza diciendo que allí había judíos, y se lo llevaron. No se supo más nada. Tiempo después, fue visto con vida en el centro clandestino Campo de Mayo.

El operativo no fue casual. Lo tenían marcado por haber sido integrante del Área de Sanidad en la organización Montoneros, en la Columna Oeste del Gran Buenos Aires. Desde aquel día, su madre lo busca incansablemente: no dejó cuartel o comisaría sin recorrer. Su nieto nació en el exilio en Brasil y Juana lo conoció a los 20 años, cuando el joven fue a la casa de las Madres a preguntar por un libro donde señaló la foto de su padre.

El año pasado, cuando cumplió 100 años, Infojus Noticias le realizó la siguiente entrevista. Ese día se había levantado las 9 de la mañana y subió a la camioneta para llegar a las diez en punto al local de Madres de Plaza de Mayo. Juanita, que fue una de las fundadoras de la organización de derechos humanos, el 30 de abril de 1977, recordaba la primera vez que caminó alrededor de la Pirámide de Mayo. Sería un hito que repetiría durante 1.884 jueves, sin faltar uno solo.

Por el ruego de su familia, aceptó dormir una vez en casa de su hija y una en la suya. “Así el deseo de ellos se cumple”, había dicho. “Uno ha aprendido de esa libertad que tenía aquella juventud”, enfatizó, evocando la generación de su hijo Alberto José Pargament. –

¿Cuál es el recuerdo que conserva de Alberto?

-Alberto era un motor insaciable, el día le quedaba corto. Atendía un consultorio en casa, otro lejos, tenía un temperamento muy inquieto y estaba empecinado en cambiar el mundo. Él y todos esos muchachitos estaban llenos de cualidades, por eso se los llevaron: por la claridad y la valentía de luchar por algo.

-A usted no le gusta hablar del secuestro de su hijo como una tragedia individual.

-Es un tipo de pacto de conformidad que tenemos con las Madres. Porque cuando hablamos de los hijos hablamos de las mismas cualidades y defectos, entonces por qué separar las cosas, si luchaban por lo mismo, si todos entregaron su vida por ese cambio que querían.

El segundo quiebre

La desaparición forzada de Alberto no fue el único cachetazo que Juanita tuvo que sobrellevar. Cuando secuestraron a Alberto, él estaba esperando un hijo. Pudo tenerlo en brazos unos pocos días porque la madre, empujada por el horror cotidiano, decidió irse a Brasil. Juanita no estuvo de acuerdo con la decisión. “Desde el primer momento yo le dije que no se fuera, pero teníamos puntos de vista muy distintos. Ella me decía que Alberto no estaba más, que para qué íbamos a buscarlo. Yo le dije que para mí era prioritario, que no iba a parar y a entregar todo lo mío hasta encontrarlo”.

Juanita no la compartió, pero no le quedó más remedio que aceptar la partida de su nieto. Muchos años después, un joven con 18 años entró al local anterior que las Madres tenían Hipólito Irigoyen. Ella estaba atendiendo y le preguntó qué necesitaba.

-Me dijeron que acá hay libros con fotografías -le dijo.

-Aquí hay una vitrina. Elegí el que quieras –respondió ella.

El pibe señaló uno. Juanita se lo dejó en las manos. Lo abrió, pasó las páginas y dijo:

-Éste es mi padre. Yo soy Javier.

Juanita le tomó las manos:

-Me alegro de conocerte, de verte. Cuando quieras vení a verme a mi casa y conversaremos, quisiera que lo conocieras a través mío.

Javier fue. Pero no fue el encuentro anhelado. “Vino a mi casa, tomamos Coca y conversamos. Yo le había preparado fotos de Alberto, pero era distinto. Nada de eso le interesó. Lo habían criado con una moral distinta, una manera distinta de vivir, así que nos terminamos alejando”.

Socializar la maternidad

-Alguna vez dijo que las Madres habían tomado una determinación única en su género, que había sido socializar la maternidad. –

-La sociabilización de la maternidad fue una actitud realmente valiente y épica. Cómo íbamos a hablar de uno, luchar por uno, cuando se han llevado a tantos. Hubiese sido una actitud muy egoísta. Estuve 37 años sin parar, acompañada por estas madres que siguen aguantando, teniendo esperanzas, entregando siempre un poquito más en nombre de estos hijos queridos que nunca más volvimos a ver. Fue haber dado un paso adelante, y valió la pena, hayamos avanzado mucho o poquito.

-¿Qué falta si mira hacia adelante?

-Continuar en la misma forma mi actividad. Saber cómo sigue el mundo, ir conociéndolo. Y ratificar que las Madres, en cada paso que damos, en todas las actitudes y medidas, están los deseos y la presencia de nuestros hijos. Que si estuvieran acá y pudieran, dirían que “estas viejas han logrado triunfar”.

Juanita también recurre a lo que –a esta altura- es un lugar común: la lucha truncada de sus hijos las hizo nacer como Madres. Así, con mayúscula. Una vez, como casi todas las madres de los jóvenes que militaban con un Estado que asesinaba a su militancia, le preguntó casi rogándole si quería irse del país. Alberto la miró directo a los ojos –Juanita lo recuerda muy bien-, y le respondió con otra pregunta:

-¿Y el país no es mío también?

LB/JMM

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