Día tras día llueven noticias y más noticias sobre nosotros. La mayor parte de ellas, horrendas. Terremotos, atentados, genocidios, accidentes, represión, escándalos, corrupción, protestas y otras tantas reyertas y hechos penosos se suceden, ocupando el centro de nuestra atención por el breve lapso de unos pocos días. Para luego languidecer y desaparecer, acaso para siempre, hasta la próxima y segura catástrofe. Claro que también hay millones de gestos y acciones constructivas, que generalmente pasan desapercibidos en el aluvión trágico de las agendas cotidianas de los medios de difusión hegemónicos.

Y es también gracias al destrato y a la intencional superficialidad con que esos medios deformativos concurren en lo que ocurre, que otras tantas ilegalidades e inmoralidades quedan ocultas, dejándonos a salvo de nuevas notas desmoralizantes… y dejando a sus actores a salvo de una que otra medida correctiva.

En cuanto a nosotros, seres humanos corrientes, nos horrorizamos, lamentamos, nos angustiamos, solidarizamos, comentamos y, en ocasiones, nos movilizamos para paliar o contrarrestar aquello que consideramos la causa de tan infames sucesos. Pero nada de ello, detiene el apabullante flujo de informaciones que nos llega.

Tal caudal comunicativo se supondría una bendición, ya que todos aspiramos a ser ciudadanos bien informados, aptos para elegir lo mejor y desechar lo peor. Sin embargo, los estudios sobre el tema apuntan que el entretenimiento ha relegado ya a la programación informativa a mínimos en desaparición, se trate de medios impresos, radiales, televisivos o los múltiples formatos existentes en las redes telemáticas.

Así, la anestesia social, la fuga, el “desconectar de tanta calamidad”, intentan colocar una muro de sosiego ante el embate de tal cantidad de información, desordenada y desordenante, incoherente, oscura y casi demencial.
Esta breve huída de lo que va pasando a nuestro alrededor, hace perfecta coalición con aquellas intenciones interesadas en mantener las situaciones que motivan el desastre que se anoticia.

Pese a ese recurso de la propia integridad por salvaguardar lo poco que queda de ella entre tanto desgaste, el acontecer subsiste y penetra por cada uno de nuestros poros, vivamos donde vivamos o estemos donde estemos.
Es así que un día, un día cualquiera, cierto agotamiento nos ayuda a reflexionar. Nos miramos a nosotros mismos y comienza a desarrollarse ante nuestra atenta mirada, un espectáculo de calidad superior.

Nos damos cuenta entonces, que uno es también lo que acontece. Uno es el que admira, rechaza, ansía, detesta, niega, implora o ama todo lo que mira. Uno es el que comenta, discute, infiere, aleja, supone; uno es el que pone el orden y pregunta, uno es el que relaciona, opina y esgrime verdades, como si alguna de éstas pudiera sostenerse por sí sola.

Y la maravilla no cesa. Caemos en cuenta que la conciencia es la que recibe a todo lo que llega a sus puertas. Ella es la sustancia que activa los contenidos, captura, elige, procesa y luego de su actuación – como si de un magistral artista se tratase – nada queda igual que antes.

Sumergidos en esos quehaceres comprobamos que la conciencia siempre está activa, aunque nosotros no siempre estemos conscientes de su propia actividad.

De pronto, quedamos atónitos. Comprendemos que todo ese acontecer, lejos de continuar habitando aquel breve y fugaz mundo al que hasta hace un instante pertenecía, deja huellas, construye en uno un elaborado universo de memoria, cuya relativa permanencia nos deleita.

Mayor aún es la sorpresa al ver cómo ese universo interior va devolviendo favores al mundo que regaló sus efluvios, para compensar sus carencias, componer sus defectos, resolver sus imperfecciones.
De este modo, aquel inicial caos de estímulos inconexos, aquella información que unilateralmente formaba, recibe así una nueva forma, que a partir de entonces construye mundo, trans-forma.

Y no sólo el derredor es tocado y trastocado por este mágico toque humano, también su mejor instrumento, la conciencia, se nos muestra dúctil y con capacidad adaptativa a las exigentes circunstancias.

De este modo, surgen nuevas generaciones, cuyo modo de operar entre el vendaval de casos y cosas es mucho más simultáneo, mucho menos lineal. Mucho más atento y crítico. Mucho menos manipulable, mucho más intuitivo. Estos jóvenes, nacidos en tiempos de infinitas comunicaciones, resuelven crecientemente el acertijo dejando atrás cosificantes modalidades de recepción pasiva, para pasar a formar tempranamente parte de la cohorte creadora de contenidos.

Tal es la rebelión manifiesta y por ocurrir. Los jóvenes no se avienen a ser meros reproductores de realidades informadas. Quieren producirlas por sí mismos.

Tales aconteceres, enriquecidos por los nuevos transcursos y los renovados concursos que la historia propone; tan magnífico y permanente proceso de evolución deja entrever un sentido, una dirección.

El acontecer entonces, atraviesa el solitario, poco soportable y temeroso pasaje limitado por un azaroso nacer y un condenado morir, para convertirse en aventura y travesía compartida, existencia plena, hazaña querida al servicio del crecimiento universal.

Lo invito a mirar las noticias de este modo, presenciando la actividad de su propia mirada frente a ellas. Acaso entonces, nada de lo que ocurre le parezca demasiado lejano y nos atrevamos juntos a superar la fallida indiferencia para ponerle una buena porción de humanidad a este viaje.