Los países democráticos aplican una variedad de sistemas electorales para elegir a sus representantes, de acuerdo con sus particulares convicciones republicanas, pero tan solo uno de ellos utiliza el llamado “sistema binominal”: Chile.

Como ya todos los chilenos saben, este singular engendro fue concebido por el principal ideólogo de la dictadura militar, el abogado Jaime Guzmán Errázuriz, en el marco de la nueva Constitución de 1980, con el propósito de limitar la acción del poder político y bloquear cualquier tentativa de cambio radical. Si bien se mantuvo el sufragio universal, la nueva institucionalidad impedía alcanzar mayorías contundentes y reducía las elecciones a una suerte de empate pactado, con una sobrerrepresentación política de la derecha. Además, cualquier cambio en las leyes orgánicas necesita ser aprobado con quórums altísimos en el Parlamento, muy difíciles de lograr por efecto del mismo sistema. Sin duda, se trata de una trampa muy bien montada.

Desde la recuperación del ejercicio democrático, el pueblo chileno ha debido soportar que esta concepción aberrante, denominada “democracia protegida”, se instalase definitivamente en su vida política. Y no caben dudas de que ha cumplido a cabalidad la función para la cual fue diseñada, puesto que los cambios constitucionales que lograron concretarse durante los últimos 20 años tienen un carácter más bien cosmético y aún los gobiernos “progresistas” han aceptado acomodarse mansamente a tales limitaciones, impulsando reformas menores que no afectan sustancialmente el orden social y económico impuesto por la dictadura. Así, la educación y la salud han perdido su estatus de derechos humanos básicos para convertirse en nichos de mercado altamente rentables y la distribución del ingreso es una de las peores del mundo.

Las movilizaciones estudiantiles del año 2011 vinieron a romper en parte este juego de suma cero que parecía eternizarse, porque abrieron la agenda política a las nuevas demandas planteadas por el movimiento juvenil y renovaron las esperanzas de cambio. Sin embargo, la viabilidad de esas reivindicaciones era incierta, porque implicaba efectuar modificaciones importantes a la Constitución.

Todas estas tensiones sociales acumuladas se expresaron vivamente durante la reciente elección presidencial y parlamentaria. Las nueve candidaturas presidenciales (un número inédito en la historia política chilena) ofrecieron a los electores programas que recogían toda la diversidad del espectro político, desde las propuestas más radicales hasta posiciones conservadoras que apostaban a mantener lo existente. Por cierto, la forma de implementar esos cambios deseados constituyó un tema de debate permanente, considerando las restricciones que impone el orden vigente y entonces se fue ampliando la opinión favorable a convocar una asamblea constituyente para modificarlo. La inscripción automática y el voto voluntario agregaban un factor de incertidumbre, sobre todo en lo que respecta al comportamiento electoral de los votantes más jóvenes, puesto que su concurrencia podría modificar los equilibrios políticos tradicionales.

A nivel presidencial, el Partido Humanista apoyó orgánica e institucionalmente a Marcel Claude, un candidato que contaba con gran respaldo al interior del mundo universitario. También se sumaron a su campaña alrededor de veinte agrupaciones de izquierda, con la esperanza de romper el clásico empate entre la centro-izquierda y la centro-derecha (el denominado “duopolio”), para lo cual se apostó a convocar al votante joven, que constituía un porcentaje importante del nuevo padrón electoral. Sin embargo, en el curso de la campaña el candidato presidencial fue derivando hacia un discurso rabioso, propio de una izquierda antigua, que terminó alejando a sus votantes potenciales, tal como quedó expresado en el bajo porcentaje que obtuvo finalmente, muy distante de las expectativas.

De hecho, solo concurrió a votar algo menos del 50 % del padrón y los jóvenes brillaron por su ausencia, optando por la abstención. Esta baja convocatoria no se condice con la amplia oferta electoral, lo que hace más complejo el análisis pues si se pensaba que éste era el momento de los cambios, la alta abstención ha puesto en cuestión dicha tesis. Estudios posteriores de los
especialistas indican que quienes concurrieron a votar en mayor número fueron los sectores más acomodados, lo cual puede transformar el voto universal en una especie de voto censitario pues los programas tenderán a dirigirse hacia las demandas de esos grupos sociales más activos, los cuales suelen estar cercanos a una posición política conservadora.

A nivel parlamentario, en cambio, el Partido Humanista llevó una lista propia, la que obtuvo un resultado bastante sorprendente, considerando las condiciones adversas antes descritas. Su votación bordeó el 4 % (si se ponderan solo aquellos distritos en los cuales llevamos candidatos, pues los gráficos a continuación expresan el porcentaje total nacional), lo que constituye un hito histórico para un partido pequeño y que no cuenta con los recursos para competir con el enorme despliegue publicitario de otras fuerzas. De hecho, en el nicho de los partidos de la izquierda extraparlamentaria es uno de los más votados.

Evolución votación PH desde 1989:

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Aunque aún no hemos elaborado una evaluación definitiva, hay un factor que no deja de llamar la atención: sin duda que se trata de una votación a la lista, porque el crecimiento es relativamente parejo en casi todos los distritos, de modo que dicho incremento no puede atribuirse al efecto de determinadas personalidades políticas, a factores locales y menos a un supuesto chorreo desde la campaña presidencial, puesto que la lista parlamentaria obtuvo una votación considerablemente mayor. ¿Qué sucedió acá? Quizás se tuvo éxito en captar un porcentaje importante del voto comunista (apoyo que se buscó explícitamente en la publicidad electoral), dado que el PC iba en alianza con la centro-izquierda y no llevaba una lista parlamentaria propia. Sin embargo también competían otras listas de izquierda, incluso más cercanas a dicho partido, que podrían haber canalizado de forma más “natural” aquel voto díscolo, cosa que no sucedió.

Votación por partidos:

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¿Y si fuese, derechamente, un voto humanista? Ello significaría que la acción política y social sostenida durante casi 30 años recién comienza a dar sus frutos y hoy se abre una oportunidad real para el humanismo. El que dicha oportunidad se consolide o quede en los anales como una anécdota más, dependerá fundamentalmente del trabajo que seamos capaces de desplegar en la base social de aquí en adelante para convocar a esos miles de “humanistas” repartidos por Chile. El Principio de la Acción Oportuna nos indica que éste puede ser el momento de avanzar con resolución. Ojala que nuestros militantes tengan la fuerza y la convicción para sostener este propósito.