La energía eólica, la más limpia, muestra su cara contaminante por la falta de un protocolo de reciclaje para 18.000 toneladas de fibra de vidrio con resinas cancerígenas

La ruina del sector impide una acción sistemática de destrucción y reciclaje de las aspas dañadas por las adversidades meteorológicas

Solo un 10% de las palas desechadas son tratadas, el resto está en cien cementarios alegales, la mayor parte en Galicia

Por Antonio Ruiz Del Árbol para eldiario.es

Las carreteras españolas han convertido en imagen habitual los transportes especiales de palas para equipar los molinos productores de energía eólica que decoran un número creciente de montes y lomas. Camiones gigantes que trasladan piezas descomunales a ritmo de procesión. Esta operación, lenta y costosa, se repite en los proyectos de plantación de nuevos bosques de aerogeneradores, cuando se acomete una operación de repowering (repotenciación), o cuando, por las agresiones meteorológicas, las aspas en servicio quedan inutilizadas y hay que remplazarlas.

Pero, ¿cuál es el destino de estas estructuras monstruosas una vez que quedan fuera de servicio?

Un proyecto de colaboración entre la empresa Reciclalia y la institución pública de investigación, el CSIC, que busca poner en marcha un proceso de reciclaje de residuos de materiales compuestos, ha dejado al descubierto un gravísimo problema ecológico que puede convertir a la forma de generación de energía más limpia en la más contaminante.

Reciclalia ha elaborado un informe, al que ha tenido acceso eldiario.es, en el que dibuja los perfiles del problema ecológico que se nos viene encima con la acumulación de residuos de materiales compuestos, especialmente de fibra de vidrio y de fibra de carbono, para los que no se están aportando soluciones en forma de almacenamiento ordenado y seguro, ni, sobre todo, para su tratamiento y reciclaje.

Toneladas de basura compleja

La industria de fabricación de equipos de generación de energía eólica es intensiva en el uso de materiales en fibra de vidrio. Las palas, que en las más modernas instalaciones (los parques marinos ‘offshore’) alcanzan ya los 120 metros, están fabricadas mediante un proceso muy artesanal a base de fibra de vidrio que es endurecida con importantes cantidades de resinas. Por diseño, su estructura tiene que ser perdurable e indeformable, con lo que, una vez que las aspas quedan obsoletas, se convierten en elementos no reutilizables y difícilmente degradables si no es por procedimientos específicos.

Según datos manejados por el Centro Nacional de Energías Renovables (Cener), por el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) y por Red Eléctrica de España (REE), que han sido cruzados por Reciclalia, entre 1996 y 2014 se han instalado en España entre 25.000 y 27.000 aerogeneradores, lo que eleva el número de palas a 75.000 (tres por torre).

Estas instituciones calculan que los planes de aumento de la potencia eólica instalada (25.000 megavatios hoy frente a los 38.000 estimados en 2020) exigen un ritmo de fabricación anual de palas que pueden llegar hasta 7.000.

Las necesidades se estiman por el crecimiento del número de parques, pero también por otros dos factores de gran importancia. El primero, los planes de repowering o aumento de la potencia de los bosques ya instalados con la sustitución de los equipos antiguos por otros de mayor envergadura (las nuevas generaciones de palas para aerogeneradores emplazados en tierra aumentan su longitud de 40 a 60 metros).

El segundo, las necesidades de reemplazo de las aspas dañadas por las graves tensiones que padecen en su función de rotación y por las agresiones meteorológicas que sufren, especialmente con la atracción que provocan sobre los rayos o el choque de pájaros.

Según un estudio de la empresa Eurofiber, hoy los volúmenes de “materiales a tratar” tras ser desechados por la industria eólica suman 18.000 toneladas, y ascenderán a 40.000 dentro de una década.

Reciclalia, con los datos de Cener, Ciemat y REE, estima que hasta la fecha pueden haber sido sustituidas por diversas razones unas 20.000 palas. De ellas menos de un 10% ha sufrido un tratamiento para su reciclaje en forma de destrucción por trituración. El resto se encuentran depositadas en más de 100 cementerios alegales repartidos irregularmente por la geografía española, varios de ellos en Galicia.

Este destino, con ser “poco adecuado”, según Reciclalia, no es el que más riesgos ecológicos produce. En muchos casos, las palas que son sustituidas se parten en varios trozos y se entierran al pie mismo de las torres donde prestaron sus servicios. Esta práctica es particularmente grave porque, al estar los parques eólicos situados en zonas altas y contener los equipos una alta concentración de resinas cancerígenas, utilizadas para dar consistencia a las aspas, el arrastre del material que se produce con el tiempo y la lluvia termina por contaminar las zonas bajas.

Cementerios sin dueño 

En España existen 17 fábricas de palas para aerogeneradores: Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra tienen cuatro plantas cada una, Castilla-León tiene dos y Valencia, Andalucía y Euskadi cuentan con una. Los principales fabricantes son Gamesa, Acciona y LM. La identidad de los fabricantes está clara, pero no así la propiedad sobre los cementerios. Ninguno de los agentes asume responsabilidad sobre su existencia.

La Unión Europea, como impulsor en su día de la industria de generación de energía eólica, con su plan denominado “Horizonte 2020” propuso la creación de un Consorcio Europeo de Empresas, que tendría, entre otras funciones, “desarrollar soluciones tecnológicamente innovadoras para la recuperación de, entre otros, los materiales compuestos”. La crisis económica y en particular la quiebra del modelo de primas para favorecer el desarrollo de las energías alternativas han paralizado la creación de esta estructura empresarial europea en la que empresas como la española Gamesa, tenía un importante papel que jugar.

Residuos en fibra de carbono 

Pero el sector de la generación eólica no es el único generador de basura de los llamados composites. Los modernos aviones, tanto comerciales como militares, utilizan en su estructura y fuselaje crecientes porcentajes de fibra de carbono que permiten aligerar su peso.

La Asociación Carbon Composites e.V. (CCeV) calcula que la demanda mundial de fibra de carbono en 2012 fue de 42.000 toneladas y llegará en 2015 a las 73.000 toneladas. El crecimiento anual es del 13%. Prevé que 8.500 aviones comerciales, con una media de 20 toneladas de compuestos por unidad, se retirarán del servicio desde ahora hasta el año 2025.

Hasta hoy el destino más habitual de estas aeronaves jubiladas es su almacenamiento en plataformas secundarias de aeropuertos o en cementeros irregulares en los desiertos. Un basura compleja sin tratamiento adecuado que se suma a la de las palas obsoletas de los aerogeneradores, a los desechos de componentes de automoción y otros muchos.