En el día de la fecha se celebran votaciones en Argentina. Y digo votaciones – y no elecciones – porque en verdad, aunque se vota, no se elige cargo alguno. Curiosidades éstas de la actualidad – bastante desgastada y pretérita por cierto – de una vida republicana que propone dirimir internas partidarias convocando “obligatoriamente” a la gente a entrometerse en tan delicado asunto.

Por cierto que esto no es tan así. Inspirado este nuevo sistema de “primarias” en la bifaz dictadura norteamericana, donde desde
hace mucho sólo dos partidos se alternan en el gobierno, donde sus millonarias campañas son manejadas por los apetitos del poder financiero y militar industrial (con el apoyo de las corporaciones mediáticas), donde un porcentaje pequeño de la población participa, tampoco aquí se deja las candidaturas al azar democrático.

Lo cierto es que varios de los candidatos a la elección de parlamentarios de Octubre ya están predeterminados antes de esta aparente “selección”. En estos casos, sus campañas sirven de posicionamiento y las votaciones como encuestas del grado de adhesión que logran con ello. Además de ser aburrida comidilla de las legiones de periodistas y consultores que se afanan en ello (y es lícito asociar aprovechando el verbo en su significación lunfarda).

Además de ello, estas primarias “abiertas, simultáneas y obligatorias” (cuyo acrónimo “PASO” representan subrepticiamente una contundente invitación a la desobediencia civil, llamamiento al que obedeceré sin dudar), cuentan con el aliciente de barrer de la liza competitiva a aquellas opciones que no superen el 1.5 de los votos.

Esas opciones son llamadas en esta lógica “minoritarias”. Pero lo que tienen de “menos” es que no tienen los millones que alguien pone para afiches, volantes, avisos publicitarios y militancia profesional o alquilada (según los casos).

Lo que también conllevan de minoritario esas opciones – por las que no se podrá optar en la elección de Octubre – es el espacio mediático que el sistema – privado o público – le reserva a las “mayoritarias”.

Este extraño método, que en realidad, persiguiendo términos igualitarios, debería conceder mayor espacio al conocimiento de propuestas menos conocidas, es apenas maquillado en semanas preelectorales por unos segunditos de gracia que se les concede en televisión y radio a cambio de aparentar la “igualdad” ante la ley.

No creo que alguien seriamente pueda pensar que ello equilibre verdaderamente las cosas.

A través de este mecanismo bastante “primario”, se evita que el ciudadano tenga que vérselas en la elección definitoria con una selva inescrutable de papeletas (una linda alegoría sobre lo verdaderamente intrincado que es elegir en la vida). A cambio de esta sutil preselección, queda este ciudadano sencillamente expuesto al chantaje de las propuestas “mayoritarias” y a la manipulación de intereses de quienes financian y/o promueven esas campañas, ahora y en la próxima cita electoral.

No parece que eliminar opciones sea ganar en democracia, sino más bien cimentar rígidos encolumnamientos.. Tampoco parece que esto sea ampliar el debate de ideas, sino reducirlas a polos estereotípicos.

Mucho menos puede creerse que hay mayor transparencia en las candidaturas, habida cuenta que uno elige un listado completo de candidatos, de los cuales, en el mejor de los casos, apenas conoce publicitariamente al primero. Por último, lejos de estimular así la participación y la generación de lo brillante y novedoso, se favorece claramente la mantención del statu quo, la repetición del pasado, se pone de manifiesto la falta de real vocación transformadora.

Y sin embargo, entre esta jungla de falsedades, destaca una gran verdad: “En la vida hay que elegir”, reza la propuesta del gobierno argentino actual. Éste sí que nos parece un postulado alentador, recordándonos aquello que de por sí nos es propio como humanos, aquella capacidad de distinguir horizontes futuros diferentes según lo que hagamos hoy.

Respondiendo entonces a esa certera invitación y puestos a elegir, elijamos.

Por ejemplo: ¿Por qué no construir una democracia real, no intermediada, en la cual la gente recupere realmente el poder de decisión?

¿Para qué necesito personas que hagan nuevas leyes todos los días, y que vivan de eso (junto a un enorme séquito a su alrededor), reglamentando todo, aumentando el caudal de prescripciones que estoy obligado a cumplir, pero que por su caudal y detalle no puedo conocer? ¿No sería suficiente con proponer, de tanto en tanto, propuestas de cambio a ser ratificadas a través de vinculantes consultas públicas?  ¿Para qué quiero que alguien me gobierne todos los días? ¿Para qué quiero no sólo “un gobierno” sino varios, según los distintos niveles que la estatalidad actual consagra? ¿Es todo ese aparato un alivio o una carga? ¿No sería suficiente con coordinaciones transitorias, con funciones rotativas que promuevan la conexión del todo social (y la no desconexión actual del representante con sus congéneres)?

En el caso de que alguien creyera que esto constituiría una regresión a esquemas neoliberales, a la ley del más fuerte, en el caso de que se afirmara que sólo el Estado puede oponerse a la apetencia financiera transnacional, le invito a mirar cuán servil es aún ese Estado a esos intereses. Es hora de desmitificar el asunto. El verdadero garante de lo colectivo, de lo conjunto no es el Estado, no son los partidos políticos enquistados en él, sino que son los pueblos activos, despiertos y movilizados. Y esa necesaria elección que es la militancia social y política de las personas, es oscurecida por un paternalismo estatal que en verdad adormece, quitando al pueblo gran parte de esa responsabilidad de acción que le es inherente.

Lo que en realidad sucede es que cuando los pueblos no quieren modificaciones profundas, dejan que el Estado gestione la no transformación. Y este dejar la elección en manos de otros, también es elegir.

Pero puestos a elegir, elijamos:

¿Porqué no elegir un horizonte donde en vez de “crear puestos de trabajo”, afirmemos la necesidad de mayor tiempo de ocio, para compartir con amigos, familia, estudiar, meditar, visitar nuevos lugares, enriquecernos espiritualmente? Alguien dirá: claro que así, al acortarse el tiempo dedicado a ganar dinero para la subsistencia (o para objetos que nada tienen que ver con ello), se crearán automáticamente nuevos puestos de trabajo, ganando así la sociedad doblemente. Pero no está puesto el punto en ello, sino en priorizar la vida humana, sus enormes potencialidades y no uno de sus más anticuados aspectos.

Alguno pensará que entonces, trabajando menos, uno tendrá que privarse de cosas. Si es que la posesión o el uso de objetos y servicios fuera lo esencial (cosa que es por demás dudosa) diríamos simplemente que hay que garantizar su gratuidad o su mínimo costo.

El transporte público, debería, por ejemplo, ser gratuito. La salud y la educación pueden (y deben) ser gratuitas. Tantas otras cosas deben ser gratuitas y garantizadas al Ser Humano por el sólo hecho de existir.

Y si todo esto es gratuito, ¿quién paga a los que hacen posible ese servicio? – podrá objetarse. Y bien, la lógica de esta visión es que si hay cada vez menos cosas pagas, también disminuye la necesidad de medios que permitan pagarlas. Por tanto, el trabajo, en vez de ser un modo moderno de entender la esclavitud, podría convertirse en servicio voluntario a la comunidad, eligiendo cada quien cual podría ser su mejor aporte.

No importa que las cosas en definitiva resulten así o de otro modo.

Estamos tratando de mostrar que la organización social podría ser bien diferente de la actual, donde el uso vigente, tan aparentemente lógico, es en realidad profundamente incoherente: cada vez hay más necesidad de dinero, cada vez hay que pagar más cosas y en vez de “vivir mejor”, la gente está cada vez más angustiada, más presionada, más exigida.

Puestos a elegir elijamos: el conocimiento hay que compartirlo. Se deben abolir las patentes que legalizan el robo del conocimiento. ¿O es que alguien realmente puede afirmar que sería posible un solo invento o innovación sin la coparticipación de miles de seres humanos anteriores y contemporáneos, de pueblos enteros que han hecho realmente posible todo avance?

Hay que dejar atrás todo el sistema de especulación financiera.

Este es un parásito gigantesco oculto en la carga que sobreexige la actividad diaria de las personas, que encarece los alimentos, que expulsa a familias de sus hogares, que angustia a millones de incautos que se entregan a las garras crediticias de los bancos escondidas en sonrientes anuncios publicitarios.

Hay que desterrar la fabricación de armamento y la conformación de organizaciones con objetivos de destrucción, los llamados ejércitos.

La cultura de la no violencia es la que guía hacia la supervivencia, el avance, hacia la hermandad y es necesario difundirla, propagarla y expresarla con hechos decididos.

Puestos a elegir elijamos y prefiero el error elegido al acierto impuesto, que por definición es un error en sí mismo. No es el resultado inicial lo que importa sino el músculo que hay que entrenar.

A la larga, su repetido ejercicio acrecentará el acierto.

Y si alguno de mis pocos lectores, manifestara su poca fe en la condición humana, revelando cuanto nos pesa aún el ancla de un pensamiento naturalista o inmovilista, si alguno dudara de la capacidad real de elegir y autogobernarse, si alguno tildara de utópicas o ucrónicas algunas de las propuestas enunciadas, le propongo revisar una breve lista de imposibilidades.

Volar, comunicarse de un punto a otro del mundo, ir a otros planetas, extender la vida o crear vida sintética era hasta hace muy poco tiempo un absurdo. Comparado con estas hazañas, lo expuesto arriba aparece como mucho más sencillo. La dificultad – lo reconocemos – y no es menor, es que habrá que dejar atrás antiguas y enraizadas creencias. Por ello, el cambio social va de la mano con profundas modificaciones en nuestras conciencias, en nuestro interior.

Claro está que en todo ello, ya nos están siendo de gran ayuda las nuevas generaciones, que intuyen y muestran el futuro.

Tiene razón en esto el actual partido de gobierno. En la vida hay que elegir, aunque uno no elija las opciones que a primera vista se ofertan.

Así que, aceptando el convite y, puestos como estamos a elegir, elijamos.