Por Ladislau Dowbor publicado, Outras Palavras

El texto de nuestra Constitución es claro, y es nada menos que la base de la democracia: «Todo el poder emana del pueblo, que lo ejerce a través de representantes elegidos o directamente bajo los términos de esta Constitución «. Está justo en el artículo 1, y de este modo se garantiza la participación ciudadana a través de representantes o directamente. Respecto a la aplicación de este artículo, ver a un presidente electo (que juró defender la Constitución) atentando contra la democracia, no puede ser producto de la ignorancia: es la vulgar defensa de los intereses elitistas por aquellos que odian ver a la gente meterse en política. Prefieren llevarse bien con los representantes.

La democracia participativa de ningún modo sustituye a la democracia representativa. Son dos dimensiones del ejercicio de la gestión pública. La verdad es que todos los partidos de todos los orígenes, a través de sus discursos siempre llamaron a la población a participar, apoyar, criticar, fiscalizar, ejercer sus derechos cívicos. Pero cuando un gobierno electo crea espacios institucionales para que la población participe efectivamente en una forma organizada, los grupos de la derecha invierten el discurso.

Es útil recordar aquí las manifestaciones de junio del año pasado en Brasil. Las multitudes que se manifestaron buscaron más cantidad y calidad en el transporte urbano, la salud, la educación y temas similares. Salieron a la calle justamente porque las instancias representativas no constituían el medio suficiente para transmitir las necesidades de la población a la maquinaria pública en sus diferentes niveles. En otras palabras, las correas de transmisión entre las necesidades de la población y los procesos de toma de decisiones, no estaban.

El resultado fue la construcción de puentes y otras infraestructuras viales, descuidando el transporte público masivo y ocasionando ciudades paralizadas. La Sabesp vende el servicio de agua, lo que produce dinero, pero no invierte en desagües y tratamiento, pues es costoso, y el resultado es una ciudad rica como Sao Paulo que vive rodeada de alcantarillas totalmente abiertas, provocando la contaminación en cada inundación. Esta dinámica se puede encontrar en todas las ciudades del país, donde los que dirigen la política tradicional son contratistas y especuladores inmobiliarios, dando prioridad a las ganancias corporativas en lugar de buscar el bienestar de la población.

La participación funciona. No hay nada como la creación de espacios para que la gente sea escuchada, si queremos ser eficientes. Nadie mejor que un residente de un barrio para saber qué calles se llenan de barro cuando llueve. Las horas que la gente pasa en el paradero de autobús y en el tránsito diario las llevan a tragarse la revuelta, o a salir indignadas a las calles. Pero lo que la gente necesita precisamente es tener canales de expresión de sus prioridades, en lugar de ver en los periódicos y en la televisión la inauguración de un nuevo puente. Al generar canales de participación, se va acercando la utilización de los recursos públicos a favor de las necesidades reales de la población. Con inauguración de puentes se obtienen bellas imágenes; no tanto con alcantarillado y tratamiento de aguas residuales.

Pero si para muchos, y en particular para los medios de comunicación, es una defensa absoluta de la política de alcoba, para otros muchos también es una falta de comprensión de las dinámicas propias de la gestión pública moderna.

Un punto clave es que el desarrollo que todos queremos está cada vez más vinculado a la educación, la salud, a un eficiente transporte público, la cultura, al entretenimiento y cosas por el estilo. Cuando las personas hablan de crecimiento económico, todavía piensan en el comercio, el automóvil y cosas semejantes. La gran realidad es que lo esencial de los procesos de producción se ha reemplazado por las llamadas políticas sociales. El sector económico más grande en los Estados Unidos, por poner un ejemplo, es la salud, que representan el 18,1% del PBI. Todas las industrias en los EE.UU. hoy en día emplean a menos del 10% de la población activa. Si a esto añadimos la salud, la educación, la cultura, el deporte, el ocio, la seguridad y similares, todos directamente relacionados con el bienestar de la población, lo que obtenemos es el vector principal del desarrollo. Invertir en la población, en su bienestar, su cultura y educación, es lo que más rinde. No es gasto, es inversión en las personas.

La característica de estos sectores dinámicos de la sociedad moderna es que son diferenciados y personalizados, deben llegar de manera diferente a cada ciudadano, cada niño, cada casa, cada barrio. Y diferente porque en la naturaleza tendrá un papel central el agua; en la metrópoli, el transporte, la seguridad, y así sucesivamente. Aquí funciona mal la política centralizada y estandarizada para todos: la flexibilidad y el ajuste preciso a lo que las personas necesitan y quieren, son esenciales, y esto requiere una política participativa. Puede producirse zapatillas en cualquier parte del mundo, ponerlas en un container y despacharlas al resto del mundo. La salud, la cultura, la educación no son enlatados que pueden despacharse. Son formas densas de la organización social.

Soy economista, y hago cálculos. Entre varios otros cálculos, hicimos un estudio de la Pastoral en un Postgrado en Administración de la PUC-SP. Es un gigante, más de 450 mil personas organizadas en red de manera participativa y descentralizada. Logran reducir drásticamente tanto la mortalidad infantil como las hospitalizaciones en las regiones en las que trabajan. El costo total por niño es de 1,70 reales al mes. La revista Exame publicó un estudio sobre la Organización de la Sociedad Civil (OSC), para tratar de entender cómo se obtiene tantos resultados con tan pocos recursos. No hay probablemente institución más eficiente que la Pastoral, en comparación con las grandes empresas, bancos o planes de salud privados. Cada real que llega a estas organizaciones se multiplica.

La explicación de esta eficiencia es simple: a cada madre le preocupa que su hijo no se enferme, y la movilización de estos intereses hace que cualquier iniciativa sea más productiva. Se genera una asociación en la que las políticas públicas se basan en la preocupación de que la sociedad tenga asegurados los resultados que le interesan. La eficiencia aquí no es porque se aplicó la última recomendación de los consultores en kai-ban, kai-zen, just-in-time, lean-and-mean, TQM y cosas similares, sino simplemente porque se garantizó que los beneficiarios finales de las políticas se apropien del proceso, controlen los resultados.

Las organizaciones de la sociedad civil (OSC), tienen sus raíces en las comunidades donde viven, pueden dar mejor expresión organizada a las demandas, y sobre todo, tienden a asegurar la llegada de las políticas públicas. En los Estados Unidos, las OSC administran la mayoría de los proyectos, simplemente porque son más eficientes. No serían más eficientes para producir automóviles o represas hidroeléctricas. Pero en las áreas sociales, en el control de las políticas ambientales, en el conjunto de las actividades directamente relacionadas con la calidad de la vida cotidiana, son simplemente indispensables. El sector público tiene mucho que ganar con este tipo de asociaciones. Pero lo que es más extraño es que los mismos círculos políticos y empresariales que tanto defienden las asociaciones público-privadas (APP), quedan muy indignados cuando aparece la posibilidad de asociaciones con las organizaciones sociales. Su concepto de privado es muy estrecho.

Personalmente, de alguna manera, gracias a los militares, conocí muchas experiencias en todo el mundo trabajando en las Naciones Unidas. Todos los países desarrollados tienen una amplia experiencia, sistemas de gran éxito, descentralizados y participativos, de consejos comunales y otras estructuras similares. Esto no solo hace que las políticas sean más eficaces, sino que también genera transparencia. Es bueno que las instituciones públicas y las empresas privadas que ejecutan las políticas, deban rendir cuentas. Democracia, transparencia, participación y rendición de cuentas son buenas para todos. Diseminar el odio en nombre de la democracia no ayuda en nada.