En los inicios del siglo XX, mientras un alemán de filiación judía producía revolucionarias relatividades analizando constantes, otro alemán, igualmente influido por un paisaje judío y también de formación matemática, generaba nuevos absolutos en el pensamiento filosófico partiendo de relativizar la realidad toda. Edmund Husserl era su nombre y fenomenología, la corriente a la que con él se daba inicio.

La metodología de aquel pensar, continuación creativa de aquel descubrimiento de la intencionalidad que ya expresara Brentano (otro alemán) tiempo antes, tenía como centro a un concepto entroncado con la rama escéptica de la filosofía griega: la epojé.

Esta mirada del mundo, devenida tecnología del pensamiento riguroso en la propuesta fenomenológica, consistía en “suspender” el juicio sobre las realidades del mundo. En esa suspensión –explicaban ellos – no se trataba de negar aquella realidad, sino de maniobrar así para poder eximir a todo ese mundo de su variabilidad y su influencia, para “reducir” – como llamaban a esa acción intencional – la experiencia de lo real a fenómenos de conciencia y a esenciales y comunes funcionamientos en ella. En suma, para lograr penetrar el mundo interior y acaso poder deslindar dependencias recíprocas e intuir verdades algo más definitivas.

Depurar cuestiones, purificarlas, separar contenidos contaminantes, es una tarea a las que los filósofos germanos han sido muy afectos y en la que han brillado. El vocablo “rein”, cuya traducción es “puro”, ocupa un tremendo y extraño espacio en los títulos de varias de sus grandes obras. Quizás la impoluta nieve que durante largos meses rodeaba paisajísticamente a estos pensadores, fuera una circunstancia sugerente que convivía con la necesidad de no permitir que nada ensuciara a la reflexión. O acaso lejanos paisajes míticos reclamaban, en el profundo interior de estos guerreros de la mente, la garantía de un orden que impidiera que se produjera el futuro catastrófico y desconcertante que había sido predicho en las antiguas sagas nórdicas.

En todo caso, ellos no inventaron la epojé, sino que se la deben a los geniales griegos. Prueba de ello, sin duda, y de la dificultad que encontraron en asimilar aquella enseñanza, es que estos estudiosos del norte permitieron – en base a esa exasperante rectitud con la que solemos caracterizarlos – que la epojé se presentara en sus textos escrita con sus primigenios caracteres helénicos.

Y no solo la epojé, sino incontables aportes presocráticos y socráticos, platónicos y aristotélicos, epicureos y estoicos, fueron nutriendo la base toda de la estructura del conocer y el concebir occidental. Cuánta deuda hay de éste con aquel magnífico mundo griego.

El tiempo pasó y la herencia griega pasó a Roma y con su imperio llegó a muchas tierras, embebiendo el saber sajón, encontrándose con él en la embriaguez de la contienda intelectual. Y muchos de los sabios del antiguo mundo greco-latino, que en sí llevaban la vasta experiencia babilónica, egipcia y árabe, escaparon de la persecución de inquisidores maniáticos y asesinos hacia las frías tierras del norte, vaciando a las tierras del sur de buena parte de su talento científico.

El pueblo alemán, entonces, constante, puntilloso y paciente, acumuló herencias y las transformó en ciencia y en tecnología, ventaja que a su vez derivó en riquezas y poder.

Hoy los deudores se han vuelto acreedores y ciernen sus afiladas hachas sobre los pueblos a los que se acusa de continuar siendo dionisíacos. Afeitados banqueros bárbaros, se vuelven sobre ellos reclamando miseria y estrechez, olvidando súbitamente cuan bien se sienten reclinados en modernos triclinios (llamados hoy “reposeras”), cuando aprovechan aquellos apolíneos soles de los veranos del sur. Incomprendiendo acaso, cuán importante ha sido cultivar un generoso exceso para que aparezcan las grandes ideas e intuiciones.

¿No será el tiempo de practicar la epojé financiera, poniendo en suspenso la apariencia de tenebrosas deudas bancarias? ¿Acaso no descubriríamos en esa suspensión el accionar íntimo de un sistema inadecuado e ingrato, estrecho, calculador e inmoral?

Si practicáramos dicha suspensión y acalláramos durante un tiempo también la infernal máquina publicitaria del sistema llamada “medios de difusión masiva”, observaríamos sin dudar cómo la especulación financiera nos aparece como inútil automatismo que en base a ficticios argumentos devora porciones cada vez más gigantescas de la economía “real”, esclavizando pueblos y avances sociales.

Sin embargo, llevado este mirar más allá, suspendiendo todavía más esta anterior y aún ingenua presunción, veríamos como este crédito generalizado, otorgado contra la garantía de un desangramiento existencial, no es sino la última estrategia de un capitalismo sostenido por el consumo. No habrá capitalismo ya sin especulación, por lo que, en última instancia, recuperado el juicio, la sentencia es inapelable. Si se quiere una economía al servicio del ser humano, no sólo la especulación sino el capitalismo todo en tanto sistema deberán pasar a formar parte de los libros que relaten la prehistoria.

Y más allá de lo económico, que de herramienta accesoria parece haber infiltrado nuestro más íntimo ser, ¿no será el tiempo de un balance adecuado, suspendiendo el inadecuado espacio que ha tomado este campo, enajenándonos a la tiranía del simple subsistir, para ponderar adecuadamente la importancia de la propia vida, olvidada entre tanta artificiosidad contingente?

Si suspendemos el espejismo, la especulación recreará su sentido original y el speculum, será una vez más aquel espejo interior donde mirarnos y preguntarnos quienes somos y hacia donde vamos.

Seamos entonces excesivos en los sueños, siguiendo a los ancestros griegos y precisemos los horizontes, como enseñan los saberes germanos, llamemos a todas las

culturas y todas las naciones a profundizar en sus mejores momentos y a ofrecer lo mejor de sí como generosa ofrenda a la hermandad y al desarrollo de nuestra especie.

La inevitable Nación Humana Universal ya está cerca. Eligiéndola, la acercaremos aún más, sabiendo que la única deuda real es con el futuro.