En las últimas semanas, prominentes analistas y figuras políticas han advertido sobre el peligro inminente de una guerra internacional a gran escala, que tendría como protagonistas centrales a potencias que cuentan con arsenal nuclear. De esta manera, si tal confrontación se produjese y fuera llevada al extremo de utilizar armas atómicas, una enorme porción de la humanidad, sino toda, vería puesta su supervivencia en riesgo. Tales alertas, por el calibre de su potencial alcance, no pueden ser tomadas a la ligera y nos conminan a reflexionar.

La situación descripta por la mayoría de los informes señala un momento global de decadencia en la hegemonía unipolar de los Estados Unidos de América, dando paso a una creciente multipolaridad en la que destacan como actores determinantes China y Rusia. Y es precisamente ese nuevo orden de cosas, el que motivaría la reacción norteamericana en aras de preservar su status o acaso recuperar posiciones perdidas. Tal ofensiva – no siempre militar, pero siempre respaldada por esa presencia – contaría como férreos aliados a los gobernantes de Gran Bretaña, Arabia Saudita, Israel, los países agrupados en la OTAN y algunos socios menores, todos ellos preocupados por los nuevos vientos que corren, que ciertamente amenazan cambiar las condiciones en las relaciones entre los pueblos. En la vereda de enfrente, crece el alineamiento de países emergentes en sus economías y sentido de soberanía, recuperando en bloque o individualmente aquel espíritu del Movimiento no Alineado de la segunda mitad de la centuria anterior.

Las diversas fuentes indican también otros factores como alimento del conflicto. Entre ellos, se pondera centralmente la lucha por los recursos energéticos, fundamentalmente petróleo y gas. Y si uno observa en un mapa las áreas de probables conflictos militares para el futuro inmediato (por ejemplo como el que se muestra en el sitio del Council on Foreign Relations1 http://www.cfr.org/global/global-conflict-tracker/p32137#!/ ) es innegable que muchas de ellas se encuentran localizadas en lugares de provisión energética estratégica, tales como Arabia Saudita, Irán, Iraq, Méjico o Ucrania. Con un grado menor de previsión bélica – y siguiendo el mismo mapa – se encuentran también Venezuela y Nigeria, otros dos de los grandes productores de crudo.

Otras posibles motivaciones para una posible escalada a nivel global son, a criterio de la mayoría de los estudiosos – y continuando en el campo económico, la absurdamente máxima preocupación de la época – el creciente posicionamiento chino en el comercio y la inversión global, en detrimento de la norteamericana y europea, el desmedido desequilibrio de las finanzas de EEUU junto al progresivo retiro de respaldo por parte de su principal prestamista y

acreedor (nuevamente China) y finalmente, la puesta en duda del dólar como patrón de cambio indiscutido en las transacciones internacionales. Podrían agregarse otras cuestiones que abundarían en el mismo sentido, tales como el creciente papel de Rusia y China en la fabricación y exportación de armamento, poniendo en riesgo los negocios moralmente dudosos pero altamente rentables de las empresas norteamericanas y europeas, líderes absolutas del sector. Cabría aquí destacar las manifiestas intenciones corporativas (en su mayoría con casas matrices en Europa o Estados Unidos) de generar mercados globales sin moderación alguna, intenciones que no verían con beneplácito la emergencia de competidores globales o resistencias de tipo estatal.

A un nivel más geopolítico y siempre pesquisando fuerzas que pudieran explicar la intención de conflictividad, acaso pudiera también consignarse la necesidad permanente de los EEUU en identificar algún enemigo, sea éste real o ficticio, para justificar su extendida presencia militar y la presión sobre su propio pueblo que su manutención ocasiona. O la dificultad que han tenido todos los imperios (pretendidos o consolidados) en desmovilizar sus legiones de desclasados que, vueltos a casa, sólo abonarían el ya abundante caos social.

Y no es desdeñable la perspectiva que señala como tendencia la actitud predadora y agresiva que ese país ha sostenido en su relación con otros a lo largo de su corta historia.

La lista de aspectos comprometedores para la pretendida situación de dominio es larga. Otro indicador es la discusión sobre el funcionamiento de las estructuras institucionales internacionales y el surgimiento de nuevas entidades y bloques tales como la Unasur y la CELAC en Latinoamérica o el BRICS o bancos de desarrollo alternativos al Banco Mundial o el FMI, en abierta dialéctica con modalidades anteriores de fuerte preeminencia hegemónica.

No queremos con estas observaciones abonar la teoría del villano mundial en contra de supuestos benefactores, que en realidad persiguen también sus intereses propios, exhibiendo en su interior similares contradicciones. Pero estamos destacando fuerzas que podrían estar presentes en las direcciones que toma la situación actual, más allá de sus actores coyunturales.

En esta situación desequilibrante que presenta la ruptura con aquel mundo forjado en la decadencia del imperio inglés y el ascenso de su vástago norteamericano en la esfera de influencia internacional, estallan otro tipo de conflictos que, más allá de su contenido esencial, también quedan enmarcados en este nuevo tipo de mandorla bipolar en la que parece convertirse esta nueva “multipolaridad”.

Nos referimos por ejemplo a la muy añeja disputa por la sucesión del profeta Mahoma en el mundo islámico entre la facción de Alí (Shiá) y la Sunná, (en realidad reflejo de la rivalidad entre los códigos de las culturas persa y arábe) encono que hoy, junto a varios de los factores mencionados anteriormente, alimenta muertes y guerras en todo el Medio Oriente, la península arábiga, África en su parte norte y central y el Asia anterior. Con significaciones semejantes, asoman diversos enfrentamientos interétnicos e interreligiosos, mostrando a las claras que en muchos puntos el estado nacional ha sido la mayor parte de las veces una ficción impuesta incapaz de resolver heridas anteriores y en otros, hasta ha sido vehículo para profundizarlas.

Otro tanto sucede con la aparición de fuertes identidades avasalladas por la invasión colonial, que ven en la tormenta de coyuntura su oportunidad de emerger nuevamente haciendo oír su silenciada voz.

En un sentido diferente, pero también despertando entre los pliegues de la crisis, asoman entre las grietas de ese mundo perdido y añorado por los omnipotentes de antaño, enormes protestas no violentas en todo el planeta. Desde New York hasta Hong Kong, desde Cairo hasta Madrid, Sao Paulo, Estambul, Atenas o Santiago de Chile, surgen cánticos juveniles, ataviados con coloridos vistosos, en reclamos de un nuevo mundo, más justo, más diverso, en definitiva, más humano.

Esta efervescencia generacional es comparable en cierto modo con aquella de los años 60’, que produjo con su advenimiento un cambio radical en muchas estructuras mentales y sociales ancladas en la primera mitad del siglo anterior.

Esta contracorriente novedosa en la actualidad actúa como marea movimientista, apareciendo y reapareciendo una y otra vez a pesar de la represión y la amenaza de un sistema violento que quiere perpetuarse. En su proclama desenfadada pero certera, pueden encontrarse los contenidos que constituirán la centralidad del paisaje humano en los próximos años. La distancia temporal es incierta, su establecimiento puede demorarse unos diez o veinte años, pero lo importante es comprender que ese fervor que a veces pareciera coyunturalmente efímero, cabalgará a horcajadas del viento de la historia, transportado en los lomos de la mecánica de la superación generacional.

Ahora bien, ¿podrá esta revolución generacional en ciernes atravesar el duro y estrecho pasaje de un mundo explosivo y fuertemente anclado en hábitos violentos? ¿Podremos pasar ese desfiladero de las Termópilas de la destrucción total?

Este es el difícil esfuerzo que como seres humanos debemos afrontar. Este desafío no es sólo social y político, no es solamente una pugna entre quienes queremos la paz, el desmantelamiento nuclear, el desarme total, la aparición de nuevos modelos políticos y económicos alejados de la avaricia, la explotación, el odio y la mentira. Es la lucha por la emergencia de un nuevo mundo donde la discriminación de paso a la diversidad, donde lo uniforme ceda ante lo múltiple, en el cual no sea el éxito individual lo decisivo sino la igualdad de derechos y oportunidades, donde la alegría de vivir, crear y transformar reemplace a un gris transcurrir hacia la muerte.

Este desafío es también, en simultáneo, un recorrido interno en cada uno de nosotros, que tendrá que pasar por la estación de la reconciliación con tanta ofensa y maltrato sufrido y ejercido en nuestra especie histórica. Un verdadero viaje que será impulsado por un sentido vital renovado que nos acompañará a abandonar el egoísmo opresor y opresivo para dirigirnos hacia un liberador destino compartido con todos los demás Seres Humanos. Una aventura en la que nos descubriremos a nosotros mismos, descubriendo al mismo tiempo lo Humano en otros.

El dilema es claro. La violencia nos llevará a la involución, acaso a un ocaso definitivo. La no violencia, entendida de un modo integral y global, es el camino y no debemos dudar en transitarlo de inmediato.

1 Think tank estadounidense, muy influyente en los lineamientos de política exterior gubernamentales.