La anorexia es una enfermedad sicológica y física tan peligrosa que puede llegar a ser mortal. Quienes la padecen tienen graves alteraciones de la percepción de sí mismo, se miran al espejo y se observan obesos dejando de comer como consecuencia de tal alteración perceptual. En un círculo mortal, mientras más adelgaza un anoréxico más obeso se autopercibe y, por tanto, menos come, iniciando un lento pero inexorable proceso que puede llevarlo hasta la muerte.

“Hoy despunta la primavera… este es un día muy grande para Chile… tenemos por fin una Constitución democrática”, señalaba Ricardo Lagos el año 2005, cuando era Presidente de la República y promulgaba algunas reformas a una Constitución pensada y redactada por la dictadura de Augusto Pinochet.

Años después, poco a poco, tal supuesta institucionalidad democrática comenzaría a perder su legitimidad, si es que alguna vez la tuvo.

Primero fueron nuestros escolares que pusieron en jaque al primer gobierno de Bachelet con su Revolución Pinguina del año 2007. Tal movimiento sería finalmente controlado por la maniobra gatopardiana de suprimir la ley de educación de la Dictadura por otra ley que resultaría ser mucho peor.

Años después, y ya con un gobierno de derecha instalado en el palacio de la Moneda, esos mismos adolescentes – ahora transformados en universitarios – volverían a salir a las calles pero ahora, a la demanda por el fin del lucro en la educación, le agregarían la necesidad de una Asamblea Constituyente para redactar una nueva constitución.

Hablar de Asamblea Constituyente “es fumar opio” respondió el senador socialista Camilo Escalona, uno de las personeros más cercanas a Michelle Bachelet en ese momento y el puntal político de su primer gobierno.

Luego de esto la discusión por Asamblea Constituyente se instalaría en el país, reemplazando a la dicotomía “Democracia o Dictadura” que había funcionado como elemento ordenador de la política chilena desde la década de los ochenta.

Y tal exigencia de cambios estructurales, demandados por importantes sectores ciudadanos, cruzó todo el debate político de la elección presidencial que culminó el día de ayer con el triunfo en segunda vuelta de Michelle Bachelet.

Siendo claro y preciso: el triunfo de Michelle Bachelet es inobjetable y no hubo ningún candidato que amenazara siquiera por algún momento su victoria.

Pero este proceso electoral mostró ciertos síntomas preocupantes que deben ser tomados en cuenta.

Algunos ejemplos: se nombra presidente del Servicio Electoral, el organismo encargado de la transparencia de los procesos electorales, al General Juan Emilio Cheyre, un militar en retiro fuertemente cuestionado por las organizaciones de DDHH debido a sus vinculaciones en crímenes de la Dictadura; en el populoso distrito de San Bernardo, la candidata Marisela Santibáñez obtiene la primera mayoría pero no resulta electa por las distorsiones del injusto sistema binominal; en el padrón electoral, es decir, en la nómina de los ciudadanos habilitados para votar, aparecen 45.000 fallecidos, entre otros, el propio ex Presidente Salvador Allende.

Pero si a todo lo anterior le agregamos que el día de ayer, en el ballotage, votó solo el 40% del total de habilitados para votar; que, por lo tanto, Bachelet salió electa con poco más del 25%; que la participación en comunas populares como Puente Alto apenas sobrepasa el 30% y que los jóvenes que concurrieron a votar no son más del 20% del total; entonces podemos concluir que el estado de salud de nuestra democracia no es de los mejores.

Las primeras declaraciones de una Bachelet triunfante han sido auspiciosas, “ahora es el momento de iniciar las transformaciones de fondo”, señaló en su primer discurso. Pero la derecha – colgándose mañosamente de la abstención- ha señalado que la presidenta electa no tiene la representatividad para llevar adelante cambios extremos.

Por otro lado, días previos a la segunda vuelta, declaraciones de importante personeros de Bachelet relativizaron el énfasis por los cambios: “hay que generar cambios pero con responsabilidad y seriedad”, dijo la vocera Javiera Blanco; “el verbo rector va a ser cambio pero con gobernabilidad”, señaló el diputado DC Jorge Burgos; y, por su parte, el jefe programático, Alberto Arenas señaló que “llevaremos adelante una reforma gradual”.

Es evidente que la tensión de los próximos meses estará dada por la velocidad y el carácter de los cambios. Unos se opondrán a la idea de realizarlos, otros serán partidarios de gradualizarlos, mientras que otros tantos verán en los cambios la fórmula precisa para que todo siga igual.

Reitero, el triunfo de Bachellet es inobjetable, pero negarse a mirar los síntomas del agotamiento institucional que tiene nuestro sistema democrático es actuar de la misma forma que aquella adolescente anoréxica que se mira en el espejo y sigue encontrándose obesa.

La forma de terminar con los problemas de nuestro sistema democrático no es milagrosa ni complicada, basta recordar aquella frase dicha hace ya más de un siglo por un político norteamericano: “los males de la democracia se curan con más democracia”. Y más democracia es, entre otras cosas, una Asamblea Constituyente para una nueva constitución, lo demás es creer – ingenua o mañosamente – que la anorexia se puede curar con un par de simples aspirinas.

@Efren_Osorio

Consejero Nacional y ex Presidente del Partido Humanista