Vivo en París. De manera más precisa, en Seine-Saint-Denis, en un barrio adyacente (ya saben, en un departamento en el que se habla a menudo de temas «candentes»), y como todos aquí, desde la masacre que tuvo lugar en las instalaciones de Charlie Hebdo y los eventos que continúan hasta hoy, me he quedado aturdida.

Cuando comencé a militar por la no-violencia hace más de 25 años, me decían: «Estás exagerando, el mundo no es tan violento como lo describes.»

Luego me dijeron: «Sí, es verdad que sería bueno mejorar un poco las cosas, pero ¿cómo?»

Y ahora oigo decir: «¿No es una utopía eso de querer un mundo sin violencia?»

Es cierto que ya no podemos seguir haciendo «como si». Pero la pregunta es: «¿qué hacer?», o «¿cómo hacerlo?»; y también es cierto que podemos sentirnos desprovistos de respuestas frente a la magnitud de la tarea.

Cuando ocurrió el tiroteo en las oficinas de Charlie Hebdo, como muchos otros me quedé en estado de shock y me pregunté qué hacer.

Así que fui al lugar de concentración en París para brindar a los lectores de Pressenza un pequeño reportaje y ser testigo de la emoción y el deseo de todo el mundo de preservar la libertad de expresión.

Esa noche y en medio de una muchedumbre, anduve circulando muy atenta a que no ocurran desbordes, y estuve ansiosa por tratar de evitar que la gente confunda al terrorismo con el Islam.

Asistí a un mitin en mi ciudad, puse velas en mi ventana, etc…

Entonces, cuando los ataques terroristas continuaron en los dos días siguientes, me negué a dejarme vencer por el miedo que insidiosamente trataba de convencerme de que la calle era peligrosa.

Y sobre todo, fui centrándome nuevamente en los valores que guiaban mi activismo desde sus inicios.

En efecto, el humanismo universalista propone 5 puntos que hoy más que nunca parecen ser muy necesarios:

– El ser humano como valor y preocupación central,

– La afirmación de la igualdad de todos los seres humanos,

– El reconocimiento de la diversidad personal y cultural,

– El desarrollo del conocimiento más allá de lo que es aceptado hoy día como verdad absoluta,

– La afirmación de la libertad de ideas y de creencias,

– El rechazo a todo tipo de violencia y discriminación.

A esto yo añadiría dos principios de acción válida sobre los que podemos preguntarnos y reflexionar:

  • Si tratas a los demás como te gustaría que te traten, te liberas.
  • No importa en qué bando te hayan puesto los acontecimientos, lo que importa es que comprendas que tú no has elegido ninguna bando [1].

Así que no voy a renunciar, porque sé por experiencia que el ser humano es capaz de cuidar de sí mismo y de los otros, y de rechazar venganza.

Y también porque la tolerancia, la fraternidad y la diversidad cultural deben ganar terreno.

Y, por último, porque si yo reclamo un mundo no violento, tengo la responsabilidad de ser coherente y hacer mi parte en esa construcción.

Hoy día, ha sido bueno para mí recordar todo esto, así como también ha sido bueno leer las palabras escritas por un amigo en su muro de una red social muy conocida: «Liberemos la paz. Ella está en cada uno de nosotros. Pero para que exista hay que dejarla salir, expresarla, darla, compartirla, hacerla brillar.»

Liberemos también a la no-violencia. Nosotros, los seres humanos, nos la merecemos.

 

[1] Extractos de Humanizar la Tierra, Silo – La mirada interna – Capítulo XIII «Los principios». Editions Références: http://www.editions-references.com/