En la mitología griega existen las Erinias, tres mujeres que por ser anteriores a los Dioses, no se someten a la autoridad de Zeus.

Como verdaderas justicieras, son las encargadas de vengar los crímenes más crueles como aquellos en contra de la religión o los asesinatos de algún familiar. En su labor de vengadoras actúan sin piedad alguna (por tal razón también se les conoce como Las Furias), persiguiendo incansablemente al criminal y hostigándolo hasta hacerlo enloquecer, incluso si el delincuente muere, las Furias lo seguirán con su castigo eterno hasta el propio inframundo.

EL mito griego señala que Orestes, luego de asesinar a su madre, es perseguido por las Erinias quienes deben vengar y castigar severamente tal alevoso y terrible crimen. Solo Atenea logra convencer a las Erinias de no aplicar su implacable castigo y aceptar que sea un jurado imparcial quien juzgue y castigue el crimen de Orestes. Desde ese momento las terribles y temidas Erinias, las Furias, pasaron a llamarse las “Euménides”, es decir, las benévolas.

El mito describe el proceso de avanzar de la venganza, del ojo por ojo, hacia una justicia civilizada, concluyendo que solo la verdadera Justicia logra dominar a la venganza o – mejor dicho – frenar a la furia imparable e irracional.

Recuerdo este bello mito griego, a propósito del debate producido en Chile por las cárceles especiales para militares violadores de los derechos humanos. Cuando los medios de comunicación detallaron las características de tales cárceles, es decir, cabañas con dormitorios y baños privados, agua caliente, cocina propia, TV cable, mozos, asistentes sociales, nutricionistas, canchas de tenis y – hasta hace poco – piscina, la indignación de la ciudadanía comenzó a sentirse con mucha fuerza.

Más aún, cuando se informa que tales privilegios fueron otorgados durante los mandatos presidenciales de Eduardo Frei, Ricardo Lagos y mientras Michelle Bachelet era Ministra de Defensa. Todos importantes rostros de la lucha en contra de la Dictadura y, supuestamente, impulsores de justicia en los casos de las violaciones a los derechos humanos.

Días antes, en medio de la conmemoración de los 40 años del Golpe Cívico Militar, en una hábil jugada política comunicacional, el derechista Presidente Piñera se había anotado un triunfo al desmarcarse del pinochetismo acusando la complicidad pasiva de muchos de los dirigentes de derecha, aprovechándose
de ser uno de los pocos personeros de ese sector político que votó en 1988 en contra de la continuidad de Pinochet.

Y esa hábil jugada marca el retorno a las tesis de comienzo de su mandato, que apuntaban a la construcción de una nueva derecha, liberal y alejada de la dictadura, muy al estilo de lo que fue Tony Blair en el Reino Unido.

Por eso, cuando estalla el debate público por los militares encarcelados en lujosos hoteles – con el oportunismo propio de un brokers que mira el negocio y la ganancia rápida – Piñera anuncia sorpresivamente el cierre del Penal Cordillera, incomodando a la derecha, indignando al pinochetismo y desnudando a la propia Concertación.

Nadie imaginó que fuera un gobierno de derecha quien cerraría una de las dos cárceles 5 estrellas, y la pregunta de muchos es ¿si pudo Piñera, por qué no lo hizo antes la Concertación?.

Lo que pasa es que los hoteles-cárceles son uno de los símbolos visibles de los acuerdos secretos de la transición. Aquellos acuerdos tomados por la Concertación y el Pinochetismo, conocidos sólo por algunos, sospechados por varios e ignorados por la ciudadanía común y corriente.

Y son estos acuerdos los que han transformado a Chile en un verdadero WonderLand, aquel país de las maravillas de Alicia, en donde la magia hace que lo pequeño se vea como gigante mientras lo importante se empequeñece hasta casi desaparecer, o aquel extraño espejo que refleja la derecha donde debiera estar la izquierda, y a ésta la coloca en el lugar de la derecha.

Pero aquello que funcionó bien para una generación temerosa de involucionar hacia el militarismo, 20 años después, con nuevas generaciones sin las anteojeras ni los temores de aquellas que la antecedieron, resulta improcedente e injustificable.

En el Chile de hoy, ya no se entiende aquellas extrañas recetas de que tres cucharadas de justicia mezcladas con dos de injusticia darán como resultante una medida de justicia. Se acabó el nefasto tiempo de la “justicia en la medida de lo posible” del ex Presidente Aylwin, y si como sociedad no somos capaces de hacer verdadera justicia, tal como ya lo sabían los griegos 500 años antes de Cristo, entonces serán las Erinias las que saldrán del inframundo con su furia imposible de controlar ni por el mismísimo Zeus.

En la pragmática personalidad de Piñera no creo que hayan estado estas consideraciones éticas, pues solo sabe de cálculos electorales y oportunidades de compra. Tampoco creo que Piñera logre entender lo caprichosos que suelen ser los procesos sociales, y estoy seguro que su ambición le impide ver las consecuencias de romper los pactos de silencio y los oscuros acuerdos de la transición.

Porque, bien pudiera ser – a propósito de mitos griegos – que Piñera esté abriendo su propia Caja de Pandora, desde la cual saldrán todo tipos de monstruos y fantasmas (ya apareció muerto uno de los generales encarcelados), quiénes se encargarán de terminar con la tranquidad y comodidad del maridaje entre la Concertación y la derecha, devolviéndole en este caso, la esperanza a todo un pueblo que ya ha esperado demasiado tiempo… demasiado.