Miles de activistas anticapitalistas de todo el mundo se dieron cita en Fráncfort para bloquear la sede del Banco Central Europeo durante la convocatoria de Blockupy 2013.

La presencia policial fue masiva, se produjeron decenas de heridos por espray pimienta y una manifestación legal fue detenida y bloqueada.

Alrededor de 2.000 personas durmieron en el campamento que los organizadores levantaron a las afueras de la ciudad.

Por Javier Pérez de la Cruz

“Se puede ver que hay una estrategia de radicalización del Estado para controlar los movimientos sociales. Esto quiere decir que nosotros tenemos que pensar cada vez más radicalmente”. Julio se expresaba en caliente, sentado en un bus de vuelta a Berlín, sólo minutos después de haber sido retenido durante cuatro horas en la gran manifestación de Blockupy Fráncfort 2013, que reunió, según los organizadores, a unas 20.000 personas. A escasos 200 metros de haber iniciado la marcha, la policía rodeó a cerca de 400 manifestantes. Los agentes sostenían que entre ellos había radicales violentos que no podían continuar. Ante la negativa de los manifestantes a identificarse voluntariamente, la policía se empleó a fondo y comenzó a detenerlos uno por uno. Volaron paraguas, bombas de pintura, gafas de sol, porrazos, una bomba de humo, botellas y espray pimienta. Fueron los momentos más críticos de la segunda edición de Blockupy.

“En realidad es importante que pasen cosas así, porque de esta manera se muestra la verdadera cara del sistema actual, de la democracia representativa que es en realidad la falsa democracia”. El de la manifestación no fue el único encontronazo de este portugués, padre de dos hijos y residente en Polonia, con la policía. Antes de llegar a Fráncfort desde Berlín, su autobús, así como los otros cuatro que se desplazaron desde la capital, fueron detenidos por cientos de policías a 45 kilómetros de su destino.

Durante más de seis horas nadie pudo salir ni para ir al baño o a fumar un cigarrillo, una medida que el equipo de abogados que apoya el movimiento Blockupy consideró claramente ilegal. La policía aseguraba que tenía noticias de Berlín de que en esos buses había gente que había adquirido armas, y por ello sometió a un registro personal y a la identificación, con fotografía incluida, de todos los pasajeros. No hubo ningún detenido, pero un autocar, repleto de refugiados sin papeles, se vio obligado a volver por miedo a poder ser deportados. “Esto simplemente se hizo para servir a la estrategia de controlar los movimientos sociales”, era el punto de vista de Júlio.

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2.000 personas acampadas

En Fráncfort las cosas se calmaron considerablemente. A ello contribuyó el ambiente festivo y solidario que reinaba en el campamento que los organizadores de Blockupy instalaron a las afueras de la ciudad. Allí cualquiera que lo deseara podía encontrar comida gratis a todas las horas del día, agua, baños, música en directo, biblioteca, ropa seca (algo que se convirtió en fundamental debido a la persistente lluvia) un bar e, incluso, una zona de juegos para niños. El único inconveniente: las largas colas que a veces se formaban. “Creo que hemos levantado un campamento muy bueno, tenemos toda la infraestructura que necesitamos, es un escenario precioso y, ahora mismo, parece más un festival que cualquier otra cosa. Estoy muy contento de que hayamos conseguido ofrecer un lugar seguro a tanta gente”. Christian, miembro de la plataforma NoTroika de Fráncfort, fue uno de los encargados de poner todo a punto. Hasta 2.000 personas montaron sus tiendas de campaña y durmieron bajo la inclemencia del primaveral clima alemán.

Este joven padre de una revoltosa niña también detallaba los movimientos que allí se podían encontrar: “Desde antifascistas, antirracistas, ecologistas, feministas, partidarios de la liberación animal… Todos estos diferentes grupos que se reúnen para compartir la misma idea de que el capitalismo es la crisis, y que la austeridad impuesta significa que todos los logros sociales de libertad, necesarios para una vida digna, están muriendo”.

Un paseo por los diferentes “barrios”, palabra escogida para definir las zonas en las que se distribuían las tiendas de campaña, dejaba claro la gran cantidad de diversas nacionalidades presentes. Sin embargo, la más numerosa, como el propio Christian reconocía, fue la italiana. También una de las más participativas. En italiano fue una de las pocas intervenciones en las grandes asambleas que no tuvo el alemán como idioma principal. En ella un activista boloñés pedía, con un discurso leído en un iPhone, la unión de una Europa radical contra el capitalismo y el fin de la Troika. Gabriele no acudió al campamento, pero sí estuvo presente en las protestas por las calles de la ciudad. Él también coincide con el diagnóstico anterior, “esto no es una condena a la Troika, sino al entero sistema, del que la Troika no es más que un resultado”. Gabriele responde al perfil de joven del sur de Europa, cualificado y con pocas o ninguna posibilidad de prosperar en su país de origen: “Ahora mismo estoy estudiando filosofía en Colonia, y si nada cambia me quedaré en Alemania a trabajar porque volver a Italia es muy difícil, aunque sea triste decirlo”.

Presencia del 15M

El español también estuvo muy presente entre los rascacielos de Fráncfort, desde cánticos y consignas a eslóganes en pancartas. También en el imaginario colectivo, pues como los mismos responsables de Blockupy reconocían con motivo del segundo aniversario del 15M, los indignados marcaron el inicio de “un movimiento europeo en contra de las políticas de austeridad de la Troika y los gobiernos, contra el desempleo, los problemas de la vivienda y los recortes de los presupuestos sociales”, tal y como se puede leer en la página web de la coalición. Y, por supuesto, tampoco faltaron los manifestantes españoles.

Pablo es uno de tantos jóvenes que ha tenido que encontrar en el extranjero un lugar en el que poder trabajar. Después de pasar por Berlín, este ingeniero industrial madrileño ha firmado un contrato con una empresa de Fráncfort. Aun así, considera muy importante continuar saliendo a la calle a protestar contra las medidas de los poderes financieros y políticos, y también para demostrar que los que peor lo están pasando no están solos. “Hay muchas veces que desde España, Grecia, Portugal, etc., se ve a Alemania como el enemigo, y en gran parte lo es por su gobierno, que es quien impone las medidas de austeridad, pero también es importante que la gente del sur de Europa sepa que hay una parte de alemanes que sabe lo que estamos sufriendo nosotros”. Sus palabras las corroboraba Eva, una mujer de Colonia que justificaba su presencia en Fráncfort en la “necesidad” de que los alemanes muestren su solidaridad con los ciudadanos europeos que peor lo están pasando con la austeridad de la Troika.

Las razones para protestar que flotaban en el ambiente de Blockupy eran casi tantas como personas en su campamento. Candela, que se define a sí misma como feminista antes que cualquier otra cosa, centraba sus quejas en la situación actual de la mujer. La asturiana, que también ha emigrado a Alemania para trabajar, recordaba que el patriarcado “es previo al capitalismo” y que por ello con esta crisis ellas sufren mayor opresión. De hecho, incluso detectó en el propio campamento actitudes que no le gustaron nada. Además, aportaba ejemplos concretos de los problemas que afrontan: “En España al haber eliminado la ley de dependencia y con la reforma de la ley del aborto de Gallardón se van a recortar muchos derechos de las mujeres que no son solo económicos”.

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Tiendas de ropa y aeropuerto

¿Pero qué es exactamente la coalición Blockupy? Básicamente es una unión de diferentes asociaciones sociales y políticas de la izquierda alemana que surgió tras el Occupy Wall Street de 2011. Entre ellas destacan Attac, Izquierda Intervencionista, asociaciones de estudiantes como Linksjugend Solid, el Foro Alemán del Desempleo y el partido político Die Linke.

Todos los esfuerzos de la convocatoria se destinaron al bloqueo de la sede del Banco Central Europeo el pasado viernes. Los portavoces aseguraron que los más de 3.000 activistas que allí se citaron consiguieron que los trabajadores de la institución no llegaran a sus puestos. La policía, por su parte, contestó que sí pudieron acceder pero por otras zonas no habituales. De lo que no había duda era de que el corazón financiero de Europa se encontraba totalmente desierto. Calles cortadas y vacías, solo decoradas con los numerosos furgones policiales desplegados, camiones cargados de cañones de agua a presión y el zumbido incesante de un helicóptero.

Entre paraguas y resguardado bajo un chubasquero amarillo, Ignacio del Valle se sumaba a las consignas de los manifestantes, que rápidamente cortaban el paso a toda aquella persona vestida con americana y con un maletín o una maleta a cuestas, es decir, con aspecto de empleado del BCE. Este menudo mexicano es un activista de la localidad de San Salvador Atenco y lleva un mes de gira por Europa para “buscar el apoyo de esos pueblos que tienen un sentimiento de resistencia y justicia”. Según explica, el nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, ha retomado el proyecto por el cual pretenden construir un aeropuerto en sus tierras, un proyecto que ya consiguieron detener hace años a base de protestas y movilización social. Además de dar difusión a su causa, con las consignas de “la tierra no se vende” y “Zapata vive” logró la atención de los allí presentes.

Sin embargo, el BCE no fue el único objetivo del día. Tras abandonar la famosa plaza con el símbolo del euro, los activistas se dividieron en dos grupos, uno rumbo al aeropuerto y otro hacia la calle Zeil, la zona más comercial de la ciudad. Los primeros querían bloquear la terminal 1 del Aeropuerto Internacional de Fráncfort, desde donde se deportan a cientos de inmigrantes sin papeles que no han conseguido legalizar su situación administrativa. En muchos casos, las personas devueltas a sus países de origen son allí perseguidos o discriminados por el resto de la sociedad.

Mientras, otro segundo grupo se dirigió al establecimiento de Primark de la calle Zeil, para protestar por las condiciones laborales a las que somete a sus empleados asiáticos, un tema especialmente candente desde que el derrumbe de uno de sus talleres de confección en Bangladés causara la muerte de más de 1.000 personas. La protesta lejos de acabar ahí se extendió por el resto de tiendas de la calle, de forma espontánea e improvisada. A pesar de que esta y todas las acciones de desobediencia civil del día no estaban permitidas por las autoridades, la policía optó por la contención, por evitar que entraran en los comercios pero sin cargar u obligar a retroceder a nadie. Así los rifirrafes entre ambos bandos solo fueron esporádicos y sin gran relevancia.

“Se trata de una orden política porque en unos meses hay elecciones generales y no quieren que pase lo del año pasado”. Esta era la valoración que hacía un periodista de la radio pública alemana que prefería no dar su nombre y que a pesar de su profesión se encontraba allí “como un manifestante más”. En mayo de 2012 las protestas del primer Blockupy se saldaron con más de 600 detenidos, numerosos disturbios entre los 5.000 policías y los manifestantes y un aluvión de críticas internacionales a la actuación de los agentes.

Aun así no se pudieron evitar los choques del día siguiente, durante la gran marcha que apenas pudo recorrer unos pocos metros. Los responsables de las protestas y los portavoces de la policía se acusaron mutuamente del incremento de la tensión que desembocó en decenas de manifestantes heridos, la mayoría por irritación de ojos causado por los espráis pimienta, y con un policía atacado por una persona con un destornillador, que fue detenida en poco tiempo.

“Las nuevas generaciones se tienen que dar cuenta que los derechos que consiguieron sus padres y abuelos fue por la lucha. Hoy los estamos perdiendo, así que no es suficiente solo con manifestarse, hay que hacer algo más”, reflexionaba Júlio mientras abandonaba la city alemana. Él, que confiesa que tiene muchas posibilidades de perder su trabajo, está dispuesto a volver a la convocatoria del año que viene siempre y cuando se radicalice más la protesta, una opinión muy extendida entre los que acudieron en esta ocasión. Si la economía del continente continúa empeorando, Fráncfort puede convertirse en un polvorín sin la tregua policial de una campaña electoral.