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«Si aquel tipo fuese la mitad de inteligente de lo que cree que es, sería el doble de inteligente de lo que es en realidad»

                               Alice Munro
El tipo es uno de los hijos del ícono más celebrado del humor político del país. Publicó una columna de opinión el pasado 9 de febrero en el diario «Clarín», bajo el singular título de «Que los precios te los cuide Cadorna». Además de estar plagado de groserías, históricas e histéricas, el autor del libelo se toma el atrevimiento de tutearme («te los cuide», dice) y hasta donde mi memoria de sexagenario en actividad me lo permite, no he tenido el gusto de haberme cruzado cuerpo a cuerpo con el insigne Alejandro Borensztein, el muy hijo de Tato.
Sin embargo, esa muestra unilateral de confianza me motivó a averiguar quien sería el tal Cadorna, encargado de colaborar con la sociedad argentina para, de una buena vez, hacerles saber a los formadores de precios y sus adláteres mediáticos, que nos cansaron y que estamos dispuestos (¿estamos?) a defendernos.
Recurrí entonces a mis dos tíos a mano. El tío Google y la tía Wikipedia me cuentan que Luigi Cadorna fue un militar italiano, obvio, que nació en 1850 en el Piamonte y se fue de este mundo envuelto en el oprobio allá por 1928. Parece que como milico fue un bochorno. Perdió casi siempre y, como suele suceder con los perdedores infectados de soberbia, culpaba a los soldados de sus metidas de pata tácticas y estratégicas. O sea que, no sólo veía menguar sus batallones y regimientos por obra y gracia de las fuerzas austro-húngaras (estamos en plena Primera Guerra Mundial, o europea más bien), sino que el número de bajas subía (valga la contradicción) porque don Luigi mandaba a fusilar a sus propios hombres, so pretexto de cobardía y otras virtudes pacíficas. El desastre final, me dice la tía, sucedió el 24 de octubre en la batalla de Caporetto. Allí fue derrotado con todo éxito por el ejército alemán. Se calcula que en toda su carrera profesional el bueno para nada de Cadorna perdió casi 300.000 hombres. Todo un récord. Debe ser por eso que, sin embargo, fue condecorado con el título de conde, precisamente, y reivindicada su figura de bigotón empedernido (estoy mirando una fotografía en blanco y negro en la que se lo ve almidonado y con cara de yo no fui), nada más y nada menos que por Benito Mussolini.
La colectividad italiana de principios del siglo pasado parece haber adoptado el término «cadorna», ya despojado de la mayúscula, como símbolo de fracaso y se le adjunta también, claro, al fracasado. Como tantos otros vocablos y modismos los queridos tanos lo cedieron a la cultura popular argentina, sobre todo, al uso coloquial de los porteños.
Algunas pocas reflexiones entonces. Lo que me sugiere el muy hijo de Tato es que yo le delegue a un inútil el cuidado de mis bienes y mi bolsillo ciudadano y consumidor. O sea, que fracase como fracasó el devenido conde.
Me puse a buscar en www.precioscuidados.com si el vermú y las papafritas estaban en el listado. Y no, no están. Tampoco tendremos good show como proponía su inolvidable padre, Alejandro, si nos dejamos aconsejar con patriotas de su calaña y la de su admirado Cadorna.

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