Por Gerardo Alcántara Salazar

¿Considera usted que establecer un parangón entre fútbol  y universidades es definitivamente frívolo, sobre todo si el propósito es verlo desde el punto de vista de la meritocracia? Obviamente se escandalizarán quienes presuman ser refinados intelectuales y subestimen al fútbol, como si el asunto fuera unilateralmente de fuerza y habilidad muscular, aun cuando en Perú, Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010), Enrique Bryce Echenique y Francisco Miro Quesada simpatizan y elogian esa modalidad deportiva, que no es otra cosa que hibridación de atletismo, prodigio, malabarismo, acrobacia y excelentes reflejos, llegando en cierta manera a superar las leyes de la física, con asomos de genialidad.

Me permito elegir al fútbol para establecer parangón con las universidades peruanas, por motivos que vengo exponiendo en diversos ensayos y para que no se imagine que separo el reto académico de los demás aspectos de la vida y más bien se entienda que mi tema central es el estándar de las universidades, sin negar que el ser humano tiene que realizar otras prácticas, que no debe servir de pretexto para justificar el estatus que actualmente mantienen las universidades del Perú, sobre todo si lo comparamos con las universidades de Brasil, país pletórico de alegría, pero al mismo tiempo modelo de excelencia universitaria, líder de las universidades iberoamericanas con la Universidad de Sao Paulo, una de las ciento cincuenta mejores universidades del planeta.  Lo mismo se podría decir de Argentina, país de Messi, Borges, del papa Francisco y de la Universidad de Buenos Aires, una de las ciento ochenta mejores universidades del mundo.

Me permito hipotetizar que en la media aritmética del fútbol profesional peruano se observa más meritocracia que entre el promedio los profesores universitarios de un número ya voluminoso de universidades, incluso a pesar de que nuestro fútbol no es competitivo en la región América Latina y ni siquiera en el área del Pacífico, a pesar de lo cual su estatus está a la vista de todos. Todo futbolista de la primera división exhibe ya un fútbol moderno, pero no podría decirse que al menos el 30% de los catedráticos que laboran el Perú tienen idea de lo que es universidad moderna, de lo que es una auténtica investigación académica y que se haya liberado del sector de catedráticos ágrafos.

Es difícil saber cuántas  universidades peruanas tienen rectores con las calificaciones equivalentes a la de los directores técnicos de los clubes profesionales de primera división. Habría que averiguar cuántas de las nuevas universidades que aprueba la Asamblea Nacional de Rectores (ANR), superan el estándar de un club de fútbol profesional de segunda categoría y si existe aunque sea una Comisión de Orden y Gestión integrada por catedráticos designada luego de evaluar a sus integrantes en base a criterios compatibles con las exigencias de la Era del Conocimiento. Habría que averiguar si por lo menos la mitad  de los integrantes del Consejo Nacional para la Autorización de funcionamiento de universidades (CONAFU) de la Asamblea Nacional de Rectores se han doctorado en algunas de quinientas mejores universidades del mundo y si tienen algún récord como autores de obras publicadas. O, ¿acaso los ex rectores, entre los que eligen a los integrantes a los miembros del CONAFU, carecen de las competencias intelectuales que exige la Era del Conocimiento?  ¿Esto se debería que los rectores de las universidades peruanas identificados con la investigación científica, tecnológica y humanística, serían la excepción y no la regla?

En el fútbol solamente se consagran quienes tienen cualidades extraordinarias, aunque no alcancen estándares de la media mundial. La hinchada, el director técnico, los gerentes del club piensan fundamentalmente en el rendimiento del jugador. Funciona inevitablemente una draconiana meritocracia, como también sucede en el arte. Director técnico que no logra posicionar a su club entre los primeros y jugadores que no cubran bien su puesto, son declarados excedentes.

Algo parecido considera la ley universitaria N° 23733, aún vigente, pero hecha ley hecha la trampa, si se lo usa, puede servir para castigar la meritocracia.

En las universidades peruanas aún no se toma en cuenta el ranking, la medición de la calidad de cada universidad para que los padres de familia elijan las mejores para matricular a sus hijos. En el fútbol profesional del mundo se imponen exclusivamente criterios meritocráticos. Los entrenadores deben demostrar su competencia posicionando a sus equipos en los primeros lugares de la tabla. Si el entrenador consigue los logros esperados recibe premios, además de su sueldo en decenas de miles de dólares. Si demuestra ser tan exitoso como Pep Guardiola y Mourinho, los mejores equipos se disputan el derecho de tenerlos como directores técnicos de sus equipos. Esto es meritocracia.

Ninguna universidad peruana se ubica entre las 500 mejores del mundo y ni siquiera entre las cincuenta mejores de Latinoamérica,  ocasionando que los diplomas que expiden  (títulos o doctorados), valgan lo que  las universidades valen en el contexto nacional, latinoamericano y mundial. En el contexto nacional, debería tomarse muy en cuenta el origen de los diplomas y de manera especial los que correspondan a maestrías y doctorados, porque en nuestro país falta recuperar la noción de lo que es realmente una tesis.

La Federación Peruana de Fútbol, con apoyo tácito del Presidente de la república, de los miembros del congreso de la República, del Consejo de Ministros y la opinión pública contrata directores técnicos con sueldos que van por las decenas de miles de dólares para dirigir la selección peruana de fútbol, lo cual no está mal. El problema radica en la indiferencia compartida por la opinión pública, la Asamblea Nacional de Rectores (ANR) y los poderes del estado frente a la precariedad de las universidades del país.

Mientras las universidades funcionen así, el fútbol peruano, aunque no gane campeonato internacional, ni se clasifique para el mundial seguirá teniendo mayor estándar que las universidades. O, ¿cuántos catedráticos con estándar equivalente a Claudio Pizarro, Juan Vargas, Paolo Guerrero y Jefferson Farfán, emanan ahora de las universidades peruanas?

La situación en el mundo universitario es aun más problemática. Mientras los entendidos en fútbol y que exigen calidad suman millones en el país, si se hiciera una evaluación rigurosa se podría verificar que un alto porcentaje de catedráticos peruanos ─si el parangón tiene alguna validez─ no calificarían para jugar siquiera en equipos de segunda división. Pero esta clase de catedráticos son bienvenidos para una inmensa masa de estudiantes que egresan de los colegios con pésimos estándares, quienes gustosamente siguen los planes de los políticos de “hacer uso del derecho de tacha”, a los mejores.

Las universidades peruanas deben acreditarse en base a la calidad de sus investigaciones como escenario de instituciones confiables y competitivas, ofreciendo al mundo profesionales altamente calificados, cuyo referente no sean los diplomas procedentes de cualquier parte y de calidad incierta  sino su aporte a la reflexión y el conocimiento. El estado debe establecer la base legal para lograr este propósito y brindar los recursos económicos adecuados.

No más tesis que se archivan sin valor alguno para la sociedad.