Henrique Capriles Radonski fue derrotado en las elecciones del 14 de abril en Venezuela por Nicolás Maduro Moros. Pero, aún perdidoso se está empeñando a fondo para no ceder protagonismo mediático y obtener el gobierno por vía de un golpe que cuenta con el visto bueno de Estados Unidos de Norteamérica.

“Se robaron el proceso electoral”, ha manifestado Capriles refiriéndose a quienes consagraron a Maduro con el estrecho margen del  50,78% contra el 49,07 de los votos. La argumentación era previsible pero la evidencia es débil. Desde las declaraciones de Jimmy Carter -con quien acuerdan todos los observadores extranjeros- diciendo que “el sistema de votación y recuento de votos de Venezuela es el más seguro del mundo”, poco margen hay para creer en el fraude. Insistir es parte de la táctica.

Recodemos que este político de derecha fue uno de los más entusiastas en el golpe de abril de 2002 en Caracas. Las imágenes del hombre desorbitado que intentaba asaltar la embajada de Cuba se ha visto en varias ocasiones durante los actos de la campaña electoral y se vuelve a manifestar ahora en dichos y declaraciones. La última oportunidad fue ayer miércoles durante una rueda de prensa ante medios de comunicación con línea editorial de derecha.

Capriles no tiene argumentos válidos. Tiene la función de desestabilizar al gobierno recién electo en un momento clave en que el chavismo ya no tiene a Chávez y debe repensarse para mantener las columnas del proyecto al tiempo que encuentra su identidad como equipo de trabajo. Cuenta, desde luego, con el fervoroso apoyo del belicista ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, un personaje que destila odio cuando habla y cuando calla, y sus paramilitares; cuenta con el apoyo económico que llega a instituciones no gubernamentales desde la USAID, o sea: desde el Departamento de Estado; cuenta con el apoyo de la embajada de los EE.UU. en Caracas y  -de alguna importancia- con la red de prensa internacional que la derecha construyó desde mucho antes del Consenso de Washington. Es decir, tiene más apoyo que peso, pero no hay que subestimar su frustración.

Como es sabido, las tácticas de desestabilización son simples y su éxito depende de la reiteración, antes que de su valor argumental: “miente, miente -enseñaba Goebbels- que algo queda.” El tiempo ha demostrado que no es sólo mentir: es hacerlo reiteradamente.

En la rueda de prensa, el dos veces derrotado candidato de la oposición venezolana, estuvo rodeado de dos antiguos colaboradores con antecedentes: Gustavo Rossen y Guaicaipuro Lameda, ex directores de PDVSA que dañaron la petrolera estatal intentando cortar el flujo de ingresos al gobierno de Chávez. Las diatribas de Capriles se destinaron a Maduro, al Consejo Nacional Electoral (CNE) y, también, a los jefes de Estado que vinieron a acompañar a Nicolás Maduro al ser ungido Presidente de Venezuela

La violencia opositora iniciada el 15 de abril, al día siguiente del estrecho pero claro triunfo de Maduro, tuvo episodios de ataque que se han cobrado ya 10 víctimas (dos de ellos eran niños) entre quienes defendieron los centros de salud primaria y los centros de diagnóstico integral (alta complejidad) donde trabajan médicos cubanos. El sello de la violencia caprista.

Los disparates del jefe de la oposición son realmente de antología. Arremeter contra Cuba -lo hemos anotado- es su opción de vida, pero eso no le quita espacio a las críticas a Rusia, a Brasil, a Argentina, a Ecuador, a Bolivia; en otro plano y por otros motivos, agrede a las mujeres que ocupan funciones públicas, y a las otras también. Lo que no es para tomar a chanzas es su afirmación de que hay que “cambiar Venezuela para cambiar Latinoamérica.” Debe entenderse: “en beneficio de los Estados Unidos.”

El quiebre de la gobernabilidad en Venezuela por vía del incremento de la violencia y la mentira constante son las condiciones que están creando la derecha venezolana y el gobierno de Barak Obama para provocar la caída del Socialismo del Siglo 21 y aislar a otros gobiernos progresistas de la región.