Por Andrea Medina

Renuncia el Rey de España e inmediatamente me acuerdo que hace menos de un año, renunciaba también el Papa.

 

El Rey de España renuncia “por el bien de España” y el Papa renunció «por el bien de la Iglesia», y así los dos dan la espalda a los problemas, a las responsabilidades y a las denuncias de corrupción, dejando en nosotros esa sensación de engaño, de conspiración.

Al mismo tiempo, debido a la aceleración de los tiempos, sea por nuestro cinismo o autismo social, esos dos acontecimientos pueden parecernos normales y, por supuesto, que será el tema central de los medios de comunicación convencionales. La televisión presentará a los especialistas de siempre para que nos expliquen lo inexplicable, de cómo un Papa y un Rey abdican mientras que sus escándalos y toda la suciedad de sus administraciones desaparecen.

Existe un dicho popular: “A Rey muerto, Rey puesto”. Solo que el Rey no murió, pero sí decretó la muerte de sus errores, de sus absurdos.

Vuelvo a afirmar que no es normal esta situación, pero también entiendo que está ocurriendo porque todo está temblando, porque todo lo que era sólido se deshace en el aire.

 

Una amiga me preguntó qué haría yo si viviese en Madrid en estos momentos. Esta nota es para hacerme recordar que la plaza es el mundo mismo.