Estos días tuve la mala suerte de estar en Buenos Aires, en un lunes que  me tocaba descansar luego de varias semanas de ajetreo laboral.  Por eso pude darme el dudoso lujo de pasar todo el día siguiendo por TV e Internet el choque colectivo por la muerte del fiscal Alberto Nisman,  protagonista central de una escalada política iniciada en las horas  posteriores al atentado terrorista contra Charlie Hebdo.

Por Federico Palma – Fotos de M.A.F.I.A.

Por esas vueltas del neocolonialismo 2.0, vimos en pocas horas surgir la  consigna/hashtag “Yo soy Nisman”, que para la noche habría llegado incluso a aparecer en un desborde pluricultural como “Je Suis Nisman”.

Las relaciones entre un evento -el atentado gatillero en París- y la  extraña muerte del fiscal que acababa de acusar a la Presidente de la  Nación y a su Canciller, entre otros, de un supuesto plan para encubrir  a los iraníes sospechosos del ataque bombardero a la mutual Israelita Argentina en 1994, son un tanto extensas y retorcidas pero harto evidentes.

Quedará a la preferencia de cada cual informarse e interpretar la sucesión de hechos, actores y símbolos que sostienen esta afirmación, pero la cuestión que me convoca a escribir estas líneas es uno de los
primeros efectos de la denuncia y muerte del fiscal Nisman: la convocatoria 2.0 y el subsiguiente caceroleo y micro-movilización de sectores contrarios al gobierno nacional.

Hace unas horas publiqué en Facebook lo que reproduzco mas abajo, donde intenté hacer una semblanza de ese fenómeno que pude observar -y de alguna retorcida forma “vivir”- el día de ayer, pero que se basa también en experiencias previas de otras iteraciones vistas en los últimos años bajo el mismo esquema (“autoconvocatorias” por redes sociales fogoneadas por ciertos medios y otros operadores anti-gobierno) con temas tan diversos como el desabastecimiento provocado por un lock-out
agropecuario, el fantasma de una reforma constitucional o el bloqueo a la acumulación y fuga de divisas en un escenario de crisis financiera internacional. Los actores son los mismos.

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Anoche el reclamo legítimo de Justicia se mezcló con el hipócrita, hasta que este lo coptó por completo. La repugnante comparación que hizo anoche la periodista María Julia Olivan con el 20 de Diciembre de 2001 y las fotos de manifestantes en Plaza de Mayo que publicó M.A.F.I.A me obligaron a desgranar esta catarsis:

Veremos a los que exigen Justicia descreer de la Justicia, negarse a aceptar sus actos, y finalmente demostrarnos que no les interesa un pito ni la Justicia, ni la Patria, ni Nisman.

Qué otra que la Causa AMIA para muestra de este fenómeno.

Personalmente, siento que no tenemos que perder mas tiempo con los fachos, cacerolos y mordisquitos, los patrióticos extranjerizantes y los republicanos golpistas, los troskos trasnochados que se codean con los propietarios venidos a menos, los sionistas a trasmano, los neonazis encubiertos y los momos del fascismo lopezreguista. Son demasiado pocos para ir mas allá de la provocación en la que están embarcados hace rato, sin mayores resultados.

Ayer les tiraron un muerto, y salieron como el caranchaje opositor de la TV a tratar de capitalizar la oportunidad de darle rienda suelta a su odio. Desde TN y la retórica del hashtag convocaron a reunirse como coleópteros agolpándose al calor de los farolazos de los móviles de exteriores. En mi viejo barrio, Caballito, la pila del caceroleo duró 30 minutos. En la Plaza de Mayo fueron a buscar la represión, la foto del gas lacrimógeno y la cabeza ensangrentada. A la medianoche estaban todos durmiendo la mona.

Pero ellos son un puñado. Me preocupa mas la gente buena y honesta que realmente quiere Paz y Justicia, que se ve forzada a optar entre interpretaciones simplistas, atravesando nubes de humo, operaciones mediáticas y charlas en la cola de la verdulería.

Nos vemos obligados como Sociedad a interpretar finalmente la realidad en un blanco-o-negro como un cara-o-cruz infame al que nos empujan los que nos quieren aprisionar. Hay que seguir construyendo, para adelante. Nuestro patrimonio como pueblo, como generación, es el futuro.

Y si hay una forma de impedir que nos realicemos en un futuro mejor para todos es el camino de la violencia. Es el camino corto y fácil que nos deja siempre en el pasado. Los que trabajamos para vivir tenemos una sola forma de vivir que es trabajando, no tenemos tiempo ni para la especulación, ni para la chicana, ni para el apriete, ni para la violencia. Simplemente trabajamos.

El día que dejamos de trabajar para salir a la calle a marchar, marchamos en serio y somos millones.

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